un ángel en Babilonia
julio 25, 2022 § Deja un comentario
Ayer por la tarde, una anciana se dirige espontáneamente a mis hijas diciéndoles: tenéis que quereros mucho; esto es lo más importante; no hay más. Tal cual. E insistió un par o tres de veces, siempre con una sonrisa. No es que mis hijas se pelearan. Simplemente, estaban ahí. La mujer parecía tener síntomas de demencia senil. Una vez se alejó, no sin que nos deseara la bendición de Dios, les dije a mis hijas que habíamos recibido la visita de un ángel. ¿Por qué?, me preguntó la pequeña. Porque dice la verdad —y porque quiere que seamos buenos—, respondí. Pero no parece que esté muy bien… —insistió—. Es cierto; pero un ángel siempre te dará la impresión de que está «p’allà». Esto es: de que no pertenece a este mundo.
Por otro lado, en donde estamos, hay mucho inmigrante deambulando por las calles. Hace unos días, uno nos detuvo, interpelándonos con tono amenazante. Tampoco parecía en sus cabales. Papá ¿es malo? No, simplemente no sabe adónde ir, ni si comerá hoy. Hay que ponerse en su piel: qué me espera —qué les espera a mis hijos—. Mientras, difícilmente podrá evitar sentir el contraste entre los que pasamos de largo —y vamos de tienda en tienda— y los que, como ellos, no parece que tengan una mejor vida por delante. Es el otro rostro del ángel. En ambos casos, cabe hablar de aparición. Pues no hay aparición que no abrá un paréntesis —que no provoque nuestra inquietud, literalmente—. Entre los dos rostros del ángel anda la existencia creyente. Aunque, sin duda, preferiríamos quedarnos con el de la anciana. Dios abraza, por así decirlo. Pero también molesta. Y mucho.
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