cara a cara

agosto 31, 2022 § Deja un comentario

El enigma —la Esfinge, la Medusa— es lo que no podemos mirar de frente. Y de frente significa: tal cual es, sin juicio. El enigma es lo ambiguo par excellence: tan deseable como repugnante; tan fascinante como terrible. El enigma es una sirena. Es lo paralizante. De ahí que únicamente el lenguaje, en su simulación, nos libere del hechizo. El decir lo que es resuelve, aunque en falso, la equivocidad. Y decimos en falso, porque nada es hasta el final lo que decimos que es. De hecho, si todo fuese amor no habría amor. Decir es juzgar —y juzgar, separar. Word is sword, que decía Shakespeare. Y aquí la espada es la de Perseo. No es anecdótico que Adán, una vez fue capaz de distinguir el bien del mal, se alejara de lo divino. Por no decir que lo sepultó, al transformarlo en una abstracción —en un nombre cuyo referente es un eterno porvernir—.

(Con todo, Elohim no podía ignorar que la transgresión va con la prohibición de comer del árbol del conocimiento. Pues aquí aceptar la interdicción implica un poder distinguir entre el bien y el mal. En este sentido, el castigo fue el don —la herencia, el testamento— de Elohim. Como si Dios mismo nos hubiera liberado de Dios. Y en esto consiste la creación del hombre. Tampoco es casual que el hombre fuese, precisamente, la respuesta al enigma de la Esfinge.)

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