poli-mono
septiembre 1, 2022 § Deja un comentario
La cuestión del politeísmo es, en el fondo, una cuestión política: qué dios detenta el mayor poder. Ciertamente, la cuestión es análoga a la del arjé. Y no es casual que la raíz del término arjé pertenezca, precisamente, al campo de lo político. En definitiva, la pregunta es por el principio —la fuerza, el poder— que gobierna cuanto es. La diferencia entre Zeus y el agua reside en que el poder del agua no es arbitrario: nada puede darse fuera de los límites que impone la naturaleza del agua. Desde esta óptica, el poder determina, por tanto, un campo de las posibilidades —un cosmos—.
¿Cambia la cosa con la irrupción del monoteísmo? De entrada, no lo parece. Al menos, porque Yavhé es el dios que, frente al resto de los dioses, garantiza la victoria de Israel. Sin embargo, con el tiempo y, sobre todo, tras la experiencia del exilio, Yavhé pasa a concebirse como el único Dios o, si se prefiere, como Dios en verdad. ¡El resto de los dioses ya no son divinos! O por decirlo de otro modo, la experiencia espontánea de lo divino es dejada atrás. Y no porque se vuelva más sofisticada o mística, sino porque, según Israel, aquellos que pueden experimentar la genuina trascendencia de Dios son, de hecho, los que lo encuentran a faltar —los que sufren el abandono de Dios y viven de su promesa—. No hay, por tanto, un dios para el crecimiento de la hierba y otro para los huracanes o el amor. El poder de Dios en verdad es un poder que apunta al todo. Pues el todo no lo es aún todo en relación con un Dios que se revela como su eterno por-venir. De ahí —de nuestra común orfandad— que el cualquiera se haga presente como hermano. Y, de momento, esto es lo más.
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