felicitas
octubre 26, 2022 § Deja un comentario
Que, a través del despliegue de la denominada psicología positiva, la felicidad se haya convertido en el objetivo prioritario, incluso en el ámbito de lo político —nos llamaría la atención la cantidad de dinero destinada a medir objetivamente la felicidad de los ciudadanos— es uno de los mayores logros de liberalismo. Pues la idea de fondo que encontramos en la psicología positiva es que la felicidad no depende de las circunstancias —entre ellas el nivel de ingresos—, sino de lo que uno hace consigo mismo. Ciertamente, se trata de una idea que encuentra su arraigo en el socrático cuidado del alma. Pero no me atrevería a decirle a quien ha visto morir a sus hijos de hambre que, para superarlo, basta con ejercitarse en el estoicismo. Ni a los perdedores que su fracaso es culpa suya por no haber sabido perseverar en sus ilusiones. Sin embargo, aun cuando sea cierto que el éxito no garantiza la felicidad, al menos porque cualquier éxito no deja de ser un malentendido, también es cierto que donde permanecemos sepultados en los márgenes de la sociedad difícilmente vamos a lograr un mínimo de felicidad, salvo que nos droguemos. De ahí que el mensaje de la psicología positiva sea enormemente tóxico: no es necesario cambiar las estructuras, redistribuir las rentas, garantizar un sistema digno de salud…; basta con cambiarse a uno mismo. Ante esta consigna, no sé si acaso no sería preferible seguir con unas cuantas dosis del viejo opio para el pueblo. El libro de Barbara Ehenreich Sonríe o muere debería leerse obligatoriamente en las escuelas. Pero los tiros, desafortunadamente, no irán por ahí. Y es que hasta en las escuelas ha penetrado el mantra de que lo que importa es que el niño sea feliz. Alguien debería decir que la felicidad es, como el sueño, un producto lateral, algo que nos pilla haciendo otras cosas.
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