Dios y la nada
abril 15, 2023 § 2 comentarios
Dios es, por definición, eso que nos puede por entero. No es posible pensar a Dios —como tampoco experimentarlo— sin plantear la cuestión el verdadero poder. Dios pasó a ser irrelevante una vez dejamos de sentir temor de Dios, en el sentido bíblico de la expresión (y no porque no hubiera nada que temer). Y aquí hay que tener en cuenta que no hablamos del miedo. Si lo hemos olvidado es porque hicimos de Dios una variante del amigo invisible de la infancia… lo cual, dicho sea de paso, nos convierte en idiotas, esto es, en aquellos que no se enfrentan a ninguna alteridad. Ante Dios —ante su poder—, no cabe otra posibilidad que la que Dios quiera.
Por tanto, si Dios nos puede, entonces lo divino en sí mismo está más cerca de un poder anónimo —del poder de la muerte o la aniquilación, al fin y al cabo, de la nada— que de cuanto cabe imaginar, precisamente, como divino. Pues imaginar a Dios inevitablemente supone imaginar que Dios está de nuestro lado (o que cabe ponerlo a nuestro favor). Que creamos que Dios decide nuestra suerte —nuestra condena o salvación—; en definitiva, que creamos que Dios se interesa de algún modo por nosotros constituye una derivación de la experiencia más elemental —más abismal— de lo divino. Y es que, como decíamos, quien imagina a Dios lo reduce a su medida. Nadie fantasea con un Dios terrible. De hecho, no hay necesidad: lo llevamos en lo más profundo de nuestra psique. Y porque modernamente Dios quedó sepultado en nuestro inconsciente, podemos deambular por el mundo como si no hubiera Dios.
Sin embargo, si cabe creer que Dios quiere que el hombre viva es porque hubo creación, porque esta voluntad precede a la nada. O por decirlo de otro modo, porque la nada de Dios retrocedió para que fuera posible el mundo y, en definitiva, la humanidad; en última instancia, porque Adán nace por la negación de Dios, en el doble sentido de la preposición. Ahora bien, esto equivale a que decir porque Dios es su renuncia a ejercer como Dios, su voluntad de salir de sí mismo hacia lo otro de sí, hacia aquel que, como la alteridad de Dios, tendrá que negarlo en un primer momento. De ahí que si Dios es un Dios presente como alguien —si Dios tiene un rostro, el rostro que vence, al trascendenrlo, el poder anónimo de la nada— es porque hubo quien confió en su misericordia donde no era posible confiar. Aunque muriese como un apestado de Dios, colgando de una cruz. O por eso mismo.
(TÚ)
Que Dios renuncia a ejercer como Dios.
Que Dios se dirige hacia lo otro de sí
Que la alteridad de Dios es aquello hacia lo que Dios se dirige.
Que Dios es un ser presente como alguien
Que la misericordia de Dios es posible donde no es posible confiar
…….
(YO)
𝗥𝗲𝗻𝘂𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗱𝗶𝘃𝗶𝗻𝗮, 𝗰𝗼𝗻𝗳𝗶𝗮𝗻𝘇𝗮 𝘆 𝗺𝗶𝘀𝗲𝗿𝗶𝗰𝗼𝗿𝗱𝗶𝗮.
El tercer párrafo me ha hecho pensar al ver cómo pretendemos saber algo de Dios, confiando tanto en nuestras argumentaciones.
Lo que hemos olvidado en realidad es la actitud por la cual el oráculo afirmó que Sócrates era el más sabio de todos los hombres.