nietzscheanas 60
abril 16, 2023 § 1 comentario
¿Qué significa nihilismo? Sencillamente, que de la vida no cabe esperer nada nuevo —nada extraordinario, ninguna aparición. En cualquier caso, su farsa: la novedad, la noticia, el oropel. Ahora bien, donde no cabe nada extraordinario —nada que no pueda terminar encajado en el suceder de los días— la existencia deja de hallarse sub iudice. Ya no es posible distinguir, salvo espuriamente, entre lo condenado y lo salvado —entre lo que vale y lo que no. Pero esto equivale a decir que la vida se queda sin lenguaje. En su lugar, la retórica. Tras la muerte de Dios, ya no habrá más voces, sino trazos que remiten a otros trazos. En vez de Agustín, Derrida.
No es casual que Nietzsche escribiera aquello de que no nos libraremos de Dios hasta que no nos libremos de la gramática (y acaso esta sea una de sus sentencias más profundas). Y quien dice Dios, dice el Bien. Juicio y lenguaje van a la par. Decir es juzgar. Al menos, porque necesitamos decirnos que el abrazo de una madre, pongamos por caso, traduce el amor hacia el hijo, lo que, en principio, debería ser. Y necesitamos decírnoslo —tenemos que opinar— porque no podemos soportar la indecisión del mundo. La opinión proporciona una falsa claridad en tanto que no le da ninguna oportunidad a lo que también podría ser dicho. Ciertamente, al opinar sopesamos… dando por sentado que acertamos con la medida. Pero la balanza nunca permanece en equilibrio: lo que en un momento se nos muestra como amor, en otro se nos mostrará como su contrario. En el mundo, todo es indecisión, ambivalencia, oscilación. En el abrazo de una madre también hay amor hacia el vínculo con el hijo, unas dosis de egoísmo que no debieran estar ahí. En cuanto que nos traemos entre manos, no hay plata sin ganga.
Así, nos vemos obligados a juzgar, a picar como mineros. No obstante, la plata que obtendremos es solo brillo —únicamente doxa. Y no es lo mismo el brillo que la luz. En este mundo, el no es siempre el envés del sí, el polvo que es barrido bajo la alfombra cuando nos decimos que en el abrazo de una madre hay tan solo amor. Pero al igual que cuando creemos estar convencidos que dicho abrazo no es más que amor hacia el vínculo con el hijo (y aquí el polvo sería el más que). Todo decir es un hágase —un así sea, un amén. Sin embargo, nada de lo que decimos que es acaba de ser —nada termina de hacerse. Ciertamente, el lenguaje apunta por defecto a lo absoluto o sin tara. De hecho, este es su prejuicio fundamental. Pero, porque tan solo apunta, el lenguaje se convierte en un fraude cuando nos tomamos demasiado en serio el presente, la cópula, el es del esto es así—cuando nos apropiamos del hágase por el que hubo creación (y aquí conviene tener presente que la nada es el fondo, siempre latente, de lo creado). En definitiva, el lenguaje deviene una estafa cuando juzgamos antes de tiempo.
Puede que no sea secundario que en la Biblia la palabra arraigue en la promesa de Dios. La sospecha sobre el presente fue antes bíblica que nietzscheana. Para Israel, no hay propiamente lo que es. La realidad no subyace a las apariencias. En vez de lo profundo, un porvenir —en vez del es, un será. Una confianza insensata ocupa el lugar del saber: Dios dirá. Mientras tanto, el aún no es. El juicio —la palabra— solo pertenece a Dios. Sin embargo, Dios en-sí es el Dios que guarda (el) silencio. Aun cuando se trate de un silencio elocuente, el que se expresa, precisamente, en el puro haber o ab-soluto. El silencio de Dios abraza el mundo. Babel —la confusión de lenguas, la cháchara— fue el resultado de una apropiación indebida.
De ahí que Nietzsche quizá errara en las fechas. La des-aparición de Dios —en bíblico, su retroceso o paso atrás hacia un futuro imposible— sucedió, no en nuestros tiempos, sino una vez Adán quiso darle la espalda, en definitiva, dejar de ser un animal para ocupar el lugar de Dios. A partir de ese instante, el ídolo, la imagen, la representación sustituirán al otro en cuanto tal —el haber del mundo al puro haber. No hay mundo para el animal. A lo sumo, un estar en el haber. Las bestias no existen: son. La culpa —la enajenación— es el dorso de la existencia. La des-aparición de Dios —su muerte— van con el existir. Pues existir es vivir como arrancados. De algún modo, con el advenimiento de nuestros tiempos lo que perdimos de vista fue el asunto Dios. Sencillamente, ya no interesa. Sin embargo, este pasar del asunto no salió gratis. ¿El precio? Que la cópula deviniese una ficción (y el hablante que carece de ironía, un prestigitador que ignora su truco).
Nihilismo significa, por tanto, que gana lo ordinario, la eterna repetición del gris, de los medios tonos, de la ambivalencia. Si no lo vemos es porque la ilusión —el espejismo, el señuelo— nos impide verlo. Pero, como sabemos, la desilusión es el destino de la ilusión. El único modo de superar el nihilismo —de no quedar sepultado por la nada— es, según Nietzsche, bailando, sea sobre un campo de amapolas o sobre las fosas comunes de la historia. Nihilismo significa, por tanto, que no habrá reparación para las víctimas del pasado. La bendición no triunfará sobre la maldición. El ángel de la historia no vuelve su vista atrás con espanto. A lo sumo, se encoge de hombros.
A Nietzsche no puede negársele la lucidez. Por eso, difícilmente terminaremos de percibir el alcance de la fe bíblica de no tener en cuenta que bebe de esa misma perspicacia. Pues no hubo profeta que no fuese consciente de que una existencia alejada de Dios se asienta sobre la falsedad —ningún profeta que no temiese a Dios y, en consecuencia, la posibilidad de la aniquilación. Es verdad que en el profetismo hay mucha acusación. Así, hay desgracia porque no hacemos lo debido —porque no vivimos como hermanos. Pero, en el fondo, un profeta no podía ignorar que somos incapaces por nuestra cuenta y riesgo de cumplir con la voluntad de Dios. En realidad, lo extraordinario —la aparición que suprime la ambivalencia— bíblicamente siempre se ofrece como un increíble porvenir. Y ello en nombre de una vida dada, precisamente, como excepción —como gracia. Tertium non datur: o bien, nos ponemos a bailar; o bien, esperamos lo que en modo alguno puede reducirse a un ideal en el que quepa creer desde nuestro lado. El resto es trampantojo.
de todas las ideas y cuestiones planteadas en el artículo si me hubiera de quedar con una sería :
¿Qué significa que la vida se quede sin lenguaje?
Que la vida pierde su capacidad de ser juzgada.
Vida sin lenguaje: Juicio perdido