et incarnatus est
mayo 21, 2023 § 3 comentarios
Donde Dios se da por descontado como el fundamento de cuanto es, cabe creer en Dios aunque no haya ningún hombre de Dios. Al fin y al cabo, este Dios pertenece a otro nivel. Pero si es verdad lo que proclama el cristianismo, a saber, que no hay otro Dios que el encarnado, entonces no cabe creer en Dios al margen de la fe de quien lo encarna. Dicho de otro modo, si es posible creer es porque él creyó antes o por nosotros, esto es, en nuestro lugar. Me atrevería a decir que no terminamos de comprender el alcance del credo cristiano hasta que no admitimos que si llegara a demostrarse que el crucificado fue un impostor, pongamos por caso un cínico que nunca creyó en lo que predicaba —y de paso, todos los santos—, la fe se iría por el desagüe junto con el agua sucia. Pues cristianamente la fe en Dios se basa en la fe —la confianza— que depositamos en aquel que fue crucificado en nombre de Dios. Por consiguiente, de fallar esta confianza, no puede haber fe que valga. Quizá pueda seguir habiendo creencia, ideal, o ilusión, pero no esperanza.
Me parece que la piedra angular reside en la palabra «confianza»
Un puente tiene un punto de partida, un punto de llegada, y una parte en medio.
La confianza en Jesucristo es como el punto de partida, la confianza en Dios es como el punto de llegada. La parte de en medio es la conversación, la parte práctica y real de la fe.
¿Es la esperanza un sentimiento?
siguiendo el pensamiento del wittgensteinianismo, cuando se dice «Espero que él venga», o
¿qué ocurre con la oración «Ya no espero más que vaya a venir»? ¿es esto un informe sobre su estado anímico ?
¿Podría alguien sentir durante un segundo profundo amor o esperanza —sea lo que fuera lo que precedió o siguió a ese segundo?
Al final Wittgenstein dice que los fenómenos de la esperanza son modificaciones de esta complicada forma de vida
Si la confianza se «deposita», quizá sea sobre todo un habitus, probado en todos los desiertos posibles de la vida pero aun así siempre frágil, con su origen en un anhelo/teshucá que en un momento dado se manifiesta como con fundamento y se hace virtud –nunca propiedad–, mediante la misma prueba. Por eso se puede pedir por ella.