volver al quicio
septiembre 1, 2025 § Deja un comentario
La paz de ánimo —la serenidad— solo se alcanza aceptando que formamos parte de aguas que nos cubren, como decía Merton. Y esto, hasta cierto punto, es así.
Sin embargo, hay otra espiritualidad, aquella en la que el creyente es sacado de quicio por el llanto ensordecedor de las víctimas de la historia. Aquí, la paz de ánimo encuentra su envés en la tensa esperanza de quien mantiene los ojos abiertos y las manos ocupadas repartiendo el pan de cada día. El compromiso creyente con los hambrientos posee, en realidad, una dimensión eucarística y, por eso mismo, sacramental.
El riesgo de la espiritualidad del formar parte es el de acabar siendo espectadores del naufragio de tantos. Como también, el riesgo de la espiritualidad de los dequiciados es el de transformar la esperanza en un ideal al alcance de nuestro activismo.
No hay, por tanto, respuesta a lo que debemos hacer. En su lugar, llamada. Es decir, in-vocación. Y Dios ya decidirá, como quien dice.
no hay tautología
agosto 31, 2025 § Deja un comentario
El principio de identidad —A es A— es algo más que una verdad formal, al revelar el doble lenguaje que constituye el habla. Ciertamente, cuando nos situamos exclusivamente en la perspectiva lógica, perdemos de vista su carácter revelador. Pero el principio de identidad es inútil —esto es, no sirve como regla del apañárselas con cuanto nos rodes— si no remite, al fin y al cabo, a un algo. A es A no dice nada si no podemos afirmar que una manzana es una manzana.
Evidentemente, si permanecemos en el lado del concepto, no hay más que decir. Y por eso mismo, una madre es por definición una madre, pongamos por caso. Pero una vez descendemos al terreno de la individualidad, siempre cabe decir más. Pues individualidad significa posibilidad de negar el ajuste con el concepto, un ajuste por el que —conviene destacarlo— lo particular llega a ser, precisamente, lo que es. Y dado que esta posibilidad permanece, cuando menos, latente en lo más íntimo, la negación se revela como el sesgo de la individualidad.
Así, la posibilidad de que una madre abandone a sus hijos sigue ahí, en cualquier madre… en tanto que madre. De lo contrario, no tendría sentido hablar de malas madres. No hay madre que, siendo una buena madre, no conserve en su seno a la mala. De ahí que antes nos refiriésemos al habla como doble lenguaje, en definitiva, a la ambigüedad que atraviesa cuanto es. Hablamos, en definitiva, del tiempo.
Para entendender mejor esto último, consideremos lo siguiente. Decimos el presente es presente. Y creemos estar diciendo una obviedad. En cierto modo, es así. Pues, siendo lo obvio lo obviado, solemos pasar de largo ante este tipo de afirmaciones. Ahora bien, porque pasamos de largo, no nos damos cuenta de que la obviedad dice siempre más de lo que aparentemente dice. En este caso, que el presente se nos presenta como presente, es decir, como dádiva. De este modo, al presentarse como don, la presencia de cuanto tiene lugar es remitida a un antecedente que, en última instancia, apunta al pasado absoluto de un puro ahí. Todo es de nada.
En general, podríamos afirmar que con el principio de identidad, una vez se aplica a lo que es, la primera aparición del término se sustrae a la segunda —y por eso mismo deviene algo más. A es A —algo es lo que es— porque A no acaba de ser A. Es lo que tiene la singularidad de un A —en definitiva, del esto que es A. Esta sustracción o retirada sostiene la posibilidad de dejar de ser lo que se es. Todo esto se encuentra infectado de la nada de un puro ahí —de la nada de la que procede… pues hay algo porque la nada no es; porque la realidad de la nada del puro haber consiste en una negación de sí: no es nada. Hablamos, por tanto y como decíamos, del tiempo. Así, es verdad que un amigo es un amigo. Pero porque la amistad determina al amigo como tal, el amigo es algo más que un amigo,a saber, alguien que podría dejar de serlo.
Más aún: quien dice yo soy el que soy ya por eso mismo está más allá de su concepto, modo de ser o aspecto. Ahora bien, por eso mismo, sin su aspecto ese yo no es aún nadie.
Traducción cristológica: Dios —trinitariamente, el Padre— está eternamente más allá de su cuerpo porque sin ese cuerpo colgando de una cruz no es nadie. Y si pillamos esto —mejor, si no lo experimentamos, es decir, padecemos— va a resultar difícil no escandalizarse… por poco que conservemos una cierta sensibilidad religiosa.
el darse de Dios y la idolatría
agosto 29, 2025 § Deja un comentario
Que el en sí sea siempre un para mí implica que Dios aparecerá como dios. Dios en sí se revela como la abstracción de dios —como lo que queda de Dios donde ya no queda nada del dios. Y no hay nada más real que lo abstracto.
La idolatría es, por tanto, inevitable. La cruz —el silencio de Dios en medio del infierno— es el único antídoto. Pues en la cruz hace saltar por los aires cualquier creencia o suposición —todo mapa mental. La cuestión es qué vida puede haber más allá del Gólgota —más allá de la revelación de Dios.
Para los griegos, esta pregunta carecía de sentido. Pues, según ellos, nada humano sobrevivía a la catástrofe, al derrumbe de los cielos. Ya conocemos, en cambio, la respuesta cristiana: tan solo cabe esperar la vida de quienes regresan con vida de la muerte —y esta vida es la vida de Dios.
Ahora bien, no hay vida sin cuerpo. Ni siquiera la de Dios. De ahí, los relatos de la resurrección, en definitiva, de esas víctimas que estando muertas , al no tener ya vida por delante, llegan a perdonar, y creemos que desde lo más íntimo de ellas mismas, a sus verdugos.
¿Imposible? Por supuesto. Ahora bien, no terminamos de comprender qué significa hallarse expuestos a la realidad de Dios —a su acontecimiento— donde seguimos aferrados a lo que el mundo puede admitir como posibilidad, incluyendo la religiosa.
de entrada
agosto 27, 2025 § Deja un comentario
En el prólogo al cuarto evangelio encontramos, como es sabido, algo que si se piensa bien, resulta cuando menos curioso, a saber, la utilización del término logos, un término extraño a la tradición deuteronómica. También es sabido que los evangelios se escriben en una época en la que la influencia del helenismo se respiraba en el ambiente. Por eso mismo, Juan pudo asociar, y como quien no quiere la cosa, la Palabra de Dios a la razón que rige cuanto es.
Ahora bien, digo que es curioso porque esta asociación admite una doble dirección. O bien, la entendemos asimilando a Jesús de Nazaret a lo que se nos muestra naturalmente como divino. O bien, vinculando la experiencia de lo divino a quien muere como un apestado de Dios. Es evidente, que con esta segunda lectura lo divino deja de presentarse como hasta el momento. Tras el Gólgota, las cosas de Dios, por así decirlo, no permanecen donde estaban. De ahí que podamos hablar de revelación. En cambio, desde la primera óptica tan solo hay ilustración. Aunque nos sorprenda. En el primer caso, partimos de Jesús es Dios. En el segundo, de Dios es Jesús.
No obstante, el triunfo histórico del cristianismo se debe a que, como Iglesia, nunca renunció a esta ambigüedad, la que se mueve entre la religión y la fe, una ambigüedad que se desprende de la circularidad de las dos fórmulas anteriores. De hecho, popularmente siempre se prefirio seguir con esa variante del ángel de la guarda de nuestra infancia —la que no quiere saber nada del escándalo de la revelación— que con el Dios que, desde el principio, no quiso ser nadie sin la adhesión incondicional —es decir, contra toda evidencia— del hombre de Dios.
la oración como mantra
agosto 26, 2025 § Deja un comentario
Limitarse a recitar lo que otros oraron en verdad… Como quien quiere permanecer cerca… estando lejos. Muy lejos. Y puede que este recitar sea incluso más auténtico que la oración de quienes, al orar, se apoyan únicamente en su sensación de contar con la ayuda de Dios. Al final, la fidelidad es seca.
retrocesos espirituales
agosto 23, 2025 § Deja un comentario
Donde olvidamos que la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos —ese imposible— nace de la pregunta por el destino de las víctimas inocentes de la historia —esto es, donde esta cuestión no provoca nuestro insomnio, como quien dice—, fácilmente hacemos de dicha esperanza el motivo de una ilusión: “no terminaré muriendo”. Como si la resurrección de los muertos fuese, simplemente, un modo de hablar de la inmortalidad del alma. Y, evidentemente, no se trata de lo mismo.
padre e hijo
agosto 20, 2025 § 2 comentarios
El cristianismo es la religión del Hijo. Y porque es así el Padre se hace presente —llega a ser el que es— en el centro de lo histórico. El Hijo, estrictamente, no representa a un Padre que habita los cielos como pueda habitarlo un dios. Pues el Padre, por sí solo, aún no es Dios, sino la voluntad de Dios, una voluntad cuya aspiración es, precisamente, la de tener un cuerpo. Dios llega ser el que es en la carne. Este y no otro es, de hecho, el leitmotiv de la dogmática trinitaria, su música de fondo.
La cruz del Hijo, por tanto, arranca al Padre de su aún nadie —de su silencio. Por la entrega del Hijo, el Padre es, por tanto, alguien y no, simplemente, algo sumamente poderoso. Proclamar, como proclama el cristianismo, que Dios es Jesús —y que, por eso mismo, Jesús es Dios— equivale a confesar, por tanto, que el crucificado, un hombre de Dios, es el quien de Dios. Más allá de silencio de Dios hay la carne de Dios.
Comprender el cristianismo como una religión entre otras es no haber pillado todavía su audacia —su desconcertante seriedad. Quizá no fuese casual que los romanos tildasen a los primeros cristianos de ateos. Pues que, desde el principio, la voluntad de Dios —la voluntad que es Dios en sí— fuese la de depender del hombre que depende de Dios no es algo que termine de casar con lo que espontáneamente entendemos por divino. Y porque la revelación siempre nos coge con el pie cambiado, quizá tampoco sea casual que muchos de los se dicen a sí mismos cristianos sigan dirigiéndose al Padre como si este fuese alguien al margen de su cuerpo. En este sentido, podríamos decir que su cristianismo es el de Jesús que anduvo por Galilea, esto es, un judaísmo edulcorado con los toppings —o la excusa— de Jesús de Nazaret como enviado de Dios.
el prejuicio de la mística
agosto 18, 2025 § Deja un comentario
La experiencia mística presupone, conceptualmente, que pertenecemos a y no solo formamos parte. O por decirlo de otro modo, que en el fondo de cuanto es habita el Espíritu, cuyos destellos se encuentran en lo más profundo del alma. El arrebato místico sería, por tanto, el correlato sensible de esa pertenencia esencial. Con estos arrebatos, el yo perdería, sin duda, su individualidad, la cual arraiga en la negación del Espíritu…, pero sin dejar de ser uno mismo. Esto último parece contradictorio. Sin embargo, no lo es. Y es que, desde la óptica mística, somos los que pertenecemos a. En este sentido, la individualidad sería un espejismo.
Sin embargo, hoy en día, espontáneamente decimos que el arrebato mísitico refleja tan solo una alteración cerebral. Así, se provocaría igualmente un efecto místico ingiriendo, por ejemplo, ciertas drogas o padeciendo determinadas enfermedades mentales. La pregunta es si esta constatación demuestra que la experiencia mística es tan solo una ilusión.
La respuesta, no obstante, es inmediata… si tenemos en cuenta que no hay hechos químicamente puros. O mejor dicho, que no hay visión que no posea una carga teórica, esto es, que no lleve incrustada un saber de qué se trata, al menos hasta cierto punto. Todo ver es un ver como.
Por ejemplo, si ahora pudiéramos mostrarles un billete de cincuenta euros a los antiguos egipcios, no verían dinero. No podrían verlo. En su mundo, sencillamente, no hay papel moneda —ni puede haberlo. Paralelamente, a los viejos chamanes no les impresionaría la crítica moderna a la cosmovisión religiosa: tú ves lo que ver porque has ingerido peyote. Que pudieran acceder al éxtasis a través de estimulantes o de ciertos estados mentales es, de hecho, lo que daban por descontado. Es decir, no cuestionaría su convicción fundamental, a saber, que hay un mundo superior y que es posible acceder a él… a través, precisamente, de ciertas prácticas. Estas serían, por eso mismo, la llave que abriría la puerta.
De ahí que la crítica moderna a la religión solo sea posible desde el presupuesto de que no hay otro mundo, ontológicamente superior. Así, antes que descubrir, los argumentos ilustrados confirmarían el prejuicio del que parten. Al igual que en el caso del viejo chamán. O de Teresa de Ávila.
Y ahora la pregunta es qué prejuicio daría en el clavo de lo real. Evidentemente, la respuesta dependería de lo que entendamos por real. Pues bien, no parece que podamos decantarnos por los antiguos… si no partimos de nuestro estar constitutivamente expuestos a una alteridad que, en sí misma, anda rozando la nada. Donde partimos del ego cogito como principio y fundamento del saber, no puede haber otra verdad que la que se muestra como adecuación entre nuestras representaciones mentales y los hechos a los que estas apuntan. Sin embargo, la verdad de la alteridad avant la lettre en modo alguno puede comprenderse como adecuación. Pues que haya alteridad no es, propiamente, un hecho. Pero este es otro asunto.
la experiencia de Dios
agosto 17, 2025 § Deja un comentario
Por lo común, decimos que experimentamos el hambre o la sed, el desprecio o el triunfo, la violencia, el amor… También, la vida en su conjunto… siempre y cuando podamos comprenderla como un trayecto hacia —como consumación—, esto es, como un viaje y no como una mera sucesión de las cosas que nos pasan. No obstante, estas experiencias quizá no puedan ponerse en el mismo saco.
Una experiencia avant la lettre, y a diferencia de lo sensacional, ese chute de adrenalina, siempre apunta al acontecimiento que interrumpe —y en vertical— la rutina diaria y, por eso mismo, no saca de su quicio. Y esto así aun cuando esa irrupción sea el precipitado de un éxodo interior. Nadie experimenta, propiamente hablando, una montaña rusa o un juego. Aquí, en cualquier caso, estaríamos únicamente ante la imitación de la experiencia, al igual que la novedad supone el simulacro de lo nuevo. Y es que la experiencia supone, en cualquier caso, la invasión de la alteridad, la cual se presenta siempre como la realidad del aún nadie.
Teniendo esto en cuenta, podríamos ahora preguntarnos en qué consistiría una experiencia de Dios. Espontáneamente, creemos experimentar lo divino ante lo gigantesco, el exceso natural que desborda por entero nuestra sensibilidad. Pero esta experiencia es, en tanto que relativa, circunstancial. Pues basta con que aprendamos a dominar lo gigantesco para que deje de conmovernos.
Ciertamente, la devastación que supone un tsunami o el estallido de un volcán puede marcar nuestra existencia, dividirla en un antes y un después. Pero esta división será epidérmica —aunque la herida sea profunda— si no queda abrazada por el silencio que cubre por igual tanto los cadáveres abandonados en el campo de batalla como la sonrisa inocente de un niño. Es a partir de este silencio que podemos comenzar a hablar sin caer en la cháchara.
De hecho, los textos bíblicos que remiten a la experiencia de Dios van en esta dirección: desde el cara a cara de Moisés en el Sinaí hasta el Gólgota, pasando por Elías y, aunque no en último lugar, Job. Es verdad que, bíblicamente, la experiencia de Dios es la de su voz. Ahora bien, esta no se escucha directamente, sino a través del clamor de los que sufren su altura, esto es, de quienes experimentan el silencio de Dios. De ahí que la fe, propiamente, nunca dé por descontada la ayuda de Dios. La esperanza creyente fue, antes que una previsión, un permanecer a la espera de la Palabra de Dios. Al fin y al cabo, un Dios invisible, como tal, no puede aparecer.
Sin embargo, el cristianismo da un paso al frente. Pues los testigos del acontecimiento del Gólgota, tan ligado al tercer día, comprendieron, aunque no sin cojear, que no hay —ni habrá— otra presencia de Dios que la del abandonado de Dios que se abandona a Dios. De ahí que el crucificado sea, cristianamente, reconocido como la Palabra de Dios. Para un cristiano, la experiencia de Dios no consiste únicamente en soportar fielmente su silencio —y obrar en consecuencia—, sino en adherirse al crucificado. Esto es, en seguirlo.
Por eso, en la perspectiva cristiana, la experiencia de Dios fue, y desde los comienzos, indisociable del encuentro con el crucificado. O, tras el paso de los siglos, con los de quienes siguieron sus huellas.
Otro asunto es que la cristiandad haya sobrevivido haciéndonos creer que es posible algo así como un acceso directo a Dios.
¿un Mesías militar?
agosto 15, 2025 § Deja un comentario
Cristianamente, se suele decir que la esperanza judía en un Mesías a la David, esto es, militar fue, al menos por parte de los discípulos, un malentendido. Sin embargo, al desestimar fácilmente esta esperanza, probablemente perdamos de vista el carácter provocativo del cristianismo. Pues quienes sufrieron la brutal dominación romana ¿acaso podían confiar en quien ofrecía la otra mejilla? Los prisioneros de Auschwitz ¿es que no miraban al cielo esperando los aviones de los aliados?
Creer que la violencia no libera, sino que, únicamente, pospone la liberación es, en realidad, una osadía. Y una osadía que, honestamente, no sirve a quienes permanecen aplastados por la bota del opresor… salvo que anden rozando la mística o el estoicismo. Ofrecer la otra mejilla es, al fin y al cabo, un gesto escatológico. En el mientras tanto, a veces, es necesario usar el látigo que expulsó a los mercaderes del Templo. De hecho, al de Nazaret no lo crucificaron por buenazo.
la inhospitalidad y el zen
agosto 12, 2025 § Deja un comentario
Israel fundó la religión de la inhospitalidad… si es que estamos propiamente ante una religión al uso. Pues, para quienes andan dando vueltas en busca de un tierra donde arraigar, resulta evidente que las mujeres y los hombres existen como arrancados —y arrancados no es lo mismo que separados. En cambio, el paganismo fue —y sigue siendo— una religión del formar parte, una religión campesina. En esta se trata, sobre todo, de alinearse con el viento más propicio, en definitiva, de sintonizar. Por otro lado y como es sabido, el budismo zen es una espiritualidad sin Dios —y esto significa, entre otras cosas, asumir que nada sostiene la vida que nos ha tocado en suerte. De ahí su concentración en el presente: ahora estoy escribiendo… y eso es todo. Una cosa tras otra. Sin horizonte. El maestro zen siempre se encuentra en donde está. Como una vaca —y no lo digo en un sentido peyorativo. Pues la vaca tiene suficiente con el agua que sacía su sed. No hay más. Nada que ver con la angustia de fondo de quien no termina de hallarse en su presente.
Así, en cada caso lo que nos saca de quicio no es lo mismo. En el caso del paganismo, el palo entre las ruedas, el inconveniente, el desajuste. De lo que se trata es de reparar. Para el budismo zen, el ruido del mundo, la distracción, el neguit de quien ignora de qué va el juego. Israel, sin embargo, no duerme ante la injusticia histórica: qué vida pueden esperar aquellos que murieron antes de tiempo a causa de nuestra impiedad. Y este es un interrogante cuya respuesta no es una solución.
Con todo, las diferencias tampoco es que sean tan nítidas. Los límites son borrosos. Y es que, por ejemplo, Israel también tiene su momento zen, como quien dice. Me refiero al momento del heme aquí, aquel en el que el creyente topa con el non plus ultra de la realidad divina, la que se revela, precisamente, como oscuridad y silencio. Desde la óptica pagana, el equivalente sería el momento de la muerte. De ahí que la espiritualidad pagana gire en torno al memento mori y, en definitiva, a la experiencia de la caducidad. Sea como sea, en estos momentos, somos de una pieza.
El aire de familia es innegable. Ahora bien, las diferencias también saltan a la vista… si no sufrimos miopía. Y es que lo decisivo es qué hacemos una vez nos hemos dado de narices con el muro. No es exactamente lo mismo en cada caso.
preexistencia
agosto 10, 2025 § Deja un comentario
Ciertamente, el teologúmeno de la preexistencia del Hijo se presta a malentendidos… los cuales tienen que ver con una lectura literal del prólogo del cuarto evangelio, el cual posee, sin duda, un carácter mítico. Pero una lectura literal del mito es, precisamente, lo que no debemos hacer. Y no porque exija una interpretación —no porque el mito, diciendo lo que dice, pretenda decirnos algo muy distinto. El mito no remite a ningún hecho… aun cuando no pueda evitar recurrir a la narración. En tanto, que apunta a una realidad anterior a los tiempos, en el mito no puede haber hechos que valgan —y, por tanto, lo verigiquen. Nada sucedió antes de que hubiera un presente. Pero una lectura espontánea del mito, inevitablemente, se interrogará sobre los hechos que correspondan a sus enunciados.
Ahora bien, que nada sucediera significa que sucedió la nada. En el fondo, el mito, en tanto que se dirige al origen de cuanto es —y teniendo en cuenta que dicho origen, por defecto, no puede pertenecer al mundo al que da pie— , tiene que enfrentarse a lo que es no siendo aún nada. Sin embargo, esto significa que la negación de sí es inherente a la nada. Literalmente, la nada no es nada. Y por eso mismo hay lo que hay. Ex nihilo.
La expresión teológica de esta especulación surge de inmediato. Si Juan escribe lo que escribe es porque, de algún modo, intuye que el Hijo, desde el principio, es el envés de la negación de sí del Padre. La Encarnación no fue una decisión que Dios tomase en un momento dado… como quien decide bajar al sótano para reparar una cañería suelta. De hecho, defenderlo supondría caer, de nuevo, en el docetismo y sus variantes. Dios, en sí mismo, es su kenosis. Por consiguiente, al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios. De ahí que el de Nazaret no fuera una representación, entre otras, del Hijo, sino el Hijo. Dios en sí aún no es nadie sin el cuerpo que, abandonado de Dios, se abandona a Dios. En el abandonado de Dios que se abandona a Dios se revela que Dios en sí es el sacrificio de Dios. Por este motivo, Dios es más que Dios, a saber, cuerpo de Dios. Y por eso mismo, alguien.
El mito da que pensar, decía Ricouer. Y, en cierto modo, es así. De hecho, es lo que hemos estado haciendo, aunque sea torpemente, al escribir estas líneas. Pero este pensar no se resuelve en una traducción. El mito está bien como está. Solo hace falta aprender a leerlo bien. Pero esto es, precisamente, lo difícil.
Dios es
agosto 2, 2025 § Deja un comentario
Si Dios en verdad es un Dios hecho cuerpo, entonces no cabe una descripción del en sí de Dios, ni siquiera aproximada. Y ello significa que al dar cuenta de la experiencia de Dios no podemos referirnos, honestamente, a las sensaciones que provoca lo suponemos que es Dios. Como sucede con el amor, con respecto a Dios, únicamente cabe una historia. Dios es la historia de Dios. Esto es, había una vez un hombre que…
ghostbusters
agosto 1, 2025 § Deja un comentario
Dios es espiritu. Esto es, un fantasma. Ahora bien, el fantasma es lo más real, el en sí que hay más allá del fenómeno. Ahora bien, no hay fantasma que no clame por tener un cuerpo. Nada más real, por tanto, que lo real en busca de ser algo —de la existencia.
heme aquí (y 3)
julio 31, 2025 § Deja un comentario
Dios —de hecho, su silencio— nos saca de quicio. Abraham. Pero no como pueda hacerlo lo gigantesco o el cuerpo desnudo de una mujer. Ante ambos, tan solo cabe reaccionar. No, en el caso de Dios. Pues de topar con el en sí de Dios —esto es, con la cruz, la oscuridad que desplaza el mundo hacia atrás—, tan solo cabe responder con un heme aquí; qué quieres que haga. O esto, o perecer.
el fiat de Maria
julio 30, 2025 § Deja un comentario
Debería llamar nuestra atención que el fiat lo pronunciase tanto Dios, al crear el mundo, como María. O su hijo, colgando de una cruz. Y más si tenemos en cuenta que el fiat creador encuentra su envés en la negación de sí de Dios. Como también, en el caso de María —o el del Hijo. Y teniendo en cuenta esta correspondencia quizá entendamos mejor qué significa que Dios, desde el principio, es el Dios que quiso depender del hombre que depende de Dios. De no haber habido ningún fiat por parte de la humanidad, Dios seguiría siendo la ignotum X de la existencia. Esto es, seguiría siendo aún nadie.
Así, la respuesta cristiana a la pregunta acerca de si hay Dios es que lo hay porque hubo quien llegó a responder su demanda. Es decir, porque hubo quien creyó.
la paz de Dios
julio 29, 2025 § Deja un comentario
Dios es interrupción. Hay un antes y un después en quien se encuentra cara a cara con el en sí de Dios —con el impenetrable silencio del Padre. Dios nos saca del quicio del hogar. No hay vuelta a Itaca que valga. El relato de Ulises es irreconciliable con el de Abraham.
Sin embargo, cristianamente, ¿acaso no se nos habla la paz de Dios? Sí, pero la paz de Dios no nos deja en paz. Al fin y al cabo, que Dios siga siendo depende del fiat del hombre a su elocuente silencio.
los justos de Sodoma
julio 28, 2025 § Deja un comentario
Quien lea Gn 18,20-32, el fragmento en donde Abraham intercede ante Yavhé por los justos de Sodoma, quizá se pregunte por qué Abraham considera que basta con diez para liberar al pueblo de la devastación… una devastación que, dicho sea de paso, vendrá por si sola. Pues Yavhé, debido precisamente a su altura, no va hacer, precisamente, nada. La pregunta, por tanto, es si acaso con nueve ya no valdría la pena.
Esta pregunta, sin embargo, revela lo que tienen las lecturas más espontáneas de los viejos textos, a saber, que arrastran los prejuicios de nuestro tiempo. Y es que estas lecturas probablemente olvidan que, en ese momento, lo que contaba no era el individuo, sino la tribu. ¿Un justo a solas? Inconcebible. O nos salvamos todos, o no se salva nadie. El individuo, de hecho, es un invento relativamente reciente. En el fondo, la pregunta que Abraham le dirige a Yavhé sería algo así como la siguiente: ¿y si la comunidad de los justos fuera insignificante?
Me atrevería a decir que una manera de entender este fragmento —y por extensión, la parábola del grano de mostaza— sería recordando aquello que contaron algunos de los que sobrevivieron a Auschwitz: que, aun cuando el lager los hubiera convertido en alimañas, si pudieron mantener una cierta esperanza —si pudieron creer que la aniquilación no sería la última palabra… a pesar de las evidencias— es porque hubo algunos hombres buenos en medio del infierno. Hombres sagrados, para los embrutecidos. Es decir, intocables. El Mal no alcanzó su corazón. Aunque terminasen muriendo a manos de los demonios. Al fin y al cabo, su presencia fue, antes que algo constatable, un acontecimiento vertical. Como todo acontecimiento.
heme aquí (2)
julio 28, 2025 § Deja un comentario
¿Qué observamos, por lo común, en la gente? Un continuo ir de aquí para allá. Esto es, un siempre estar en otra parte. Desesperación. Se trata de mantenerse ocupado, distraído, disperso. Y aquí la imaginación —la fantasía— juega su papel, un papel determinante. En el fondo, sigue operando la lógica del deseo, el cual siempre promete en falso. Como si la paz de espíritu dependiera de obtener lo que aún no poseemos.
¿Inquietud? No, en el mejor sentido de la palabra, aquel que vincula la inquietud con el espíritu de la búsqueda. Más bien, no poder soportar estar a solas. Pues detenerse supondría darse cuenta, como en el caso del coyote, de que bajo nuestros pies solo hay abismo. Todo, entonces, sería espejismo.
Por contraste, el momento de la sensación verdadera sería aquel en el que no cabe ir más allá, algo así como un hasta aquí hemos llegado. Ciertamente, estamos ante un momento paralizante. Es lo que tiene lo serio. Sin embargo, dicho momento también abre la posibilidad de un nuevo comienzo. Habrá un antes y un después.
Aunque, cogiendo el rotulador grueso, diría que hay dos tradiciones espirituales con respecto a este asunto. Una, sería la de Israel. La otra, la del budismo zen. ¿Qué las distingue? En ambos casos, el presente se vive, ciertamente, como absoluto: estar de una pieza en el aquí y el ahora. Como el artesano que vive centrado en —y por— su tarea. Pero, en el caso de Israel, a la constatación del hasta aquí le sucede el ahora qué quieres que haga. Y esto es lo interesante.
Pues la pregunta no es y ahora qué hacer, sino qué quieres… ¿Quizá porque el creyente se imagina un tú espectral? Es posible. Sin embargo, el tú al que responde Israel es, en verdad, el de aquellos que sufren el peso de un Dios en falta. Al menos, porque Dios se refleja, precisamente, en el rostro de los que claman por Dios.
En realidad, al margen de ester reconocerse en su rostro, Dios aún no sabe quién es. Como quien dice.
Ha-Satan
julio 27, 2025 § Deja un comentario
Que Satán sea el príncipe de este mundo no es un modo de decir que simplemente hay por ahí mucho mal. Significa que el Mal se escribe con mayúscula. Esto es, que no podemos erradicarlo simplemente haciendo lo debido. De hecho, los genocidios de la historia siempre se hicieron en nombre del Bien, escrito también con mayúscula: hay que arrancar las malas hierbas del jardín, exterminar la plaga. Evidentemente, ello remite a una culpa original.
Ahora bien, por eso mismo, la esperanza creyente no puede evitar la pregunta por el poder de Dios. Pues si existimos en medio de un combate entre las fuerzas de la bondad y las del odio, entonces el final de los tiempos no puede simplemente consistir en la extinción de la humanidad.
Sin embargo, tomarse en serio el cristianismo supone, por tanto, tomarse en serio que el poder de Dios reside en un crucificado en su nombre, el envés de la kenosis originaria de Dios. Y esto es, sencillamente, increíble. Y tiene que serlo. Pues la reparación del mundo no podrá suceder ex machina. De ahí que la fe no repose en la idea que podamos hacernos del cómo, sino en lo que debe acontecer en nombre de.
trascendencia y alteridad
julio 26, 2025 § Deja un comentario
La verdadera trascendencia, en tanto que alteridad tot court, no puede comprenderse honestamente en los términos de otro mundo. Como si este fuese una réplica de lo bueno que hay en el que nos ha tocado en suerte —y además, amplificada. En cualquier caso, imaginar otro mundo sería un modo legítimo de, literalmente, hacerse una idea y, en definitiva, de incorporar la trascendencia—… a condición de que ese otro mundo fuese extraño, por no decir delirante. Pues una absoluta alteridad es, por defecto, inasimilable. Y lo es, porque, al finy al cabo, carece de entidad. Estrictamente, es no siendo nada —y, por eso mismo, negación de sí, ur-acto.
Así, la alteridad no significa simplemente desconocimiento del en sí que sostiene lo fenómenico, sino que el en sí —lo absoluto— es kenosis. De ahí que haya Creación. De ahí que, en realidad, seamos criaturas. Aun cuando, de hecho, vengamos del mono.
combate e inteligencia
julio 25, 2025 § Deja un comentario
Me atrevería a decir que el cristianismo riega fuera de tiesto donde pretende adaptarse a los tiempos. Ciertamente, no puede prescindir de los tiempos a la hora de dar razón. Pero los tiempos siempre fueron el mundo. Y Dios y mundo no terminan de hacer buenas migas.
De ahí que el cristianismo no pueda evitar enfrentarse al mundo en nombre de la revelación que tuvo lugar en el Gólgota. El espíritu de combate es inherente a la espiritualidad cristiana. Esto es, sencillamente, así, aun cuando haya —es obvio— diferentes frentes y, por eso mismo, diferentes maneras de combatir.
El problema eclesial, diría, es que a los grupos más combativos les suele faltar inteligencia, mientras que los que poseen inteligencia no suelen enfrentarse al mundo. O al menos, de una manera lo suficientemente contundente como para que el enfrentamiento no ponga a Dios como excusa. Aun cuando no sea esta, obviamente, la intención.
messiah (y 2)
julio 24, 2025 § Deja un comentario
Esperamos al Dios interventor, ex machina. Normal. Pero no llega. Así, esperamos como quien espera a Godot. Pero ¿qué nos dice esto acerca de Dios? ¿Que no existe? ¿Que esperamos en vano? Quizá. Pero también podría darse el caso de que el mesías hubiese estado entre nosotros y no hubiéramos sido capaces de reconocerlo. De hecho, es lo que sostiene el cristianismo, a saber, que dicho reconocimiento fue post mortem —y solo pudo ser post mortem… en tanto que el acontecimiento mesiánico va de la mano de la revelación. De ahí que la esperanza cristiana consista en esperar su regreso y, consecuentemente, el final de los tiempos. Pues no regresará antes de que finalice el presente histórico. Estamos lejos de comprender el cristianismo donde renunciamos a su horizonte apocalíptico. No hablamos, por tanto, de un acercarse progresivamente a un ideal. Dios es interrupción.
Dios y el tiempo
julio 20, 2025 § Deja un comentario
Si la realidad de Dios debe comprenderse en términos temporales —pues su presente es el de un Dios por venir desde un pasado absoluto, anterior a los tiempos—, entonces su eternidad ¿no debería entenderse como la de un Dios siempre por venir?
Claro. Pues lo que está siempre por venir es Dios en sí mismo, en cristiano, el Padre. En su lugar, el Hijo. Cristianamente, DIos no tiene otro presente, otra presencia que la de su cuerpo. ¿Cómo pudimos olvidar tan fácilmente la audacia cristiana? ¿Cómo es que el cristiano aún sigue dirigiéndose a Dios como si no hubiese habido Encarnación?
mysterium
julio 19, 2025 § Deja un comentario
La pregunta es simple: ¿por qué el misterio de Dios, en vez de simplemente el misterio? ¿Porque, espontáneamente, nos preguntamos por el padre — por aquel que, desde arriba, responda a la cuestión sobre el sentido de la existencia y de paso ayudarnos? Quizá. Pero, como dijera Yeshayahou Leibowitz —creo recordar—, los que dejaron de creer tras Auschwitz, nunca creyeron en Dios, sino en la ayuda de Dios.
Ahora. bien, si Dios es el nombre al que apunta nuestra dependencia esencial, la pregunta, entonces, debería reformularse: ¿de qué depende nuestra entera existencia —de qué poder? La respuesta más natural, aquella que señala lo gigantesco, fue tachada de idolátrica por los profetas. En lo gigantesco, no reside la verdad de Dios. Sencillamente, el dios no es en verdad Dios. Y es que la dependencia del poder de un dios fue siempre relativa o circunstancial, un asunto de proporciones. Al fin y al cabo, el poder cambia de manos. Ciertamente, la crítica a la típica sensibilidad religiosa fue antes profética que ilustrada.
Pero si la extrema altura de Dios, la que apunta a un más allá de los cielos —y por eso mismo, de los tiempos— expresa el misterio bajo el que nos movemos, entonces la pregunta que se interroga sobre el qué —o el quién— de Dios ¿puede admitir una respuesta? Diría que no. O no, en los términos que esperaríamos. Pues Dios no es un ente aún por descubrir. Ni siquiera, un ente incognoscible… Al menos, porque lo incognoscible es en relación con nuestras capacidades cognitivas. El misterio de Dios es absoluto. Y lo es porque en la expresión el misterio de Dios pesa más el misterio que Dios. Dios es misterio. De lo contrario, Dios sería un dios, aun cuando añadiéramos el adjetivo supremo. Un Dios determinado no puede imponerse como la respuesta a la pregunta por la realidad de Dios.
Ahora bien, lo que esto significa, en última instancia, es que el referente del término Dios no puede ser Dios en sí mismo. Tan solo es lo que muestra una forma o aspecto. De ahí que la realidad de Dios en sí —la de su radical trascendencia— solo pueda pensarse como la nada que es no siendo. Y lo que esto significa, en definitiva, es que el misterio que es Dios en sí es el del acto inherente a la nada… por el que la nada es en su negación de sí: la nada no es. Y quien dice acto dice voluntad de sero amor. Ahora bien, comprender esto último supone comprender que no hay amor que no sea kenótico.
Hablar, por tanto, del misterio de Dios —o de Dios como misterio del mundo— supone, por tanto, una crítica implacable a la senbilidad tópicamente religiosa, aquella que da por descontado que Dios es un ente superior o, si se prefiere, supremo. Y de estas lluvias, la Encarnación, el que Dios se revele como carne. Pues la revelación de la que da fe la confesión cristiana consiste, precisamente, en reconocer que el crucificado es la forma de Dios —su presente, su cuerpo, su entidad, su quién.
¿El referente de Dios? Un crucificado en su nombre.
heme aquí
julio 18, 2025 § Deja un comentario
La expresión heme aquí es empleada en el Antiguo Testamento para transmitir la situación en la que nos hallamos ante Dios. Se trata de un estar en el que ya no hay escisión, es decir, en el que nos encontramos de una pieza, algo así como un hasta aquí. La inquietud —el espíritu de la búsqueda— pertenece al tiempo secular, aquel en el que no terminamos de encontrarnos en donde estamos.
Israel comprendió que el envés del heme aquí es un ¿y ahora qué? Es decir, ¿y ahora que debo hacer? Revelación y misión van de la mano. Teniendo en cuenta que Dios en sí mismo no se revela como dios, sino como el silencio que abraza cuanto es —el silencio que nos saca de quicio con asombro y temblor—, lo que sigue es obediencia o un tener que responder, el cual parte del no poder soportar el clamor de quienes viven como perros bajo el poder del Faraón. Mientras no nos hallemos en la situación del heme aquí , esto es, sin poder andar, descalzados, por no decir depojados, dicho clamor podrá herir nuestra sensibilidad, pero difícilmente con-movernos.
hacerse una idea
julio 17, 2025 § Deja un comentario
La esperanza creyente apunta a lo imposible. En concreto, a la resurrección de los muertos. Quien aún cree que Dios es una posibilidad del mundo —que Dios puede intervenir o mostrarse como tal en el presente histórico— no cree en Dios, sino en su idea de Dios.
Sin embargo, cuesta permanecer en lo imposible. Y de ahí que, inevitablemente, intentemos hacernos una idea. En este caso, como si la resurrección de los muertos fuese una historia de zombies. Ahora bien, Dios retrocede donde nos hacemos una idea —una imagen— de Dios. Pues toda idea es un posible. Quizá no sea anecdótico que Israel articulase su esperanza por medio del imperativo: en nombre de la bondad que tuvo lugar en medio del infierno, el Sí debe triunfar sobre el No —lo imposible, sobre lo posible. Aunque no podamos hacernos una idea del cómo sucederá. O por eso mismo.
esperanza y expectativa
julio 16, 2025 § Deja un comentario
La fe apunta a lo imposible en nombre de. Pues, de apuntar aun escenario del que pudiéramos hacernos una idea, la esperanza no sería más que una mera expectativa. Y la expectativa —el ideal— cuesta de mantener ante la evidencia, aplastante, de los poderes del mundo.
Así, comprender lo anterior supone que no cabe esperar la resurrección de los muertos como quien aguarda la lluvia tras meses de sequía.
conocimiento sensible
julio 15, 2025 § Deja un comentario
Nos dicen que nuestros deseos son un implante. Esto es, que no son nuestros. Y lo admitimos. Pues el argumento resulta inobjetable. Pero seguimos identificándonos con ellos —seguimos creyendo en su promesa. Como si no lo supiéramos.
Ahora bien, caeríamos en la cuenta, es decir, veríamos de qué se trata— si, tras finalizar el experimento del que formamos parte, nos dijeran que nuestros últimos deseos nos fueron directamente inyectados en nuestra mente. Tendríamos un conocimiento sensible de la situación.
Esta incoporación del saber —este hacer cuerpo— no equivale al momento eureka de Arquímedes. Al igual que el asombro no equivale a la curiosidad. No es lo mismo entender que comprender. De ahí la importancia de las imágenes a la hora de incorporar un caer en la cuenta.
El problema de las imágenes, sin embargo, es que fácilmente creemos en ella —fácilmente nos las tomamos demasiado en serio—… cuando lo cierto es que no cuentan toda la historia, por no decir que, sencillamente, no dan en el clavo de la verdad. Ciertamente, el memento mori que nos libera de lo que nos sucede y no importa lo tendríamos más presente si pudiéramos creer que nacemos incubando un alien que, tarde o temprano, terminará destripándonos. Pero, en ese caso, tampoco viviríamos. De ahí que nuestra relación con la verdad sea, cuando menos, tensa.
Y quizá sea por este motivo —porque las imágenes conducen fácilmente a la idolatría, a tomar el símbolo por lo que simboliza— que Israel se decantó por la shemà: antes que caer bajo la seducción de las imágenes, recuerda —ten presente— las historias que nos condujeron a la fe.
experimentar el más allá
julio 13, 2025 § Deja un comentario
La experiencia de Dios —de estar ante Dios— me parece indisociable del momento en el que la muerte se presenta como inminente. Sea la propia o la de tantos que no cuentan. Memento mori y vida del espíritu van a la par. Pues es en ese momento en el que caemos en la cuenta de que existir significa hallarse expuesto. Por no hablar de una dependencia esencial. Otro asunto es que lo vivamos como simplemente una desconexión —y puede que apretando los dientes. En cualquier caso, no habrá ningún saber que nos salve.
messiah
julio 12, 2025 § Deja un comentario
Israel comprendió en su momento que la presencia de Dios solo podía ser la del Mesías. Esto es, la de aquel que pudiera cargar con el peso de un Dios en falta o eternamente por venir. Lo que el cristianismo comprendió frente a Israel es que el Mesías no fue simplemente un heraldo , sino el cuerpo mismo de Dios. Y quién comprende la declaración cristiana hasta el final, comprende que, sin su cuerpo, Dios aún no es nadie. O mejor dicho: es el aún nadie.
el ser y el como
julio 11, 2025 § Deja un comentario
Decimos: esto es X. Pero lo que hay en el fondo es una metáfora, un como: esto como aquello. O mejor dicho, lo que hay en el fondo… una vez intuimos, cuando menos, el alcance de la cópula. Pues la cópula es reveladora donde el esto aún no es nada sin el como.
Evidentemente, la relación predicativa se sostiene sobre un uso pragmático de los nombres. Así al decir, por ejemplo, mesa por primera vez no hacemos más que etiquetar. Con la frase esto es una mesa no hacemos mucho más que ponerle un post-it al esto —a algo ahí. Posteriormente, convertiremos esta etiqueta en concepto, abstrayendo los rasgos comunes de las diferentes cosas que poseen el mismo nombre, precisamente, por su parecido. También, paralelamente, surge el adjetivo. Y aquí la cópula tiene únicamente la función de matizar: esta mesa es de madera.
Algo muy distinto, sin embargo, sucede cuando decimos Dios es carne. Pues, en este caso, nombramos lo desconocido a través de lo conocido. Y aquí la metáfora no es un modo de decir… entre otros. Es el decir por el que tiene lugar la aparición. Referirse a Dios, por tanto, es lo mismo que referirse a quien fue crucificado en su nombre.
¿Significa lo anterior que Dios no es más que el cuerpo que pende de una cruz? Esto es lo que defendería el nihilismo. Ahora bien, el cristianismo tampoco está tan lejos. Pues, en sí mismo, Dios aún no es nadie sin su aspecto. Y, cristianamente, el aspecto de Dios es el de un abandonado de Dios que se abandona a Dios. No obstante, y frente al nihilismo, lo que el cristianismo comprende —y lo comprende en tanto que Dios es, literalmente, padecido antes que comprendido— es que Dios es el cuerpo de Dios porque el más de Dios es el del sujeto que, en sí mismo es no siendo aún nadie. En la metáfora Dios es carne, hay un exceso que la identificación no agota. Y porque no la agota puede haber, en realidad, identificación. Este exceso, por consiguiente, no es el de lo gigantesco, sino el del residuo. Pues Dios, en cuanto tal, es lo que queda de Dios donde ya no queda nada de Dios. Espíritu. Jn 4, 24.
lingüística del misterio
julio 10, 2025 § Deja un comentario
¿Dios es misterio o, más bien, el misterio es Dios? ¿Cómo entender el primer es? No, como atribución, obviamente. A menos que estemos dispuestos a hacer de Dios un ente misterioso —y en ese caso, no sería Dios, sino un dios, la superioridad del cual es, por defecto, meramente circunstancial o relativa. Sin embargo, no entender el primer es como atribución supone entenderlo a la manera del segundo. Y aquí el término Dios no es simplemente el nombre —la etiqueta, el post-it— del misterio. Pues decir que el misterio es Dios presupone que la palabra Dios posee un sentido de antemano. No decimos, por tanto, el misterio es el misterio, llamémosle “Dios” como podríamos llamarlo “Pedro”. Dicho sentido, dejando a un lado los matices, remite a un hallarse bajo una dependencia fundamental. Pero ¿qué tipo de dependencia, teniendo en cuenta que, honestamente, no podemos comprenderla —o no, de entrada— como la de un perro con respecto a su amo?
La respuesta pasa por tener en cuentra que si el misterio es de Dios, entonces nuestra exposición no termina en la ignorancia socrática o en la mera aceptación de la finitud, sino que, de algún modo, exige una respuesta. Israel fue el primero en plantear el interrogante de la responsabilidad: ¿a qué nos obliga la absoluta invisibilidad de Dios? Mejor dicho: ¿a qué nos obliga nuestra orfandad ante el clamor de quienes la experimentan a flor de piel —y por eso mismo, ni siquiera han logrado sustituir a Dios por un Dios a medida? Es así que Israel entendió, ya desde el principio, nuestra dependencia de Dios como ética: ante Dios —y enfrentados a su extrema trascendencia— nos debemos los unos a los otros el pan de cada día. De lo contrario, padeceremos el silencio de Dios. Esto es, su ira. En definitiva, un mundo sin Dios.
Me atrevería a decir que solo desde la situación de los que no cuentan podemos aventurarnos a incorporar nuestra relación con el misterio de Dios como una relación entre padre e hijo. Por eso mismo, la analogía solo sería pertinente si el padre fuese un anciano que necesitase la ayuda del hijo para levantarse. Como hemos dicho a menudo, Dios es el Dios que quiso desde el principio depender del hombre que depende de Dios.
En este sentido, quizá no sea simplemente retórica que, proféticamente, el clamor de los abandonados de Dios sea escuchado como el clamor de Dios. De concebir la relación entre padre e hijo a la manera habitual, es decir, como si el hijo fuese un niño que da sus primeros pasos de la mano del padre, entonces aún estaríamos un tanto lejos de comprender el alcance del imaginario bíblico y, por ende, cristiano.
ahí, la rosa
julio 5, 2025 § Deja un comentario
Una rosa es sin porqué. Y, por eso, tú no importas. Ella, ahí. Como el dios, imperturbable en el instante de la aparición. Y, con todo, habrá perturbación. Esto es, tiempo. Aunque no solo. También, habrá quien la arranque para ofrecérsela a su amada… o porque sí. Pues el Mal no tiene otro porqué que el de negar la aparición. Aun cuando, por lo común, encuentre como excusa la ilusión de un mayor bien. ¿El mundo? La imposibilidad de permanecer en un mero estar ante el milagro. En lugar de la aparición, las apariencias. Y estas siempre reclamarán una dosis de violencia. Estricta reacción, en vez de respuesta.
Será verdad que Dios, como la rosa del Silesius, es frágil. Y será también verdad que, por eso mismo, exige una tener que responder. En lugar de un andar con cuidado con Dios, un tener cuidado de Dios, es decir, de aquellos con quienes se identifica. Para que siga siendo el que es. Ahora bien, porque es frágil es terrible. Pues terrible es quedarse sin nadie.
comprender la Trinidad, es un decir
julio 1, 2025 § Deja un comentario
El HIjo es Hijo porque abraza hasta el final el aún nadie del Padre. Y por eso hay Padre. Y por eso mismo, también, el haber del Padre es el del Hijo. Mejor dicho, el de su cuerpo. No fue fácil caer en la cuenta de que el Hijo es la Palabra del Padre. Pues el Padre, en sí mismo, no puede más que guardar silencio, un silencio que encuentra se eco en el clamor de los inocentes.
Quizá no sea casual que, en castellano, espíritu y esperanza mantengan un aire de familia. El Espíritu es el rastro del Gólgota, su onda expansiva, lo que hace posible que permanezcamos a la espera de lo imposible, esto es, de un nuevo comienzo. Pues no puede haber nada nuevo que no suponga un reset de dimensiones cósmicas, un mundo en el que Satán permanezca bajo las botas del arcángel. De no haberlo, tan solo nos queda la ilusión del unboxing, de la novedad, ese simulacro de lo nuevo.
presencia real
junio 30, 2025 § Deja un comentario
A Dante, Beatriz, esa niña con la que se cruzó y que le dejó en estado de suspensión, se le presentó —se le hizo presente— como divina. Pero ¿quién fue en realidad Beatriz? ¿Fue en verdad divina? ¿Cómo se presenta cuanto hay? ¿Es posible prescindir del como? ¿Qué es lo que se presenta como tal o cual? Esta es la cuestión.
Sin embargo, de responder, ¿no estaríamos ante otro modo de presencia —y, por eso mismo, ante un en relación con? ¿Cabe ir más allá de lo que nos parece? Desde Grecia, este trascender las apariencias corre a cargo de la razón. Pero los resultados del ejercicio de la razón siempre fueron —y serán— paradójicos. Al menos, porque ese que, en tanto que absoluto, nunca podrá aparecer bajo una forma. Pues todo aparecer es siempre en relación con. Sin embargo, porque no puede aparecer como tal, eso que aparece no es. O mejor dicho, es no siendo.
De ahí que la rosa del Silesius —y por extensión cuanto es— sea sin porqué. No hay más que lo dado —y lo dado es aparición. Ahora bien, no hay más porque el más es no siendo nada, negación de sí, kenosis. Nuestro pecado original, por así decirlo, consiste, en gran medida, en un tener que dominar cuanto es donación. Y este tener que dominar implica permanecer atados al como —y por eso mismo, a las apariencias. Pero la rosa es sin porqué. Y esto significa que la aparición no equivale a las apariencias. La aparición no admite perspectiva. Únicamente, testimonio.
Con todo, como escribiera Eliot, no podemos soportar demasiada realidad. Es lo que tiene que la existencia consista en vivir como arrancados. Y quizá no sea casual que ser y estar se revelen como las dos caras de una misma moneda. Pues incluso el como del como arrancados se disuelve como un puñado de sal en el mar donde simplemente estamos ante lo que se nos da sin porqué.
cristianismo anticlerical (y 2)
junio 26, 2025 § Deja un comentario
El sacerdote corta las flores que nacen del humus que pretende conservar, olvidando que son precisamente esas flores la que justifican su pastoreo. El desvarío profético apunta, en cambio, a las flores. Pero fácilmente olvida que, sin el humus —sin su mal olor—, no hubieran germinado. Ciertamente, no hay luz sin oscuridad. Y viceversa.
alturas
junio 25, 2025 § Deja un comentario
¿Acaso nuestro congénito no estar a la altura de la Ley de Dios no es el envés, precisamente, de su altura? ¿Quién, por excesivo, no pasa de largo del tener que responder a la demanda del que carece del pan de cada día? Dios y culpa ¿no van de la mano? El cristianismo que rechace como antiqualla la culpa original ¿no estará construyendo, una vez más, un dios a medida?
Ciertamente, hubo redención, se nos dirá. Pero ¿en que consistió? Es verdad que el sacrificio del Gólgota nos hizo, de nuevo, capaces de Dios —un sacrificio que el cristianismo comprende como el de Dios mismo. Pero este regreso a la inocencia ¿no nos puso sobre las espaldas el peso de Dios? Pues ¿qué puede significar, si no, que se nos revelase que Dios en verdad es el Dios que, desde el principio, quiso depender del hombre que depende de Dios?
cristianismo anticlerical
junio 24, 2025 § Deja un comentario
La Iglesia es necesaria. Pues sin Iglesia, el cristianismo se hubiese disuelto como un puñado de sal en un mar de aguas dulces. Ahora bien, esto es lo mismo que decir sin hipocresía. Pues el clergat se ocupa, principalmente, de apaciguar el rebaño. Esto es, de darle a la parroquia lo que quiere. Y lo que quiere la parroquia —de hecho, cualquiera— es un Dios a medida de su necesidad de Dios. Pues ¿acaso el sacedote no sigue promocionando una relación directa —interior— con Dios al margen de su hacerse presente en la carne? Como si Dios fuese alguien sin su cuerpo. Como si fuese posible, cristianamente, dirigirse a Dios sin dirigirse a aquellos con quienes se identifica. ¿El resultado? Idolatría y buenos sentimientos. Profetismo y sacerdocio nunca hicieron buenas migas. ¿Tan pronto hemos olvidado que quienes condenaron a Jesús fueron, precisamente, los cuidadores del Templo —y que, por eso mismo, sus razones fueron religiosas?
Y, sin embargo, la Iglesia, como decíamos, es necesaria. El paralelismo con la muerte de Sócrates surge de inmediato. ¿O es que Sócrates no bebió la cicuta en nombre de la Ley que su paideia puso, cuando menos, en cuestión?
la invisibilidad de Dios
junio 23, 2025 § Deja un comentario
Leemos en Isaías 45 15-7: Sin embargo, tú eres un Dios invisible. ¿Cómo entender esta invisibilidad? Hay dos modos. O bien —y este sería el modo religiosamente común—, como si el carácter invisible de Dios fuese solo circunstancial, esto es, relativo a nuestra incapacidad. Así, no podríamos ver a Dios al igual que no podemos ver el infrarrojo… —y, por eso mismo, damos por sentado que podríamos verlo si tuviésemos otros ojos. O bien, Dios sería de por sí invisible. Pues, con respecto al en sí de Dios, no habría nada que ver. Como apuntó Karl Rahner en su momento, incluso en los cielos, Dios seguiría siendo un misterio.
En el primer caso, Dios es un ente misterioso. Esto es, un dios, pero no Dios. En el segundo, el misterio —el resto invisible de lo visible, la alteridad avant la lettre. Desde la primera óptica, la Encarnación solo puede comprenderse o bien, a la doceta, es decir, como si Jesús de Nazaret fuese Dios mismo con aspecto —un disfraz— humano; o bien a la platónica, es decir, como si Jesús representase a la perfección, se supone, la esencia o el modo de ser de Dios. En cambio, desde la segunda, Jesús de Nazaret es el quién de Dios, esto es, el modo de ser de Dios, y no únicamente su ejemplificación sensible. En el primer caso, Jesús sería una ilustración de Dios. En el segundo, el cuerpo sin el que Dios en sí —el Padre— aún no es nadie, sino nada más, aunque tampoco nada menos, que el acto —la voluntad— de salir de sí hacia lo otro de sí. Y esto último, sin duda, supone una brutal distorsión de lo que entendemos espontáneamente como divino. Pues nadie admitirá como quien no quiere la cosa que Dios sea el Dios que quiso depender del hombre que depende de Dios. Y desde el principio. En realidad, la dogmática cristológica nos habla antes de Dios que de Cristo. O mejor dicho, nos habla de Dios al hablarnos de Jesús de Nazaret como el Cristo.
Desde el primer modo, la Trinidad es un galimatías. Desde el segundo, la manera más clara de exponer la revelación. Sobre todo, si no cometemos el error de identificar naturaleza y esencia.