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noviembre 1, 2020 § Deja un comentario
El cristianismo y la religión comparten un mismo horizonte, el de la restauración de lo que perdimos de vista una vez fuimos arrojados al mundo. La diferencia pasa porque la palabra Dios no significa lo mismo en ambos casos. En el de la religión, Dios —o si se prefiere, lo divino— se da por descontado a la manera de aquel —o aquello— que se encuentra oculto en otra dimensión. Hay indicios, señales (aunque no necesariamente milagros). Para el cristianismo, en cambio, Dios —estrictamente, el Padre— es la voz de aquel que no es nadie sin el cuerpo al que se dirige o invoca. Mejor dicho, sin su entrega incondicional. De ahí que la invisibilidad del Padre sea eterna. Del Padre tan solo veremos el rostro de aquel con quien se identifica (y cristianamente ya sabemos que ese rostro es el de alguien que murió como un apestado de Dios en nombre de Dios). Por eso, el cristianismo no puede prescindir de la dógmática cristológica sin falsificarse a sí mismo.
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