suneung
diciembre 12, 2020 § 1 comentario
Una madre coreana que implora a sus muertos un favor para su hijo no se distingue, en lo que hace, de aquella viejecita que, ante el crucifijo, suplica la curación de su nieta. En ambos casos la disposición es la misma. Tan solo cambia el objeto de la invocación. Es lo que tiene que haya una pluralidad de culturas. De ahí que no sea de recibo decir que la segunda, a diferencia de la primera, invoca al Dios verdadero. Y no porque seamos, hoy en día, unos relativistas, sino porque la verdad de Dios no puede comprenderse como el referente de un significado común. Como si nos preguntásemos qué dios —o si se prefiere, qué espíritu—, entre los disponibles, detenta un mayor poder. Esta fue, de hecho, la pregunta del politeísmo. Como tampoco es de recibo decir que, en el fondo, se dirigen al mismo Dios. Pues Dios no es el denominador común —una abstracción— de las diferentes imágenes de lo divino. El hallazgo bíblico, por decirlo así, consistió en caer en la cuenta de que topamos con la verdad de Dios cuando topamos con su silencio —al fin y al cabo, con su impotencia. Ciertamente, Dios es, por definición, omnipotente. Pero nos equivocamos donde creemos que su omnipotencia es la de un ente que actúa ex machina. Como si la diferencia entre el poder de Dios y el de los hombres fuese de grado. Y es que la omnipotencia de Dios es, en realidad, la de un Dios capaz de impugnar la totalidad en nombre, precisamente, de los que no cuentan. El mundo, sencillamente, es condenado a la impiedad donde dejamos de escuchar la voz que se desprende del retroceso (y por ende, del porvenir) de Dios —aquella que nos invoca a la fraternidad. Por ello, dicha impugnación queda en el aire donde no respondemos al clamor con el que Dios responde a nuestras súplicas.
topamos con la verdad de Dios cuando topamos con su silencio. Lo dices así y así lo sintió Jesús cuando dijo: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? para abandonarse Él msmo en Dios. «en tus manos, Abba, entrego mi espíritu»