la edad de la revolución
enero 21, 2021 § Deja un comentario
El sentimiento religioso de dependencia es un sentimiento político antes que religioso. Ciertamente, la percepción del alma de cuanto es, desde los árboles hasta las piedras, no arraiga en lo político. El animismo surge espontáneamente como la primera creencia. Pero con el surgimiento de la civilización el alma de las cosas va siendo desplazada por los dioses. En este sentido, el poder de un dios sería el correlato del poder de los príncipes. Pues bien, tan solo hay que imaginarse viviendo como siervo en la época pre-revolucionaria, donde el noble siempre era visto desde abajo, para caer en la cuenta de que lo natural era creer que existimos bajo el dominio de un Señor. No hay que ser marxista para sostener que el punto de partida de la creencia religiosa, mejor dicho, del sentimiento religioso son siempre las condiciones materiales de la existencia. La muerte de Dios comienza con la guillotina. La revolución francesa supuso algo más que la condena de un rey: supuso la realización del ideal cristiano de la igualdad. Así, la igualdad pasó a ser un igualdad por defecto —aunque, sin fraternidad, este por defecto solo puede llevarse a cabo por decreto—. Sin embargo, lo que no anticipó el cristianismo es que su desideratum solo podía realizarse bajo el presupuesto de la secularización. A partir de la revolución política, la sensibilidad religiosa se transforma inevitablemente: de hallarse bajo el dominio de Dios, al sentimiento de formar parte; de estar sometidos a la voluntad del Señor al coloquio íntimo (o a un Dios concebido como un ángel de la guarda vitaminado); de un encontrarse sub iudice, al querer alcanzar la plenitud espiritual. Ya no hacía falta suponer que había un Dios que estaba de parte de los pobres. La igualdad pasó a ser una condición natural… a pesar de que, de facto, la Modernidad esté lejos de concretarla.
(Con todo, si lo pensamos bien, que hubiera un Dios que estuviera del lado de los abandonados de Dios no dejaba de ser sorprendente… para los mismos pobres. Como si desde la pobreza, más allá del consuelo que proporciona un Dios reducido a un dato de la interioridad, fuese increíble que un dios pudiera caer tan bajo. Como si un noble se pusiera de parte del vulgo. De hecho, el Dios de los pobres, más que confianza, inspira desconfianza. Al menos, de entrada.)
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