técnicas de buceo
enero 22, 2021 § 1 comentario
La interiorización es submarinismo. Tal y como suele entenderse por estos pagos, el buceador busca el tesoro oculto del alma, el Dios interior. Y por aquí vamos mal. Pues en el fondo no hallará a Dios, sino en el mejor de los casos un sucedáneo, algo así como un sentimiento de paz. Podemos llamarle Dios. Pero eso sería hacer trampas. Cuanto puede denominarse con la palabra Dios, no es Dios.
Por otro lado, un sentimiento de paz se basta a sí mismo: no necesita de nadie. Tomarse en serio la Encarnación —el que no haya otro Dios que el que colgó de una cruz—, significa que, antes que interiorizar, de lo que se trata es de incorporar, esto es, de un hacer cuerpo —y un hacer cuerpo que incorpora, precisamente, lo que los cuerpos desechan: el excremento, el que huele mal, el sin gracia—. Al fin y al cabo, a un cristiano se le propone, domingo tras domingo, ingerir la trascendencia, comérsela. Y quizá, a causa de la expulsión de Dios, no se nos dé otro más allá que el de aquellos que viven como si no existieran —los excluidos, los deshechados, los invisibles—. Ellos son nuestra mierda, el resto que no queremos admitir como propio en nombre de nuestra dignidad, ese trompe-l’oeil. De ahí que, a mayor profundidad, más asco. Ante la santa forma, uno debería sentir náuseas. Dios es ciertamente invisible —y por eso mismo, inexistente—. Pero aquí podríamos decir aquello de Galileo: eppur si muove. Pues es posible que no haya más realidad que la que tuvo que desaparecer para que pudiéramos atarnos al mundo.
En este rechazo tan encarnizado contra la espiritualidad, percibo una limitación.
Jesús nos dijo que oráramos con mucha frecuencia. Y que allí donde está tú tesoro estará tú corazón.
Y también nos dijo que amáramos al prójimo. También.
Toda la historia humana está teñida de sufrimiento y maldad. Pero al final, el Bien será más fuerte.
Un saludo cordial
Iñaki