meditaciones cartesianas 18

febrero 3, 2021 § Deja un comentario

Como es sabido, Descartes llega a la conclusión de que la razón es fuente de verdad —y no simplemente válida— porque, en definitiva, la razón ha sido capaz, sometiéndose únicamente al dictado de sus principios, al fin y al cabo, unos principios meramente formales, de llegar a certificar una realidad exterior a la conciencia. Este es el argumento que hay detrás del que ofrece, de hecho, Descartes cuando afirma que Dios, debido a su perfección, no puede haberle creado con una razón defectuosa. Afirmar que la razón es fiable como criterio de verdad —y no solo como norma del pensamiento— equivale a decir, por tanto, que la descripción matemática del mundo es adecuada a un mundo (y que, por eso mismo, hay un mundo más allá de la conciencia y no solo una idea o representación del mundo). De lo contrario, no podríamos hablar de verdad, sino tan solo de validez. Así, el principio de transitividad, pongamos por caso, no solo expresa una ley del pensamiento —el hecho de que estemos obligados a concluir que A>C, si A>B>C—, sino que, además, Descartes puede asegurar que esto es efectivamente así —y tiene que serlo— en un afuera; esto es, que el afuera no es contradictorio. Por tanto, del carácter verdadero de la matemática se desprende necesariamente que hay un mundo que se corresponde con las fórmulas de la razón —y, de paso, que ese mundo tiene que ser un mundo de cuerpos, un mundo material, res extensa; pues la matemática se ocupa de cuantificar y tan solo la materia admite una medida—. Hasta aquí Descartes.

Sin embargo, llegados a este punto podríamos preguntarnos, puesto que la razón es válida incluso en sueños, si acaso su verdad no podría referirse a una materia simplemente supuesta —a una materialidad virtual—. De hecho, la representaciones mentales siempre apuntan a un exterior… solo que este exterior podría estar solo en mi mente; esto es, podría darse el caso de que no hubiera exterioridad a pesar de que mis representaciones del mundo la presupongan. Por consiguiente, la verdad racional —la correspondencia entre lo pensado matemáticamente y lo que, en principio, se encuentra fuera de la mente— no demostraría, por el solo hecho de que fuese verdadera, la exterioridad del mundo. Decir que la razón es verdadera, además de válida, y que, por eso mismo, tiene que haber un mundo exterior que se corresponda con los enunciados de la razón no implica lógicamente que ese mundo exterior sea, realmente exterior: basta con que su exterioridad sea virtual.

Ahora bien, esta objeción es aparente. Pues supone no haber entendido del todo a Descartes. De hecho, esta es la objeción que se plantea en el fondo del argumento contra la razón, cuya figura retórica es la del genio maligno. Descartes, sin embargo, no lo pone fácil. Pues sobre el papel da a entender que el argumento consiste en suponer que dicho genio podría hacer que me equivocase cada vez que digo que la suma de los ángulos de un triángulo siempre equivalen a la suma de dos rectos. Pero el argumento subyacente es otro. En primer lugar, podría ser que efectivamente la exterioridad fuese contradictoria: que no pueda concebir un afuera contradictorio no significa que en modo alguno pueda serlo. Y segundo, podría ser, sencillamente, que no hubiese un afuera… a pesar de que, como decíamos antes, mis representaciones inevitablemente apunten hacia un algo-ahí-afuera (y esta es, de hecho, la objeción que planteábamos inicialmente). Pues bien, para responder a esta dificultad basta con tener en cuenta lo que Descartes dijo a partir del carácter finito o contingente del ego cogito. Y lo que dijo es que hay exterioridad —y no solo la idea de una exterioridad—… porque la finitud o limitación temporal del sujeto del pensamiento —el que solo pueda estar seguro de que existe mientras piensa— exige el afuera. Donde hay límite —y lo hay porque puedo asegurar que existo mientras pienso—, hay lo que se encuentra más allá de ese límite. O por decirlo en términos de Descartes, la finitiud del ego cogito va con la infinitud de Dios —estrictamente, con su eternidad—. Esto es, el ego cogito supone inevitablemente, la realidad de un puro y simple haber más allá de la conciencia. Así, como indicábamos al comienzo de este párrafo, la objeción es aparente.

Otro asunto es que la deducción del mundo a partir de la perfección de Dios, tal y como la lleva a cabo Descartes, sea coherente. De hecho, Spinoza detectará el traspiés de Descartes al sostener que si Dios es infinito, entonces no pueden haber tres sustancias (Dios, alma y mundo). Decir Dios supone decir, sencillamente, el todo. Y si Dios es el todo —y como infinito no puede dejar de serlo—, entonces alma y mundo solo pueden comprenderse como dos caras de una misma moneda (una moneda que, en realidad, posee infinitas caras). Pero como decíamos, este es otro asunto.

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