de las vísceras
marzo 6, 2021 § Deja un comentario
El odio —literalmente, lo diabólico, lo que separa— va con los genes. O por decirlo en cristiano, se trata de una culpa original. Políticamente, comienza con el extranjero, ese principio de identidad. Luego, sigue con los vecinos (aquellos que eran, en principio, de los nuestros). Termina, entre hermanos. Como si necesitásemos negar —excluir, juzgar—. Como si solo fuésemos en relación con lo insoportable. Podríamos incluso decir que estamos ante una malformación cósmica. De hecho, si existimos es porque en los orígenes hubo división celular. Es de ilusos creer que si nos separamos del excremento habrá paz. Quizá tregua. Pero no hay tregua sin fecha de caducidad. Y es que lo insoportable del excluido simboliza lo que no podemos soportar de nosotros mismos. De ahí que necesitemos proyectar nuestra tara sobre los otros para sentirnos puros. Pero ya se nos dijo hace tiempo: no es impuro lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella.
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