irrespirable
marzo 8, 2021 § 4 comentarios
Hay algo de asfixiante —por no decir mucho— en aquellas comunidades cristianas que están encantadas de haberse conocido, satisfechas de su fe. Pues pocos en ellas creen en lo que dicen creer. Buena gente, sin duda. Pero también lo fue el fariseo de la parábola de Lucas. Pocos conmocionados, alterados, descentrados por la irrupción de Dios, cuya trascendencia roza la nada. El Dios al que invocan es demasiado obvio, aunque sea en la intimidad, como para que merezca una fe, un temblor, una locura. De hecho, la única comunidad en la que he visto como se comparte el pan de cada día —de hecho, el salario para los que se han quedado en paro— es una de supersticiosos pentecostalistas, la mayoría de cuyos miembros tienen empleos basura. Tampoco es que su entusiasmo me inspire, precisamente, entusiasmo. Pero me atrevería a decir que, en su error, están más vivos que los que nos llenamos la boca con palabras de cartón piedra.
La fe plantea dos grandes retos a la persona. Los dos deben ser abordados y resueltos con sabiduría.
En primer lugar se trata de decidir en qué creer. Aquí la virtud clave a aplicar es la honestidad.
Hay que escuchar relatos, argumentos y proyecciones. Y valorarlos con enorme sinceridad. No se puede caer en el cinismo destructivo ni en la entrega irresponsable. Desde luego la fe tiene que germinar en un terreno sustentado en la razonabilidad. De eso no cabe duda. Pero luego debe ser alimentada con una actitud muy crítica con las fuentes y con la posible manipulación interesada de las mismas. Hay que escuchar, reflexionar y decidir. Decidir.
No vale aquí la respuesta agnóstica, que es en el fondo un acto de pereza y cobardía. Ni la opción atea, que es sin duda la menos razonable de las opciones y la más inundada de cinismo vital.
La fe deviene así un acto íntimo de sincera reflexión, teñido de responsabilidad con uno mismo.
En segundo lugar se trata de decidir en cómo creer. Aquí la virtud clave a aplicar es la empatía.
Hay que observar a los que transmiten y practican la fe. Y analizar sus vidas con espíritu crítico. No se puede caer en los deberes autoimpuestos ni en el fariseísmo ciego. Desde luego la fe tiene que dirigirse hacia el progreso en la lucha por la dignidad de la persona. De eso no cabe duda. Pero luego debe ser gobernada mediante un continuo y exigente análisis de las consecuencias de sus implicaciones prácticas. Hay que optar, analizar y corregir. Corregir.
No vale aquí la actitud cerril de la ortodoxia inamovible, que es fruto del miedo al vacío. Ni la acción rebelde de protesta continua, que esconde un deseo oculto hijo de la amargura de destruir los logros acumulados por los otros.
La fe deviene así un acto íntimo de radical decisión, imbuido de responsabilidad con los demás.
Buenas tardes,
¿Decidir qué creer y cómo creer?
Tener fe en la verdad revelada por Dios dentro de la iglesia y, sobre todo, con mucha humildad.
Este acto voluntario y libre de la fe, que tiene que ser razonable hasta donde alcance la razón, está lleno de vaivenes según cada cuál. Y en el camino está la Gracia.
Un saludo
Supongo Josep, que nadie se libra de caer en incoherencias. Nadie dijo que tener fe fuera fácil, lo que sí nos dijo Jesús es que la tuviéramos. Tener fe en Él. Con eso basta, porque con ella no podremos ser como aquél fariseo arrogante y sí buena gente.
La prueba de la fe son las obras, como decía Santiago, pero obras hechas con inteligencia y amor a los demás como a uno mismo.
Y una cosa más, dice el Maestro Ávila que no debemos contentarnos con conocer a Dios a través de la fe, sino «por la noticia experimental que del amor nace».