asombro y curiosidad
marzo 18, 2021 § 6 comentarios
La verdad está del lado del asombro, no de lo certificable. Al fin y al cabo, lo certificable es trivial, aunque discutible. Pues cuanto se certifica es en cualquier caso un hecho —y los hechos siempre se observan desde una determinada posición o sensibilidad, esto es, en relación con. En cambio, lo que reclama nuestro asombro no admite discusión: que el mundo simplemente sea; que la hierba crezca; que haya alguien frente a ti (y no tan solo un cuerpo disponible)… La rosa es sin porqué, como decía el Silesius. O lo ves, o no lo ves. Uno se asombra de la desmesura de lo simplemente dado, en definitiva, de su carácter intocable (y no de lo que fácilmente nos impresiona por gigantesco). Y es que la verdad, antes que adecuación entre lo que decimos y los hechos, es lo que acontece y no simplemente pasa o sucede. Por eso, la verdad no supone un tomar nota, sino un caer en la cuenta de lo que siempre estruvo ahí y, con todo, no supimos ver. La caída —la desaparición de la genuina alteridad, la naturaleza espectral de la presencia—, sin duda, fue el precio que tuvimos que pagar para dominar el mundo (y de paso ahogarlo). En el día a día, vivimos de espaldas —y de ahí que prevalezca el trato, el comercio, la desintegración. No es causal que la curiosidad, ese sucedáneo del asombro, haya estado bajo sospecha desde los tiempos de Agustín hasta los modernos. Y es que, al igual que la novedad nos aleja de lo nuevo —al menos, porque lo nuevo únicamente puede irrumpir como regreso de lo que perdimos de vista, es decir, como interrupción—, la curiosidad, en tanto que apunta a un objeto por descubrir, nos distancia del presente. En el doble sentido de la expresión.
Lo que acabo de leer está en la línea de un libro reciente: Lo indisponible de Hartmut Rosa. Muchas gracias por tus aportaciones. Un abrazo. Jordi.
Podría ser que al asombro le sostuviera el sentido ya que, si no, hablaríamos de angustia. Y ésta, por sentirnos arrojados al mundo sin porqué. Pero ese sin porqué azaroso, casual, no casa con la perspectiva cristiana de que cada uno tiene su razón de ser, cada cosa tiene su sentido y de ahí el deber de cuidarlo. Es asombroso el crecer de la hierba precisamente porque crece.
Seguramente esté equivocado pero me suena más cercano el texto a lo que pueda decir Rilke en su VIII Elegía de Duino que a la frase inspirada de Silesius.
El milagro, para mí, radica en que las cosas tengan su ser, su sentido, no simplemente que sean sin más. Ese milagro es lo que me asombra. Que la vida en este mundo tenga una historia verdadera.
Gracias por el escrito, da que pensar.
Mientras haya asombro habrá esperanza.
La curiosidad motiva la búsqueda rutinaria pero no justifica una vida plena. El asombro es quien impulsa a seguir apostando por la auténtica búsqueda, la que siempre deseamos que no termine. Porque si llegáramos al final, la meta siempre nos decepcionaría. Fuera la que fuera.
De ahí que la persona, no la colectividad, ansíe la presencia del asombro. Porque no está garantizado que haya por siempre un rincón reservado para el vértigo existencial.
El hombre no sabría vivir en una jaula que hubiera explorado completamente, de la que conociera todos sus rincones, de la que hubiera dibujado todos sus planos. Porque se sumiría en la tristeza infinita de sus limitaciones.
La atracción de la profundidad insondable que se abre bajo nuestros pies es la garantía de que vale la pena vivir. De que no somos meramente cobayas. O de que aún cabe una esperanza razonable de que no lo seamos.
Mientras haya asombro la vida seguirá. Si éste se desvaneciera el hombre se consumiría en una decepción cósmica, la que mostraría un principio y un final a todo, un mundo con límites, una causa final y un final sin esperanza.
Hola Quentin,
creo que en tu escrito se podría hacer una distinción, si lo he entendido bien.
El mundo tiene sus leyes naturales, esto es, leyes científicas que Dios quiere que vayamos des-cubriendo poco a poco. Y la ciencia, como actividad humana que Dios quiere de nosotros, sabe que lo que desconoce es infinitamente mayor que lo conocido (al menos algunos científicos se han dado cuenta de esto); pero no se trata, para mí, de que el asombro dependa de la inagotabilidad de lo desconocido, sino precisamente del ser de lo ahí presente. Es ante lo que conocemos, ante el sentido que descubrimos ante lo que el asombro surge. Una hoja de hierba basta.
Y, por otra parte, si la humanidad tiende a la presunción de poder agotar el conocimiento, sin una pizca de humildad que la detenga, creo que estaríamos hablando de su final, y no sé si vamos por ese camino…
Muchas gracias por tu comentario Iñaki.
Es posible que no haya nada más allá de lo que la curiosidad nos desvele, es decir, puede que finalmente no quede lugar para el asombro. No lo sabemos. O es posible que, habiendo algo, nos quede por siempre vedado, tal como demostró Gödel con su diabólico teorema: existen verdades que están fuera del alcance del hombre.
Pero mientras quede un ápice de misterio valdrá la pena vivir. Aunque esté contenido en una pequeña brizna de hierba.
Incluso cuando, alcanzando la muerte, accedamos al siguiente estadio, si todo nos fuera revelado, la existencia post mortem también carecería de sentido. Puesto que el concepto de sentido exige «apuntar hacia algún sitio», esto es, avanzar, dar pasos hacia lo desconocido.
La imagen de un paraíso inmutable, contemplativo, centrado en una perfección absoluta resulta ajena al espíritu humano, que siempre ha sido profundamente dialéctico, tendente hacia el progreso, fruto de una búsqueda inacabable.
De hecho, seamos sinceros, es absolutamente imposible que en el paraíso sean atendidas nuestras incógnitas. ¿Cómo podría ser ello?