el problema del sufrimiento
marzo 20, 2021 § 5 comentarios
A veces nos preguntamos qué decir a quienes sufren. Muchas de nuestras palabras son fórmulas de compromiso, sobre todo si las pronunciamos para salir del paso, cuando en la mayoría de las ocasiones acaso sea preferible guardar silencio junto al sufriente. Todo irá bien. De acuerdo. Sin embargo, hay sufrimientos irreparables —y más si son culpables. Introdujiste a tus hijos en las cámaras de gas y no tuviste el valor de entrar con ellos —Abraham Bomba en Shoa—; los viste morir a manos del enemigo o en el mar mientras intentabas alcanzar la orilla en una patera a reventar: ya no tienes vida por delante. La muerte ha vencido. ¿Qué palabras pueden consolarte? ¿Qué actos, liberarte? Los que sufren lo que quieren es dejar de sufrir —que el séptimo de caballería corte las alambradas del lager, que el cáncer no sea devastador, que tus hijos puedan comer el pan de cada día, que haya un nuevo comienzo. Pero ¿y si no fuera posible? Ante el sufrimiento irreparable, ¿qué cabe esperar? Cristianamente, tan solo hay una respuesta: el horror no tendrá la última palabra; los muertos resucitarán y la Creación será restaurada. Ahora bien, lo cierto es que hoy en día pocos cristianos son capaces de ofrecer esta esperanza. Como si el proclamarla les sonara a tranquilo que ya resucitarás —como si se tratase de una fórmula más para salir del paso. Sin embargo, y dejando al margen de que aquí damos por sentado que la resurrección es meramente compensatoria —que no irá con nuestra condena (y aquí conviene recordar que la resurrección es la antesala del Juicio)—, el que nos suene a fórmula ¿no tendrá que ver con nuestra falta de fe? ¿Acaso los primeros cristianos no estuvieron convencidos de que, a partir del tercer día, todo presente es un tiempo terminal? ¿Acaso no vivieron la resurrección del crucificado como una genuina liberación? Su alegría ¿fue un delirio? Ciertamente, la fe —la confianza— en la resurrección de la carne es increíble. Pero el creyente ¿no vive de la imposible posibilidad de Dios en nombre, precisamente, del tener lugar de Dios como resucitado? Sin resurrección, la cruz es el final: Dios no estaba junto al hombre de Dios. ¿Qué esperar? Hay quienes gozan y quienes sufren. Y a unos les ha tocado sufrir lo indecible. Ninguna respuesta que no sea nada a la pregunta mesiánica por excelencia —¿qué pueden esperar las víctimas de la historia, aquellos a los que la vida les fue arrancada injustamente antes de tiempo? El problema del cristianismo de hoy en día es que no sabe qué hacer con la resurrección de los muertos. Como si fuese un modo de hablar. ¿Será porque el dolor del hermano no nos duele lo suficiente? De ahí que, en su lugar, se propongan sucedáneos —que si resiliencia, que si un cierto sentimiento de plenitud en medio del dolor… Y, sin duda, haberlos, haylos (y tampoco es que sean poca cosa). Pero ¿qué valen ante sufrimientos irreparables? Por eso, quizá no estaría de más tener en cuenta que con respecto a Dios estamos más cerca de lo imposible que de lo posible. Que la fe, al fin y al cabo, arraiga en el acontecimiento de la bondad en medio de los infiernos de este mundo; que es en nombre de los mártires, por decirlo así, que podemos esperar, contra cualquier expectativa, que el que siempre niega en modo alguno tendrá la última palabra. Aunque nosotros no podamos pronunciarla —pero tampoco solo un Dios que no es nadie (ni quiere serlo) sin el fiat del hombre.
¿Acaso el Hijo renegó del Padre tras tanto sufrimiento y abandono? ¿Qué podemos sacar de la obediencia de Jesucristo? ¿Curó a todos, erradicó el mal completamente?
Es la esperanza en SU promesa de vida eterna
algo fundamental en el cristianismo, suene a lo que suene hoy en día. Si Jesucristo no hubiera resucitado, vana es nuestra fe. ¿Y qué quiere decir esto? pienso que no valen originalidades ni novedades al respecto, sino que significa lo que la fe dice que significa, con sencillez. La resurrección hace que el sentido de la creación se salve, que la nada no sea el fin, etc..en fin cosas que ya sabemos todos porque las hemos meditado y sentido así. Y, aunque superficiales, no carentes de verdad. Es la esperanza, como dices, en que el mal no tendrá la última palabra. Y ya. ¿Qué más se nos pide creer?
¿Y qué decir ante tanto dolor? No lo sé…
La consecuencia del pecado original es un mundo con una grieta enorme e irreparable que, de algún modo y como apuntas, da la posibilidad de, con la ayuda de Dios, introducir algo de bondad en ella, porque a todos nos espera el Juicio al Final, claro. Y sólo Dios es el Juez de nuestros corazones, porque nadie más que Él los conoce plenamente.
Como dijo San Juan de la Cruz, al atardecer de la vida nos examinarán del amor.
Y no sé cómo pero creo en todo esto y cada día es una prueba para obrar en coherencia con esta fe.
Gracias por el texto que interpela y da que pensar.
Hay una clave clara en todo esto y es que, entre otras cosas el amor de Dios va de la mano irremediablemente con el sufrimiento.
…»como si fuese un modo de hablar»… Pero, ¿acaso no es todo hablar un «como si»?, ¿acaso no queda siempre mucho más en el tintero que lo que pueda ponerse negro sobre blanco? Y, si esto parece que es así incluso en lo «fáctico», lo reproducible a nuestra exclusiva voluntad y técnica, ¿cómo podría ser de otro modo cuando hablamos de lo que se halla tras los cielos y los abismos, y más allá del tiempo? Por eso, de la plenitud prometida la fe quizá solo pueda descansar en la promesa (o, quizá mejor, en Quien promete), su contenido será siempre (y de acuerdo con los modos de percepción y las inquietudes de cada época) «como si»… la feracidad de la tierra permitiera el mantenimiento de una descendencia sin límites; leones y corderos pacieran juntos; los muertos recobraran su identidad en una realidad reconciliada de oposiciones violentas, donde habitan la Paz y el Bien, o más allá del espacio-tiempo todo lágrima esté ya enjugada, todo sufrimiento lo sea acogido y restaurado, y todo mal, anulado. Aquí y ahora, mientras tanto, solo nos cabe, a cada cual según sus capacidades, intentar al menos hacer habitable lo que no es lo deseable, y más cuando lo es indecentemente.
Respecto del tema del tema del sufrimiento, siempre tan difícil de digerir, dos comentarios animosos.
Primero: tal como muestra exhaustivamente Steven Pinker en su excelente libro «En defensa de la ilustración», el sufrimiento del hombre no ha hecho más que disminuir a lo largo de la historia de la humanidad. Hasta el punto son las perspectivas actuales tan optimistas que, sin ánimo de caer en el error en que incurrió Francis Fukuyama en su libro sobre el final de la historia, con un enfoque excesivamente optimista, es posible que podamos empezar a hablar de un horizonte que apunte hacia el final del sufrimiento del hombre. Recibamos esta noticia con una amplia y sincera sonrisa.
Segundo: sin ánimo de restar un ápice de drama sentido al sufrimiento del hombre, hay que afirmar con admiración que el dolor del otro siempre ha estimulado lo mejor del ser humano. El altruismo, la entrega al otro, la empatía son hijos fructíferos del dolor del prójimo. De hecho, ese clamor doloroso ha sido siempre fuente de sentido para la vida de muchas personas. Y cabe no olvidar que dotar a la vida de sentido es el mejor regalo que puede recibir un hombre. Todo ello sin ánimo de frivolizar, sino de buscar lo mejor dentro de un dolor real, vivido.
Dicho lo anterior, la clave en lo que respecta al sufrimiento consiste en separar la vertiente física de la metafísica. Separarlas claramente.
En lo físico hay que dialogar solo con los técnicos: médicos, ingenieros, abogados, etc. Nunca con los filósofos y menos aún con los teólogos. Los científicos son quienes deben reflexionar sobre la mejor manera de atenuar la vivencia del dolor. Porque saben cómo hacerlo. Y lo consiguen. Mejorar las cosechas, construir carreteras más seguras, optimizar los tratamientos médicos, resolver los problemas sociales; estas y mil más son las medidas a tomar para atenuar ya el dolor humano.
Y en lo metafísico hay que emprender una reflexión serena, carente de emoción. No podemos perdernos en los sentimientos para ubicar este tema en su sitio en el relato religioso. Hay que hacer un esfuerzo de serenidad para valorar qué papel tiene el sufrimiento en el teatro metafísico. El tema principal a abordar es si el dolor constituye o no un asunto central en el misterio de la creación. Es posible que en ello, como le ocurrió a Job, hayamos errado durante milenios. Que hayamos caído en la trampa de un MacGuffin tramado por el creador…
¿El final del sufrimiento del hombre?
Quizá en Un Mundo Feliz pero, ¿quién querría vivir así? ¿De verdad que aspiramos a ser dueños y señores del Árbol de la vida?
El sufrimiento no se puede suprimir sin suprimir eso que nos hace humanos: el amor va de la mano del sufrimiento.