la corresponsal
marzo 29, 2021 § Deja un comentario
El otro día vi A private war, un biopic basado en Marie Colvin, corresponsal de guerra del The Sunday Times, un mito del periodismo británico. La película es, me atrevería a decir, mediocre. No porque no esté bien filmada, sino porque lo que cuenta está muy por encima de cómo lo cuenta. Demasiados primeros planos de la protagonista con rostro desencajado (aun cuando ella, ciertamente, fuese una outsider). Sin embargo, lo interesante de la película es el contraste que muestra entre el mundo al que ella pertenece —la sociedad acomodada londinense— y el que narra en sus reportajes. Los hombres y las mujeres del primero —literalmente, otro mundo para las víctimas de la guerra— no ven morir a sus hijos bajo las bombas del enemigo. No sufren la impiedad de las potencias. No saben —no sabemos— qué es vivir bajo el silencio de Dios. Sencillamente, son los que cuentan —los que pueden observar la desgracia desde la atalaya del espectador. Y acaso, por eso mismo, lo único que tienen que contar sea la dura existencia de los que no cuentan. El contraste entre ambos mundos clama al cielo —y lo hace con el llanto de las madres que solo tienen agua y azúcar para alimentar a sus hijos agonizantes. Ellas y sus hijos no importan a nadie. El último tramo de la película —el del bombardeo de Homs— da fe de lo que supone, humanamente, estar en el lado de los que pierden. Basta con verlo para darse cuenta de que no es lo mismo quedar traumatizado por el horror, como en el caso de la protagonista —al menos, según la película—, que convertirse en rehén de quienes apenas son algo más que su pesadumbre. Como si no hubiera otro Dios que esas madres de Homs —otro Dios que aquel cuyo espíritu es un hedor.
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