aferrarse a la nada
abril 10, 2021 § 1 comentario
Nada hay más real que lo que perdimos de vista irreparablemente. Nada más real, por tanto, que el continuo más allá del otro (y esto podríamos considerarlo algo por defecto). De ahí que cuando el hombre quiso ocupar el lugar de Dios —cuando quiso dejarlo atrás— eligió, precisamente, abrazar la nada. O lo que es lo mismo, la ilusión. El nihilismo hunde su raíz en el despreció de Adán. El ateísmo, la negación de Dios, es nuestra marca de nacimiento. Aunque la oculte el fervor.
Creer en la nada no es lo mismo que no creer en nada. El que cree en la nada tiene creencias. El que no cree en nada carece de ellas. El ateo tiene una profunda fe en la no existencia de Dios. El indiferente no reflexiona acerca del problema metafísico, no le interesa.
El nihilista se duele, como el creyente, ante el misterio. Y su respuesta es simétrica a la del fiel a Dios. No hay tanta diferencia entre ellos. Porque en el fondo la Nada en la que cree es análoga al Todo que inspira al creyente. Nada y Todo son dos maneras de expresar lo mismo. Una aspiración a respuesta. Y ambas concepciones son erróneas, porque la criatura, aquello que es incuestionablemente, no puede surgir ni de Una ni de Otro. La criatura Es. La Nada y el Todo no Son, porque al ser excluyen cualquier otra cosa que no sean Ellos.
Así que la respuesta debe ser Otra. Ni Todo ni Nada. Dios.
Ojalá fuera este el problema.
La gran dificultad que se le plantea a Dios ante el hombre de hoy en día es que no suscita ni pasión ni odio. Solo indiferencia. La persona actual no necesita a Dios para desplegar su vida. Laplace afirmó hace 2 siglos ante Napoleón que Dios no había aparecido al elaborar sus desarrollos matemáticos acerca del movimiento de los astros. Tampoco precisa de Dios el hombre actual cuando orquesta su modelo de vida.
El enemigo de Dios en el hombre postmoderno no es el nihilismo. Es la innecesariedad. Que conduce a la indiferencia.