marcos conceptuales
abril 11, 2021 § 2 comentarios
La pregunta es simple: ¿podemos aún creer en lo que creyeron los primeros cristianos.? Esto es, ¿podemos tomarnos en serio que Dios se inmoló en una cruz para la redención de los hombres? Aquí, lo que se suele decir es que la experiencia que hay detrás de las formulaciones del credo todavía podemos tenerla nosotros… aunque nos veamos obligados a traducirlas. Pero al hacerlo se corre el riesgo de quedarnos solo con lo digerible del kerigma, como hizo en su momento Marción. Y es que el cristianismo se aleja de la revelación donde su mensaje se convierte en un punto de vista entre otros, en una interpretación que podemos aceptar como quien no quiere la cosa. Por no hablar de que no hay experiencia al margen del lenguaje con la que se expresa. Toda visión —y el cristianismo parte de las apariciones— va con una carga teórica. Pues ver es siempre un ver como, el cual depende del marco conceptual que nos es dado culturalmente. No hay dinero para los pueblos que siguen con el trueque, sino trozos de papel al que nosotros le damos un valor que, en realidad, no posee. Del mismo modo podríamos afirmar que no hay Dios que valga donde el mundo no admite un más allá que no sea el de una dimensión aún por descubrir —donde el presupuesto que rige la cosmovisión moderna es el de la centralidad del sujeto del saber. En este sentido, resulta elocuente que la fe se haya transformado en un supuesto. Tan solo hace falta que no sepamos qué hacer con la resurrección para darle la razón a Nietzsche. Y es que Nietzsche acaso no hiciera mucho más que tomarse el cristianismo al pie de la letra. ¿Un Dios que cuelga de una cruz? ¿En serio? ¿No será que ya hemos olvidado que significó la palabra Dios? Sencillamente, sin resurrección, Dios murió en el Gólgota. Y este es el problema. De ahí que, me atrevería a decir, la respuesta a la cuestión inicial —¿todavía es posible la fe?— exija, por un lado, volver a las historias, siempre demasiado humanas, en las que arraiga la confesión creyente, unas historias en las que Dios se ofrece, contra lo que una sensibilidad religiosa da por descontado, como el aún nadie; y, por otro, un discurso que se enfrente a los prejuicios antropológicos de la Modernidad, los cuales impiden —y no solo dificultan— cualquier sermo sobre Dios. O al menos, sobre el Dios que se reveló en un cadalso. Al fin y al cabo, quizá se trate de legitimar lo que para los primeros creyentes fue obvio, a saber: que existimos como los que se encuentran esencialmente expuestos a lo imposible, a lo que ningún mundo puede admitir como posibilidad. Pues acaso lo imposible —que no lo paranormal— sea el estigma de una verdadera alteridad. Y quien dice alteridad, dice realidad.
El problema que veo aquí es que se está como echando cemento a la fe para que quede enladrillada en un momento concreto. ¿Podemos creer como antes? Sí, ¿por qué no?, pero la respuesta a esa pregunta, para quien busca queriendo encontrar a Dios con todo el corazón, se va dando a lo largo de toda una vida.
La resurrección de Jesús forma parte de lo posible. Desde luego. Puede uno hoy y siempre creer en ella. La clave sobre la que reflexionar no debiera ser sobre la posibilidad de creer o no en ella. El tema central debiera ser si esa es la cuestión central sobre la que reflexionar. ¿Por qué se pone en el centro de la polémica? Al igual que un cristiano sabe restar importancia a la confusión inescrutable de la naturaleza de la trinidad también debiera saber reubicar la cuestión de la resurrección en el su lugar adecuado. Ni judíos ni musulmanes ni orientales se pierden en el debate estéril de la vida tras la muerte, que supone más una barrera que una ayuda para el cristiano. No caen en esa trampa infantil.
La resurrección no debiera modificar nuestra vida en este mundo, sea o no cierta. Si llega, llegará. La religión debe ubicar al hombre en su tiempo, no descentrarlo hacia otro tiempo que le es desconocido.
Los contemporáneos de Jesús se deslumbraron con sus palabras. Fueron ellas las que quedaron recogidas fielmente en los Evangelios. Hechos narrados en sus páginas como las resurrecciones de Lázaro o de la hija de Jairo no fueron acogidos en su tiempo como ejes centrales de la vida de Jesús. Tampoco la propia resurrección de Jesús, a la que los evangelistas le dedican escasas líneas. La palabra era la herramienta con que Jesús transformaba a los hombres. Y cuando estos se mostraban débiles e indecisos tenía que hacer señales para ellos. Nosotros no debiéramos esperarlas.
Contempla y medita sobre la vida de Jesús. No te dejes enredar en disquisiciones estériles que solo dificultan descubrir su grandeza. Una fe que sufre por la dificultad de la resurrección es una fe débil. Es la fe del que tiene miedo, del que necesita pruebas. Vive cristianamente pensando en lo que Jesús te pidió que hicieras en vida y deja de especular acerca de lo que viene tras la muerte. No te ayudará ni a ti ni a los demás.
Lo que tenga que ocurrir ocurrirá.