el no es más que y la falsa conciencia
abril 20, 2021 § 2 comentarios
La devaluación moderna de cualquier sentido de la trascendencia se expresa a través de la fórmula no es más que. Así, espontáneamente se dice: la fe no es más que una ilusión; o el sentimiento de lo sublime, no es más que narcisismo. Por no hablar del asunto de la falsa conciencia, tan cacareado por Nietzsche: en el fondo, la exhortación cristiana a la caridad no es más que resentimiento. La disputa entre los modernos y los antiguos podría entenderse como una disputa entre el no es más que y el es más que. Pues nada humano que se muestra de manera químicamente pura. En este sentido, al igual que podemos decir, con Nietzsche, que bajo los oropeles de la santidad late el rencor hacia la existencia noble y, por eso mismo, inocente, también podríamos decir que es más que rencor. Al menos, porque cuando el creyente topa con el rostro de los abandonados de Dios —el rostro de quienes ocupan su vacío—, los motivos iniciales devienen irrelevantes. Cuestión de por donde prefiramos cortar: si por el principio o por el final. De ahí que no sea secundario que, desde una óptica bíblica, solo al final —y quien dice final, dice final de los tiempos, esto es, una vez el otro irrumpe como el inadmisible que es— se decidirá qué fue en verdad lo que se nos ofreció solo hasta cierto punto. Una decisión que dependerá, sin embargo, de nuestra respuesta a la demanda que procede, precisamente, del inadmisible.
En cualquier caso, lo cierto es que la operación nietzscheana fue antes cristiana, por no decir profética. Y es que los primeros en desenmascarar a los ídolos fueron, de hecho, los profetas de Israel: tú poder tienes los pies de barro; tu brillo no es más que una máscara. Nietzsche, simplemente, aplicó la fórmula contra los que se olvidaron de patentarla.
Sí, Nietzsche está bien hasta cierto punto, porque a veces sacude, pero cuidado: ¿a qué se refiere con santidad y existencia noble?. Repasando El Anticristo leemos:
«Qué es felicidad? — El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.
No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor ( virtud al estilo del Renacimiento, virtú, virtud sin moralina)
Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? — La compasión activa con todos los malogrados y débiles —-el cristianismo».
La amenaza del final de los tiempos constituye otra de las trampas del teólogo.
Si nos compadecemos debemos hacerlo mirando al sufriente a los ojos. Y dando una respuesta clara, inapelable. Si ante el desahuciado tenemos que mirar hacia el futuro y especular con lo que ocurrirá en un supuesto juicio final, ¿de qué depende nuestra decisión? ¿De un convencimiento radical ante el clamor del desposeído o de la búsqueda del premio o, peor aún, de la evitación del castigo?
No es razonable pensar que la especulación frente a un supuesto juicio final sea lo que Dios espere de nosotros.
El hijo pródigo no retorna a casa por la fiesta que el padre eventualmente le orquesta. Lo hace porque ha comprendido que ha sido mal hijo al reclamar su herencia y abandonar al padre. Vuelve convencido al haber comprendido su error, no inquieto ante un posible castigo.
Y el padre está desbordado de alegría. Ni se le ocurre pensar en castigos.