calvinismo no viene de calvo

mayo 15, 2021 § Deja un comentario

Cito a Calvino: se nos promete la vida eterna; pero se nos promete a nosotros, los muertos. Se nos anuncia la resurrección bienaventurada; pero entretanto estamos rodeados de podredumbre. Se nos llama justos; pero el pecado habita en nosotros. Oímos hablar de una bienaventuranza inefable; pero mientras tanto nos hallamos oprimidos aquí por una miseria infinita. Se nos promete sobreabundancia de bienes; pero somos ricos solo en hambre y sed (Ad Hebreos 11,1). Cualquiera, ante estas evidencias, diría que las promesas del cristianismo, antes que vanas, constituyen una burla. Basta con imaginar que frente a un grupo de deshechos humanos —parias, leprosos, judíos en Auschwitz…— proclamamos que ellos herederán la tierra. ¿Va en serio? Según la confesión cristiana, sí. Por eso, la fe encuentra su medida en esta situación: tan solo los que no cuentan pueden testificar nuestra fe. Donde no nos atrevemos a confesar bajo la mirada de los muertos, no hay fe, sino acaso wishful thinking.

De ahí que la cuestión sea en nombre de qué —de quién— tenemos derecho a esperar lo imposible. ¿De un Dios que aparece como un desaparecido? Más bien en nombre de quien murió en su lugar y, por eso mismo, ocupó su lugar, por decirlo así —en nombre del cuerpo de Dios, un cuerpo que ofreció un gesto de piedad donde no podía haber piedad. Al fin y al cabo, por el poder del espíritu de su resurrección. Y este es el problema hoy en día (y acaso de siempre): que cuesta creer en lo increíble, en lo que no está garantizado como posibilidad. Consecuentemente, la fe no puede ignorar la cuestión del poder. Pues lo que está en el aire es, precisamente, quién terminará venciendo, si Dios o el mundo. En definitiva, de qué lado se resolverá la indecisión de la existencia, si del de la imposibilidad de Dios o del de lo posible. Ahora bien, cuando hablamos del poder de Dios, aunque se trate del poder de un Dios que no quiso ser sin el hombre, es difícil no caer en el deus ex machina de las tragedias griegas. Y esto está muy cerca de regresar, como decía Bultmann, al mito. O por decirlo de otro modo, a la infancia.

Por eso, si el cristianismo es el antimito par excellence es porque su Dios no es nadie —no puede nada— sin la entrega del hombre; porque el Padre llega a ser el que es solo por la adhesión del Hijo. Es a través de su entrega que el Padre sale de su silencio (y sale como el poder capaz de resucitar a los muertos). De ahí que no haya resurrección ex machina hacia el final de los tiempos (a pesar de que así nos lo imaginemos religiosamente). Y esto es como decir que el poder del espíritu de Dios solo se hará presente hoy como ayer —en el futuro como hace dos mil años tras el tercer día— en aquellos que hagan cuerpo de un Dios en caída libre.

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