el cuerpo
junio 11, 2021 § 1 comentario
Los chimpancés no tienen cuerpo. Son cuerpo. Tan solo el hombre posee un cuerpo. Pues tan solo él se enfrenta a su cuerpo. El cuerpo es un problema para el hombre, aunque no solo un problema. Nuestra relación con el cuerpo es ambivalente. Pues a pesar de lo dicho, es innegable que también somos el cuerpo al que nos enfrentamos. Sin cuerpo, seríamos unos nadie —como entendió el mismo Dios in illo tempore (y de ahí la encarnación). Pero, por eso mismo, somos algo más que cuerpo. La posibilidad de ser un nadie permanece como lo más profundo (incluso para Dios). Es lo que tiene ese continuo diferir de uno mismo: que no terminamos de identificarnos con el cuerpo que somos (y no solo habitamos). Esto es así porque inevitablemente nos hallamos sub iudice. El sí o el no recaen en un primer momento sobre el cuerpo: no todo en ti es puro. Hay algo de ti que debe permanecer oculto. Los chimpancés no saben qué es la intimidad —no pueden saberlo. Pues no hay vida interior que no repose sobre la vergüenza y, en definitiva, sobre la acusación. La pregunta es quién nos acusa de verdad —quién exige de nosotros una respuesta—: si el publicista o el que no cuenta para el mundo.
Somos cuerpo y alma. Pero de forma integrada. Cuando echamos sal en un vaso de agua ambas se funden y devienen algo nuevo, agua salada. La cual no tiene ni la textura de la sal ni la insipidez del agua.
¿A qué viene entonces separar el cuerpo del resto de nuestra esencia? ¿A qué señalarlo con encono? ¿A qué culpabilizarlo?
La supuesta corrupción del cuerpo y la tan enaltecida pureza del alma son fruto de una antigua interpretación, hija del miedo ante los peligros de la carne y de la ignorancia sobre los riesgos del alma.
Jesús habló en sus discursos de las alegrías y tristezas del hombre, tanto de las que proceden del cuerpo y como de las que emergen del alma. Señaló a la vez la esclavitud del hombre glotón y el egocentrismo de la soberbia. Y alabó tanto la prudencia del alma recta como la alegría que ofrece compartir comida sabrosa y bebida relajante junto a los amigos.
Una de las frases más sabias pronunciadas por Jesús quedó recogida en Lc. 10, 41-42. Debiera ser divisa central de todos los cristianos…