más caña al mono (o un delirio platónico)
noviembre 16, 2021 § Deja un comentario
Uno puede quedarse con la letra de lo que dijo Platón: que hay un mundo de cosas y otro de ideas; que tan solo el segundo es real —que las cosas que podemos ver y tocar únicamente participan de lo real y que, por eso mismo, su realidad es aparente—. Pero donde uno se queda con la letra, acaso creerá que entiende, pues eso es lo que dijo Platón, aun cuando hoy en día nos parezca absurdo —¿de verdad hay un mundo repleto de ideas?—, pero, de hecho, no entiende nada. Para comprender las tesis de Platón hay que preguntarse qué hay detrás de esta distinción entre los dos mundos, la cual no deja de ser, al fin y al cabo, un modo de hablar. Y lo que hay detrás es la respuesta a la cuestión acerca de lo que significa decir que algo es —que hay lo que hay—, respuesta que no tiene nada de evidente… aunque resulte obvia (y quizá, por eso mismo, la obviemos).
La pregunta nos parece, por lo común, irrelevante. ¿Pues acaso no hay lo que podemos ver y tocar? Sin embargo, el asunto adquiere otra tonalidad si nos preguntamos si hay amor —o justicia, o bien—. Es cierto que uno puede contentarse con creer que lo hay. Pero la vida, tarde o temprano, desmiente nuestras creencias más ingénuas o espontáneas —nuestras opiniones—. Así, ¿hay amor —o justicia, o bien—? No lo parece. De hecho, y tras los sucesivos desengaños, nos sentiremos inclinados a decir que, a lo sumo, lo que hay —lo que constatamos— es una mezcla. No hay amor que no sea, de algún modo, interesado; o decisión justa que no sea, y por buenas razones, discutible. Ahora bien, por eso mismo, ninguna mezcla termina de ser lo que parece —aquello que, en un momento dado, más se destaca en ella—. Y así podríamos decir que, dado que todo es mezcla, nada es.
En cualquier caso, ¿qué significa decir que hay justicia o amor? Estrictamente, que tanto la justicia como el amor se encuentran ahí afuera, haciéndose de algún modo presentes (aunque en este de algún modo pierdan por el camino su carácter absoluto o por entero). ¿Cómo se encuentran, por ejemplo, los árboles y las sillas? No, exactamente. El haber de los árboles y las sillas es, por decirlo así, el fondo que comparten los árboles y las sillas, en última instancia, cuanto es en concreto. Sin embargo dicho fondo —precisamente, porque es el fondo de lo concreto— no es nada al margen de lo concreto. Pues en realidad nada es o está ahí sin que nos muestre un aspecto determinado —nada es sin un modo de ser—. Por consiguiente, no es que primero, en el orden de lo real, sea el simple haber y luego este se llene de cosas. El simple haber no es ontológicamente anterior al mundo —pues en realidad no es nada en concreto—, aunque, en cierto sentido, lo trascienda.
Sin embargo, ¿de qué sentido se trata? No del que apunta a otro mundo, aun cuando inevitablemente nos lo imaginemos así, al menos porque el pensar siempre se dirige a un algo, sino del que se perfila en el Platón de sus últimos diálogos. De ahí que la trascendencia de lo real en su carácter otro o absoluto —el puro haber, la radical exterioridad de cuanto es— consista en su retroceso o des-aparición… en el mismo instante de su hacerse presente. No hay experiencia del puro haber —de la exterioridad en cuanto tal—, sino de las cosas que hay. El puro haber se nos da relativamente en lo concreto. Y dado que lo concreto es lo que cabe asimilar, como lo que deja de ser en verdad otro. Nada otro que no se dé o haga presente. Y por eso mismo, nada otro que no sea lo que tuvo que perderse de vista en cuanto tal en su hacerse presente.
Podríamos decir, paradójicamente, que hay el absoluto haber porque no lo hay —porque, en sí mismo, no aparece—. La exterioridad en cuanto puro haber retrocede en su hacer presente —y por tanto representable— a una sensibilidad. Hablamos del resto invisible de lo visible, no de algo invisible, sino de la invisibilidad —la extrañeza— que, como tal, abraza cuanto es. Por consiguiente, la respuesta a la pregunta del asombro —¿por qué hay algo en vez de nada?— sería porque en definitiva lo que hay es la nada —porque lo que es no es nada (y aquí podríamos sacarle punta a la doble negación). Quizá no sea causal que la filosofía acabe rozando el nihilismo. Pero si no cae de bruces en él será porque cuanto es puede experimentarse también como lo que nos es dado desde el horizonte de nada, es decir, como excepción, milagro, donación.
Por consiguiente, a nuestras preguntas iniciales —¿hay amor, justicia, bien?— podríamos responder diciendo que, efectivamente, hay amor, justicia, bien… aunque imperfectos. E imperfectos, precisamente, porque son.
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