una declaración

mayo 6, 2022 § Deja un comentario

Si Dios es, en verdad, un Dios hecho hombre, entonces Dios es el Dios del hombre de Dios (y en concreto, de aquel que cuelga de una cruz). No decimos el Dios de aquellos que creen o suponen que hay un Dios en las alturas que cuida de nosotros, aunque de un modo a menudo desconcertante. Esto es, no decimos, el Dios del homo religiosus, sino el del hombre de Dios. Y es que el hombre únicamente llega a ser de Dios donde permanece fiel hasta el absurdo a un Dios que no aparece como dios —a un Dios que no quiso ser nadie sin el hombre y que, por eso mismo, sigue siendo nadie con anterioridad a la sobrehumana entrega del hombre. De ahí que, cristianamente, estar ante Dios sea lo mismo que estar ante aquel que lo encarna —traducción: ante el cuerpo de Dios. No hay Dios al margen del crucificado. Con independencia del acontecimiento del Gólgota, el haber de Dios es el de un Dios por-venir —un Dios que está a un paso de caer en la nada. Con respecto a Dios, la confesión cristiana no dice otra cosa que la siguiente: el crucificado es el modo de ser de Dios, su quién (y no solo su ejemplificación). Pues con anterioridad al fiat del crucificado Dios, en sí mismo, es el aún nadie. Y lo es porque esta fue su voluntad desde un principio —la voluntad que es Dios, por decirlo así, y que se realiza como voluntad de Dios a través del fiat del hombre. Hay Dios —Dios se hace presente— porque Dios es el sujeto del hombre de Dios, es decir, la invocación o demanda a la que se encuentra sujeto el hombre de Dios. De ahí que el hombre de Dios sea la Palabra de Dios, su predicado, lo que Dios quiere decir. Y lo que Dios quiere decir es que es en el hombre de Dios y como hombre de Dios. En clave trinitaria, si Dios es la relación entre Padre e Hijo, entonces el Padre es el Padre del Hijo. Pues no hay Padre sin Hijo. Ni Hijo sin Padre.

Sin embargo, esto último, y por lo que hemos dicho antes, debe entenderse históricamente. Y es que con la caída Dios quedó enajenado de aquel en quien quiso reconocerse desde un principio —y por eso mismo, quedó herido de muerte como Dios (aunque por eso mismo, también se perdió por el camino la humanidad del hombre). Hasta el Gólgota, de Dios tan solo la voz que clama por la fe del hombre y cuyo eco escuchamos en el llanto de los sin Dios. Esta voz y la gracia de seguir con vida a pesar de existir como muertos. Dios es, sencillamente, la historia de Dios, una historia en la que estuvo en riesgo, de hecho, el ser o no ser de Dios. Y, por extensión, el del hombre. El cristianismo está lejos de ser una ilusión del hombre. En cualquier, será la de Dios.

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