de un café con Xavi Casanovas
julio 2, 2022 § Deja un comentario
La fe no es posible. O mejor, no vive de lo posible. Pues si pudiéramos creer, entonces no creeríamos. La esperanza, de estar garantizada por las posibilidades del mundo, queda reducida a una expectativa razonable: creemos saber qué debemos hacer para mejorar la sociedad. Aunque las cosas se pongan cuesta arriba. Sin embargo, la fe nace cuando ya no cabe ninguna expectativa —cuando topamos con el muro de las lamentaciones, por así decirlo—. No parece que haya un más allá del muro. De ahí que la fe, frente a la mera expectativa, apunte a lo imposible. Ahora bien, no apunta a lo imposible porque ya nos gustaría que la película terminase bien. La cuestión es, por tanto, en nombre de qué o de quién cree quien cree verdaderamente Y la respuesta es siempre la misma: en nombre del perdón de nuestras víctimas. Al menos, porque solo desde ese perdón todo comienza de nuevo. Creer significa creer, en nombre de una bondad que tuvo lugar donde no podía haber ninguna bondad, que el verdugo no pronunciará la última palabra. En este sentido, la esperanza creyente es el envés de un mundo que se encuentra sub iudice, esto es, (de)pendiente de. La fe no es, propiamente, una suposición, sino una respuesta confiada a la invocación que nace de dicho perdón. Pues la fe que no responde apenas se diferencia de la iluminación. O del delirio.
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