el proceso

noviembre 11, 2022 § 1 comentario

1. Te miras al espejo y te dices: vaya mierda. Entonces te preguntas: quién me querrá; quién me dirá que valgo; quién me rescatará del pozo en el que me hallo. Es la pregunta por el padre —por el que decide el sí o el no de tu entera existencia.

2. Si tu padre te ríe las gracias, entonces puedes ir por ahí creyendo que vales: has triunfado, has tenido éxito. Sin embargo, todo éxito es un malentendido —un postureo. Pues, en el fondo sabes que el espejo nunca miente: la más bella es siempre otra.

3. La suerte: que el que podría ser tu padre no te haga ni caso —o que no tengas padre. Entonces, o bien te hundes en la indigencia —no cuentas para nadie—, o bien no tendrás más remedio que salir de ti mismo en busca del tesoro. Pues porque no tienes padre sabrás —y lo sabrás duramente— que no eres el centro, que el centro es lo que persigues o amas sin que puedas alcanzarlo (y por eso mismo, podrás amarlo). Y esto es, precisamente, lo que quiso tu padre: que no dependas de él. Pues en el fondo él no ignora que es como tú: un nadie. Y es que un padre no es el que aplaude tus logros —ese en cualquier caso será tu ídolo—, sino el que, echándote del hogar, te envía en misión al negarte como hijo. De ahí que únicamente los huérfanos tengan padre.

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