quién lo sabe
noviembre 30, 2022 § Deja un comentario
La crítica —la ciencia, la religión, el Estado, el piscoanálisis…— presuponen un sujeto del saber. Y ese sujeto, por lo común, viene de fuera (o mejor dicho, de encima). Nadie, desde sí mismo, puede dar la medida de sí mismo. La cuestión es quién la dará. Las chicas del colegio mayor decían que era un juego. Montero and Co. replicaron que lo decían porque estaban alienadas. Los verdugos no sabían lo que hacían (y por eso, en el Gólgota se invocó su perdón). Es también el juego que practica el científico: te equivocas cuando crees que la tierra es plana, aunque no puedas evitar que te lo parezca. Ciertamente, con respecto a lo natural, la distinción entre lo que nos parece que es y lo que es puede llegar a puerto (y aquí el científico tiene las de ganar). Pero en los asuntos demasiado humanos no hay hechos a los que podamos apelar. Pues aquí cualquier hecho discutible viene cargado de lectura, de juicio de valor. El resultado: el guirigay, la cháchara. Acaso la última palabra la tenga el Estado. Pero no porque tenga razón, sino porque tiene armas. Quizá aquello de que solo Dios sabe, teniendo en cuenta que a Dios nadie lo ha visto, funcione como correctivo. O también, si se prefiere, la ironía socrática. ¿Acaso las chicas a las que Montero demonizó no sabían lo que hacían cuando quisieron jugar a lo bestia? ¿Los niños yerran cuando juegan a pistoleros? Es posible que no haya juego inocente. Pero ¿qué —o quién— lo es? ¿No es mejor ir al fútbol que liarse a navajazos? La moral —en nuestro caso, el moralismo— ¿entendió alguna vez la naturaleza del juego?
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