invisibles

diciembre 2, 2022 § Deja un comentario

¿En qué nos convertiríamos si fuésemos invisibles —si nos pusiéramos el anillo de Giges? La invisibilidad es, como cabe suponer, la metáfora de un poder sin restricciones: nadie te ve, nadie te juzga (y por eso mismo, nadie te condena). Trasímaco lo tuvo claro, frente a Sócrates: de lograr la invisibilidad dejaríamos de temer y, en consecuencia, nada podría impedir que realizásemos nuestras peores fantasías. Pues la raíz de nuestra buena conducta —sostiene Trasímaco— es el temor. Aquí la cuestión es si es posible amar el bien por el bien mismo, esto es, buscarlo. Sócrates estuvo convencido de ello. Ya que, de hecho, somos esta búsqueda —esta inquietud. Y es que, aunque el poder absoluto nos libere del temor, el precio a pagar es, de hecho, la pérdida de la alteridad y, consecuentemente, el quedar reducidos a mero organismo. En el horizonte, poco más que apetencias. Nada qué desear ni, por descontado, querer. El hallazgo socrático consiste en caer en la cuenta de que hay más libertad en quien aspira al bien que al poder. Quisimos el poder de un dios. Sin embargo, ignorábamos que un dios omnipotente, y a causa precisamente de su omnipotencia, no es nadie. Pues donde no hay otro que valga no hay conciencia —no hay yo. El tirano, como viera Platón, está solo (y solo como títere de sus impulsos). Quizá no sea casual que los antiguos egipcios imaginaran a sus dioses como bestias. En cualquier caso, una cosa es que, en el fondo, no busquemos otra cosa que el bien y otra es que sepamos hacia donde apuntar. Pero Sócrates no dijo lo contrario.

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