la distracción
diciembre 19, 2025 § Deja un comentario
Uno de los efectos laterales de la muerte de Dios es habernos quedado sin un lenguaje para, cuando menos, expresar la oquedad abisal de la existencia. Así, el individuo moderno fácilmente creerá que es profundo donde simplemente experimenta la confusión, el aún no saber qué hacer consigo mismo, la indecisión, la colisión de deseos incompatibles. Ciertamente, aquí hay más profundidad que en una existencia ocupada a tiempo completo en las ofertas del super. Pero los meandros de la subjetividad no dejan de resultar ridículos ante la posibilidad de que prevalezca el No. Ningún temor o temblor ante la posibilidad de la aniquilación —del exceso más extremo, el que supone el vaciamiento de Dios. Pues la muerte de Dios es un infantilismo donde se contrapone a su negación de sí.
perfectio (1)
diciembre 18, 2025 § Deja un comentario
El haber, en cuanto tal, no es (nada) sin el haber de las cosas. Sucede aquí algo parecido a lo que podemos decir con respecto a la relación entre la conciencia de sí —el yo— y el cuerpo con el que se identifica: que el yo es no siendo aún nadie sin el cuerpo; ahora bien, si el cuerpo es de alguien es porque hay un yo ahí. La identificación con el propio cuerpo tiene lugar a través de la negación de sí que expresa la voluntad del yo de llegar a ser reconocido: yo no soy nadie… y quiero ser alguien. Sin embargo, no hay que entender lo anterior como si el yo precediese al cuerpo en el tiempo. De hecho, se trata de un círculo —mejor dicho, de una cinta de Moebius— , el que traza el desarrollo de la subjetividad… y que podemos cortar por donde nos plazca… cuandoque nos preguntemos por una explicación —una historia—, la cual siempre será relativa al corte. De ahí que quepan diferentes historias. Una cinta de Moebius no se explica: se constata. O mejor dicho: cualquier explicación es irrelevante. Pues no da cuenta de la realidad a la que apunta. No hay génesis si no es en relación con la nada.
Paralelamente, si hay el haber de las cosas es porque hay el haber… aun cuando el haber en cuanto tal no sea nada en concreto, sino su negación de sí —una negación inherente a que la nada no sea—, la que constituye el mundo. La nada no es nada… ni puede serlo. Por tanto, debe ser su contrario, el mundo. Que la nada no sea nada —ni pueda serlo— es el Bien. Por defecto, lo real se realiza. Nada es real que no se realice. Es decir, la nada es real en tanto que se realiza. Pero —y en ello reside la clave de este asunto— se realiza en su negación de sí y, por eso mismo, como mundo.
Con todo, la negación de si de la nada se conserva en su realización como mundo —y porque el mundo es su realización. Todo es de nada. O dicho de otro modo: que nada termine de ser obedece a que la nada termina de ser —se realiza— como la totalidad de lo que hay. Se trata, obviamente, del tiempo. Todo se encuentra sometido al tiempo porque el todo es la realización de la nada. En definitiva, ser y nada —luz y oscuridad, bien y mal, vida y muerte— son dos caras de lo mismo. Pues tiempo significa que lo que hay es en la dirección de su contrario.
Frankenstein vs Elohim
diciembre 16, 2025 § Deja un comentario
La posibilidad de que los humanos creen un ente de inteligencia inconmensurablemente superior —el hecho de que procedemos de bacterias que, como tales, no dejan de ser idiotas— ¿acaso no abre la posibilidad de que el creador sea, en realidad, inferior a su criatura? La pregunta es, en el fondo, retórica.
Ahora bien, en ese caso, el creador no sería DIos. Pues Dios, por defecto, nos excede por entero. Y no me refiero a que sus rasgos sean algo así como más de lo mismo —la diferencia con lo divino no es la de lo gigantesco. Pues, de ser así, ese dios aún no sería Dios, sino un ente supremo. Me refiero a que el exceso de Dios es el del nadie aún. Y aquí ya no hay proporción.
meditaciones cartesianas 23
diciembre 14, 2025 § Deja un comentario
¿En qué consiste el giro del pensamiento moderno, el que inicia René Descartes, con permiso de la alta escolástica? Lo que suele decirse es que la primera cuestión, la que da pie a la reflexión radical, ya no será en qué consiste que algo sea, sino cómo podemos asegurar la verdad de lo que decimos. O en otra clave, la actitud de la sospecha precederá a la del asombro. Es como si el cirujano, antes de ponerse a operar, quisiera ver hasta qué punto los bisturíes están lo suficientemente afilados. Traducción: hasta qué punto los medios con los que contamos para llegar a la verdad —los criterios, a saber, la sensibilidad y la razón— son lo suficientemente fiables. Y lo serán si son capaces de garantizar que nuestras afirmaciones sobre cuanto nos rodea no admiten ningún género de duda. Esto es, si pueden proporcionar certezas. Como sabemos, la pregunta por la fiabilidad de los criterios de verdad es la pregunta escéptica por excelencia —y también, como sabemos, la tesis escéptica es que no hay modo de garantizar dicha fiabilidad, esto es, que en modo alguno cabe rebasar el horizonte de la creencia, la suposición, la opinión… aun cuando, por lo común e ingenuamente, las demos por ciertas, es decir, las aceptemoscomo si lo fueran. El giro de Descartes será la respuesta al desafío escéptico. Ahora bien ¿cuáles son las implicaciones de dicho giro?
De entrada, quien se pregunta por la fiabilidad de los criterios de verdad no se enfrenta en primer lugar al acontecimiento, al hecho de que haya algo en vez de nada, sino a sus representaciones mentales acerca de lo que hay. Esto es, no se expone al hecho de que haya, pongamos por caso, un árbol ahí, sino a su idea —o si se prefiere, su afirmación— de que hay un árbol ahí. Así, no estaríamos en contacto directo con el mundo, sino con nuestras representaciones mentales del mismo. Con ello, la noción de verdad ya no se entenderá, en primer lugar, como equivalente al acontecimiento —a la presencia o presente de lo real—, sino como correspondencia entre nuestras representaciones mentales de los hechos y, precisamente, los hechos. De ahí que la cuestión sobre la fiabilidad de los criterios de verdad se entienda como primera cuestión.
Ahora bien, el paso no es inocente. De hecho, es algo así como un truco. La pretensión de Descartes a la hora de abordar la pregunta por la posibilidad de alcanzar lacerteza —el saber— es la de partir de cero, esto es, la de no dar nada por supuesto. Sin embargo, en el momento en que el punto de partida no será el que haya algo ahí, sino nuestras representaciones de algo ahí, el resultado no podrá ser otro que el de la primacía del cogito. Es decir, admitir la posibilidad de que las representaciones mentales no den en el clavo —al fin y al cabo, admitir la posibilidad de que dichas representaciones estén solo en nuestra mente— presupone implíctamente lo que, en el contexto de las Meditaciones, se expondrá como el resultado del ejercicio metódico de la duda. En definitiva, podríamos decir que este ejercicio concluye lo que presupone… lo cual cae en la circularidad tautológica. Y si esto es así —que lo es—, entonces dicho ejercicio no deja de ser un espléndido ejercicio de retórica. Aunque se vista con los oropeles de la demostración rigurosa.
La retórica, sin embargo, continúa. Pues Descartes se verá obligado a admitir que la conciencia de sí no es posible sin una referencia a la exterioridad, al puro y simple ahí. Efectivamente, la finitud del cogito, el que Descartes solo pueda estar seguro de su existencia mientras piensa, exige como su envés el más allá de la conciencia, el afuera o puro ahí. Pues, por defecto, si hay límite, hay un más allá del límite, aun cuando no podamos decir en qué consiste —aun cuando no podamos decir que sea un mundo. El puro ahí no puede darse, por tanto, como el objeto de una representación que quepa poner en cuestión. Es, por el contrario, el punto de partida del pensamiento… lo que Descartes, de facto, rechaza. La conciencia es, inevitablemente, conciencia de algo. Y por eso mismo, ese algo es el índice de una exterioridad que no cable poner contra las cuerdas como tal. Es verdad que Descartes nunca pone en cuestión que haya el ahí. Pero también lo es que muestra su necesidad… en relación con el cogito. Según Descartes, el puro ahí —el afuera, aún sin mundo— será primero en el orden ontológico —en el orden de lo real—, pero no en el epistemológico —en el orden del conocimiento. Y este acaso fuese el paso más decisivo. Pues, por el camino, el puro ahí perderá su carácter absoluto o ab-suelto. Es decir, originario.
¿Qué le hubiera dicho Platón a Descartes? “Haber comenzado por (el) ahí”. Pues, aun cuando nuestras ideas sobre el mundo —sobre las cosas que hay— pudieran revelarse como un completo error, la división entre el ahí aún sin forma —la pura exteriordad— y su hacerse presente en perspectiva seguiría siendo fundamental, esto es, anterior. Y por eso mismo, es lo que hay que pensar antes que nada. De hecho, de hacerlo, va a ser la misma perspectiva —la apariencia—, incluso siendo adecuada, la que se revelará como ilusión. Así, una vez Descartes, a través de la idea de Dios, llega a la conclusión de que hay lo ilimitado de un ahí debería haber vuelto a Platón. El truco consiste, precisamente, en no haberlo hecho. Es lo que tiene convertir las apariencias en representaciones mentales —en entenderlas en primer lugar como contenidos de la conciencia, antes que como un hacerse presente de lo real-absoluto.
Y de ahí a la muerte de Dios media un paso. A pesar de las demostraciones con las que Descartes intentó garantizar su existencia. Pues que esta tenga demostrarse ante el tribunal de la razón ya sugiere, cuando menos, que lo demostrado no será, en realidad, Dios.
el ethos griego
diciembre 13, 2025 § Deja un comentario
Al fin y al cabo, los griegos fueron muy simples a la hora de hablar sobre la mejor manera de vivir: que no te pueda lo que no importa. Pero para eso hace falta, sobre todo, lucidez. Y en eso, los griegos la clavaron. También la clavó Israel. Pues, a diferencia del cristianismo, el cual exalta al carbonero, para un judío no es posible la santidad sin sabiduría, la cual no habita, a pesar de los rumores, una torre de marfil.
el verso y la glosa
diciembre 12, 2025 § Deja un comentario
Hay un verso de Hölderlin que dice, más o menos, así: Perdónanos, Platón: te hemos traicionado. Así, leído como quien no quiere la cosa, no diríamos que estemos ante un gran verso. No hay giros, sorpresas semánticas, metáforas afortunadas. Es demasiado simple… hasta el punto de parecernos una boutade, una ocurrencia. Sin embargo, la profundidad de este verso resulta estremecedora… pàra quien sepa que pensó el que tuvo las espaldas anchas. Pues basta con imaginar que alguien nos dijera, precisamente, esto: hemos traicionado a Platón. Y nos lo dijera con esa sencilla gravedad que confiere a las palabras el peso de lo verdadero. El efecto emocional sería parecido al que experimentaría un creyente judío que cayera en la cuenta de que es posible que, sus antepasados, hubiesen crucificado realmente al Mesías, y no únicamente a un impostor.
Quizá fuese por este motivo que Platón desconfiase de la escritura. Pues, probablemente, la verdad —mejor dicho, nuestro compromiso con ella— necesita de una voz. Dar la palabra por escrito es darla sobre un papel. Y los papeles, tarde o temprano, terminan cogiendo humedad. Aunque también fue consciente de que, para conservar la voz de Sócrates y tras la desaparición de los rapsodas, era necesario glosarla a través de, precisamente, la escritura.
El posible que, cerca del final, topemos con lo verdadero, a pesar de su carácter paradójico o extraño. Pero también lo más probable es que nadie lo entienda. Y no porque sea complicado o difícil de entender, sino porque lo obvio es, por defecto, lo obviado.
Hume y la compasión
diciembre 11, 2025 § Deja un comentario
La cuestión es si la mirada del otro simplemente nos conmueve o, también, interpela. Realmente. Ahora bien, si fuese esto último, entonces debemos responder —y no tan solo reaccionar emocionalmente. La cuestión es por qué debemos. —por qué, en definitiva, esa mirada nos juzga.
Israel lo tuvo claro desde el principio —o casi: la aparición y el deber de preservarla de la profanación —al fin y al cabo, de nuestra impiedad o indiferencia— son las dos caras de una misma moneda. Aquí, no hay simetría que valga. Y lo que esto significa es que el punto de partida —aquello que, por defecto, se asume existencialmente como indiscutible— no es la autonomía, sino una extrema heteronomía.
Esto es lo que, al fin y al cabo, quiso decirnos Emmanuel Levinas. Y con ello no se limitó a exponer una opinión —un me parece que es así. Más bien, un es así… aun cuando no nos lo parezca. De ahí que, tarde o temprano, tengamos que pelearnos con la metafísica —con la necesidad de alcanzar una cierta lucidez.
la autoridad de la escritura
diciembre 10, 2025 § Deja un comentario
Hay en la escritura profana un resto de escritura sagrada. Y no —o no solo, al menos, en la literatura premoderna— por los temas. La palabra escrita arrastra el carácter incuestionable de lo pronunciado. Y queda como si fuese una sentencia dictada por un juez: queda dicho. Al fin y al cabo, sentencia, pronunciamiento, juicio… son términos que proceden —o asume— el ámbito judicial, siendo, además, intercambiables. El verbo ser —y su sustantivación— contribuye, y decisivamente, al efecto. Pues quien dice es dice permanecer. Incluso cuando sostiene que nada permanece. Pues, en ese caso caso„ lo que permanece es que todo lo sólido se desvanece en el aire.
De ahí que a la hora de leer no estaría de más imaginar que el autor no deja de ser un cualquiera, aunque con una particular habilidad, alguien que no termina de saber de lo que habla. Ahora bien, de hacerlo, tampoco caeríamos en la secularización. De hecho, todo lo contrario.
nihilismo profético
diciembre 9, 2025 § Deja un comentario
Es posible que aún estemos un tanto lejos —y quizá tenga que ser así— de comprender la crítica profética al falso dios. Por lo común, suele decírsenos que los ídolos nos entregan a la codicia, el narcisismo, a la bestia que llevamos dentro. De acuerdo. Pero no deberíamos olvidar que, por defecto, todo dios es terrible. Incluso Yavhé. De ahí que Baal no sea solo un dios maligno. Es, sencillamente, un dios. Y, por ello, exige sacrificios. A más poder, más sacrificios.
La revolución del profetismo consistió, según mi parecer, en desplazar la divinidad al territorio de lo inaccesible —Yavhé es el Altísimo—, hasta el punto de convertir la Creación en su única huella. Es como si los profetas nos hubiesen liberado de la religión… para, en su lugar, hacernos responsables de la presencia de Dios. Excesivo, sin duda, para quienes prefieren contar con un dios de su parte.
Israel y el nihilismo
diciembre 6, 2025 § Deja un comentario
Decíamos: nihilismo significa que, desde la óptica de un tiempo sin final, da igual una operación de exterminio que la sonrisa inocente de un niño. Otro asunto, obviamente, es que no nos lo parezca. Pero que no nos lo parezca no significa, y con igual obviedad, que no sea así. El movimiento de las galaxias seguiría imperturbable etsi homo non daretur.
Ahora bien, probablemente Jerusalén fue más lúcida que Atenas con respecto a este asunto. Pues Israel intuyó lo siguiente: que la vida nos ha sido dada desde el horizonte de la nada, del retroceso de Dios; y que, por esos mismo, debemos preservar la vida en nombre de Dios, esto es, en su lugar. Israel no se atreve a proponer un sentido que dote de sentido al cumplimiento del deber. Israel no dice: hay que cumplir la Ley porque solo de este modo alcanzaremos la dicha moral, sino hay que obedecer por obedecer…. y luego ya entenderemos. Pues vida y obediencia son las dos caras de una misma moneda. Kant fue, en el fondo„ un converso.
Por tanto, que el nihilista sostenga que la existencia carece de sentido —que no hay meta— apenas importa. Simplemente, porque el tema no es que la vida tenga o no sentido, sino qué hacer una vez caemos en la cuenta del acontecimiento. El resto no se decide desde nuestro lado. Si es que se decide..
compasión y justicia
diciembre 5, 2025 § 4 comentarios
El homeless que te agrede… porque no le das el cigarrillo que te pide no provoca tu compasión. Más bien, lo contrario: el rechazo, por no decir la violencia sanitaria. Y sin embargo, su provocación es su acusación. Él merece justicia. Aun cuando no merezca nuestra lástima. Y la justicia es política.
Otro asunto es la disposición cristiana a ponerse a su servicio. Ahora bien, lo más probable es que suceda lo que le sucedió a Pere Claver: que el esclavo que redimió terminó tratándole como a un perro: mendrugos de pan, las sobras, para el jesuita, .
Pues bien, ¿qué significa nihilismo? Ninguna victoria para Pere Claver. Desde la óptica de una eternidad sin juicio, hubiera dado igual que se hubiera dedicado al tráfico de esclavos.
el haber y el yo
diciembre 4, 2025 § Deja un comentario
¿Puede haber el haber sin un yo que dé testimonio? ¿Puede haber oscuridad y silencio absolutos donde no hay quien los sufra? También el obispo dijo aquello de esse est percipi. El haber absoluto —el puro haber— es lo que tuvo que retroceder para que hubiera el haber de las cosas —para que hubiesen los mundos. De acuerdo. Pero es que incluso la posibilidad de un haber sin sujeto —la posibilidad de la aniquilación— es para alguien
De ahí al idealismo de Fichte media un paso: lo absoluto es el Yo. Ahora bien, se trata de un absoluto que no tendrá más remedio que admitir que lo absoluto o, literalmente, absuelto esta fuera de sí. Pues no hay Yo sin la nada que lo niega. En este sentido, Hegel quizá fuese más perspicaz… al entender la nada del en sí como, precisamente, sujeto. Y lo que esto significa es que no hay (la) nada sin nada.
2001: Odissey
diciembre 3, 2025 § Deja un comentario
El final es irracional… para nosotros. Pero porque es, precisamente, para nosotros tiene que amagar una racionalidad —una explicación. De ahí que la busquemos. El libro de Arthur C. Clarke Clark en el que se basa la película la da. Pero imaginémonos que no fuéramos capaces de dar con ella. En ese caso, eso seguiría siendo un ahí hay, aun cuando no fuese un mundo.
Es posible que permanezcamos en la ingenuidad donde pretendemos seguir dando cuenta de nuestro lugar en el cosmos buscando un mapa mental, un modelo, una consistencia. Pues todo comienza una vez topamos con la inconsistencia, el absurdo, en no ha lugar —la utopía, la cual antes que un ideal es un imposible. Es entonces que surge la pregunta: y ahora qué hacemos. Aquí caben dos respuestas: o fraternidad o darwinismo. Y todo frente a la indiferencia del dios.
Luego dirán que la vida no se inscribe en un combate cósmico entre la bondad y los poderes del horror. AUn cuando es cierto que hoy en día no nos lo parece.
si existe Dios…
diciembre 2, 2025 § 4 comentarios
Leo: tras la muerte, no estaremos solos. Dios nos acogerá Quizá sea un consuelo. O al menos, para muchos lo es. Pero ¿qué significa?
Imagenimos que, efectivamente, fuera así. ¿Seguiríamos viviendo, aunque abrazados? ¿Eternamente? ¿Podríamos soportarlo? Más aún: ¿qué vida puede haber sin cuerpo? ¿Acaso será otro tipo de corporalidad? Pablo estuvo convencido de ello. Ciertamente, el cómo no parece importar a quien necesita decirse que la muerte no es un final. Basta con creer que continuaremos con vida —y , de ser posible, sin sufrimiento. No obstante, esto último solo tiene que ver con nosotros, con nuestra necesidad. No, con la verdad.
Mussfeld
diciembre 1, 2025 § Deja un comentario
En la película La zona gris, hay una escena en la que Erich Mussfeld se encara con la niña que sobrevivió a las cámaras de gas y que los sondekommando intentaban salvar aun a costa de poner en riesgo la rebelión, diciéndole lo que podía haber dicho perfectamente un Hume: te mirarón a los ojos y se sintieron inclinados a protegerte. No hay más que el movimiento de las bolas de billar. Toda acción es reacción.
Sin embargo, esta es la cuestión: si hay o no hay más. Pues es indiscutible que hay reacción. Ahora bien, que haya algo más no depende de lo que nos parezca. Esto es, de la perspectiva o el mapa mental. Pues hay algo más porque todo es aparición desde el horizonte de la nada que, en su negación de sí —una negación que le es inherente—, dio origen al mundo. Y quien comprende esto último comprende que ser y bien es lo mismo. Pues que la nada sea no siendo nada —que Dios en sí mismo sea la kenosis de Dios— encuentra su envés en el mandato de preservar la vida frente a la impiedad.
Tan solo modernamente nos atrevimos a separar el bien de su raíz ontológica. Y es posible que este sea, precisamente, el principal error de la Modernidad.
contrafuertes
noviembre 30, 2025 § Deja un comentario
Si todo es aparición, entonces el sufrimiento indecente de la criatura es insoporrtable. Sin embargo, podemos soportarlo. Y no solo. También soportamos ocasionarlo. Aunque sea pasando de largo.
Digo: es insoportable. Ahora bien, para nosotros —y porque caímos en el mundo— un debe ser insoportable. Al fin y al cabo, el cuerpo es la cárcel del alma.
elegidos
noviembre 29, 2025 § Deja un comentario
La noción de elección divina ha jugado un papel, me atrevería a decir que constituyente, en la formación del sujeto occidental, el cual tiene dos vectores: el que apunta al sacerdote y el que apunta al übermensch nietzscheano. El punto de partida, como es sabido, fue la autocomprensión de Israel como pueblo elegido. Aquí Israel dio una vuelta de tuerca con respecto a la monolatría inicial: no es solo que Israel tuviera un dios de su parte, sino que, como pueblo, había también sido elegido para dar testimonio a la humanidad del Dios verdadero, lo que no coincide exactamente con un dar cuenta de la verdad de Dios —de hecho, este será el paso que dará Atenas. Esta vuelta de tuerca afecta, es evidente, a la experiencia misma de la divinidad. Al menos porque Dios deja de percibirse como simplemente lo gigantesco. Abraham, el primer creyente, responde a una llamada —y, a partir de ese momento, creer será responder a la invocación de Dios. Y todo responder carga con una responsabilidad.
El profetismo supuso igualmente un paso al frente en esta dirección. Y es que el profeta no es alguien capaz de conectar con la otra dimensión, sino el llamado. El chaman no tiene vocación de chaman. Pero fue en los tiempos de Ezequiel en donde la elección recayó oficialmente en el individuo. La salvación comienza a comprenderse como un asunto judicial: los fieles serán absueltos, mientrras que los impíos, condenados. Paralelamente, desde el horizonte apocalíptico en el que se inscribe el cristianismo, la llamada va adherida a la proclamación: id y anunciad fue el mandato sin el cual la resurrección, de haberla habido, no habría sido más que un fenómeno paranormal.
¿Por qué entonces esto de los dos vectores? ¿Quizá porque la raíz es la misma? Tan solo hizo falta que la palabra Dios perdiera su relevancia social como para que el hombre ocupase el lugar de Dios. El sujeto moderno ya no se comprende a sí mismo como jugando un papel en la historia de la salvación, un relato de trazo cósmico, sino como el que debe transformar el mundo por su cuenta y riesgo, un deber que no responde a ninguna llamada de lo alto, sino únicamente al impulso. Conatus essendi. Como si la llamada procediera de lo más profundo de la psique. Como si la invocación solo pudiera entenderse únicamente como inquietud.
Sin embargo, aquí la sospecha podría ejercerse contra sus maestros. Pues quién se cree el héroe de la transformación ¿acaso no es el títere de una anónima voluntad de poder cuyo principio es el de si es posible, debe realizarse, sean cuales sean las consecuencias? ¿Acaso no es este el principio mismo de la voracidad capitalista?
no epic
noviembre 28, 2025 § Deja un comentario
Qué ya no podamos comprendernos desde la épica —que el individuo moderno solo pueda alcanzar una comprensión de su lugar en el mundo desde las imágenes del éxito social— supone que cualquier intento de espiritualizar la existencia, esto es, de responder a la pregunta acerca de quiénes somos desde la óptica del formar parte, esté condenado a mirar hacia Oriente… lo que supone, ciertamente, un dejar atrás la tradición juedocristiana que dio pie a Occidente. Y es que no es lo mismo comprenderse como quien forma parte de un combate cósmico entre las fuerzas del Bien y las del Mal que como aquellos que se hallan inmersos en aguas que nos cubren por entero. Sencillamente, el subjectum no es el mismo. Y me atrevería a decir que el cristianismo difícilmente sobrevivirá, al menos como tal, donde ceda al tsunami oriental, quedando reducido a una piedad de los buenos sentimientos con la excusa del crucificado.
Otro asunto es si aún es posible evitar esta reducción.
símbolo y concepto
noviembre 27, 2025 § Deja un comentario
Con el tiempo, el símbolo se vuelve concepto. De Isaías a Benjamin. Así, la esperanza en la irrupción de un mesías terminó siendo la idea mesiánica. Dios, la idea de Dios. El mundo de las ideas es un baúl de objetos perdidos. Y fue esta convicción la que impidió que Israel desarrollara una metafísica. Pues, desde la experiencia de la pérdida, la pregunta no es qué es lo subyacente, sino si acaso habrá un regreso. De ahí que la inquietud judía no apunte tanto al des-cubrimiento como a la imposible aparición de los muertos.
la falsedad
noviembre 26, 2025 § 1 comentario
Dijo Adorno: todo lo empírico es falso. Pero ya lo dijo, también, Platón —y qué no dijo. Y si esto es así —que lo es—, entonces ¿cómo es que aún vivimos como si lo habitual fuese la norma —como es seguimos siendo los reos de las apariencias? Qué difícil incorporar, caer en la cuenta, temblar de vértigo… Será que hay verdad, pero no para nosotros. Para nosotros, el atisbo.
la religión y lo sagrado
noviembre 24, 2025 § 1 comentario
Es posible que retorne la religión. De hecho, ya está regresando. Lo que no volverá será lo sagrado. Para ello, haría falta que aún conservásemos unas dosis de temor y temblor.
Heidegger y la muerte
noviembre 23, 2025 § Deja un comentario
Para Heidegger, si no lo he entendido mal, encarar la muerte es encarar el nada más, un hasta aquí. Y ante la muerte sobran los como si —sobra decir, por ejemplo, “como si el ángel viniera a buscarme”. La muerte sería lo más real, en tanto que inalterable.
Sin embargo, en el hasta aquí ¿no hay también unas dosis de para mí — de como si? Como si fuera un hasta aquí. Pues, podría darse el caso, que la muerte fuese una frontera. Ahora bien, comprender a Heidegger significa caer en la cuenta de que, incluso en el más allá, existir continuaría siendo un enfrentarse a la posibilidad de la nada. La muerte es, al fin y al cabo, una metáfora de este enfrentarse. Al menos, porque la nada permanece agazapada en la negación de sí que le es inherente, en definitiva, en todo cuanto pasa. De hecho, si en el más allá no nos enfrentásemos a esta paradójica posibilidad, entonces eso ya no tendría que ver con nosotros, sino con la cosa en la que nos habríamos convertido.
Levinas y la muerte
noviembre 19, 2025 § 1 comentario
Dice Levinas: La muerte me amenaza desde el más allá. Este desconocido que asusta, el silencio de los infinitos espacios que aterrorizan, viene del otro, y esta alteridad, precisamente como absoluta, me golpea en un diseño malvado o en un juicio de justicia. (…) Este enfoque de la muerte indica que estamos en relación con algo que es absolutamente diferente, algo que lleva la alteridad no como una determinación provisional que podemos asimilar a través del disfrute, sino como algo cuya propia existencia está hecha de alteridad. Por lo tanto, mi soledad no se confirma con la muerte, sino que se rompe con ella.
Aquí, me atrevería a decir, sobra el algo. Pues sugiere entidad. Y lo Otro, por defecto, es lo que quedó absuelto de la existencia. De ahí su carácter, precisamente, absoluto. Ciertamente, tras morir, podemos encontrarnos con algo . Pero, en ese caso, lo Otro habría dado, de nuevo, un paso atrás. La alteridad, en cuanto tal, no habita ningún mundo. Ni siquiera el sobrenatural. Pues lo sobrenatural sigue siendo todavía demasiado natural, aun cuando inicialmente nos sorprenda, como para que podamos hablar de una genuina trascendencia. Si lo Otro es diferente no es porque tenga rasgos extraños, sino porque carece de rasgos… al diferir eternamente de lo particular. Es lo siempre pendiente en nuestro trato con el mundo. Aunque hay mundo… porque lo Otro retrocedió a un pasado inmemorial. Como dijera Hegel en su momento, nada más real que lo abstracto. Y aquí hay que tener en cuenta que lo abstracto, en este caso, no es el resultado de nuestra abstracción.
Sin embargo, Levinas también escribe lo siguiente: En el ser para la muerte del miedo no me enfrento a la nada, sino a lo que está en mi contra, como si el asesinato, en lugar de ser una de las ocasiones de morir, fueran inseparables de la esencia de la muerte, como si el acercamiento de la muerte siguiera siendo una de las modalidades de la relación con el Otro. La violencia de la muerte amenaza como una tiranía, como si procediera de una voluntad extranjera. El orden de necesidad que se lleva a cabo en la muerte no es como una ley implacable del determinismo que rige una totalidad, sino más bien como la alienación de mi voluntad por el Otro . (…)En la muerte somos capturados sin la posibilidad de tomar represalias contra nuestro atacante. Estamos expuestos a la violencia absoluta, al asesinato en la noche.
Más aún: no es solo que existan aventuras imposibles para el sujeto, que sus poderes sean de alguna manera finitos; la muerte no anuncia una realidad contra la que no se pueda hacer nada, contra la cual nuestro poder es insuficiente: las realidades que exceden nuestra fuerza ya surgen en el mundo de la luz. Lo importante de la aproximación de la muerte es que en cierto momento ya no podemos ser capaces. Es exactamente así como el sujeto pierde su dominio como sujeto .
Son textos extraordinarios. Mi única pregunta es si esto es así o si deviene así al decirlo. Y uno está tentado de decantarse por lo segundo. En realidad, no hay modo de determinar si es o no así, tal y como lo expresa Levinas. Pues la determinación ya implica un como o, mejor dicho, un como si: como si estuviéremos expuestos a una violencia absoluta, al asesinato en la noche. Levinas, de hecho, tampoco se ahorra el como si: como si procediera de una voluntad extranjera. Y probablemente fuese muy consciente de que no hay manera de ahorrárselo… si se trata de incorporar —literalmente, de hacer cuerpo de— nuestro hallarnos comprometidos con nuestra muerte. Es como si Levinas nos dijera: así vivo mi hallarme expuesto a la muerte. Ciertamente, entramos aquí en el terreno de lo imaginario… y, por eso mismo, de lo variable: como si hubiera un ángel de la muerte. A pesar de que el empleo del verbo ser insinúe que hemos golpeado el tuétano de lo real.
En este sentido, Heidegger fue más aséptico —más griego. Que vivamos arrojados a la muerte como si el ángel viniera a por mí no deja de ser un modo de hablar. Dar en el tuétano de lo real —de lo inmodificable— supone abandonar los modos de hablar, los que constituyen precisamente un mundo, el para mí, la perspectiva. Ante lo real no hay enfoque que valga. Y esto porque decir lo real es decir nada, esto es, enmudecer. Hallarse expuestos a la muerte es hallarse expuestos, precisamente, al enmudecimiento que pro-voca la nulidad —el nada más. Y aquí solo caben dos reacciones, llamésmolas actitudes: o serenidad, o desesperación.
No obstante, uno podría preguntarse si en Heidegger, el sujeto no estará aún demasiado centrado en sí mismo como para dar fe de lo real en cuanto absoluto. Es decir, si el descentramiento de sí que supone el encarar lo real no exigirá, paradójicamente, los como si .
tipología básica
noviembre 17, 2025 § Deja un comentario
En lo relativo a las relaciones humanas, hay dos tipos de mujeres como hay dos tipos de hombres. Quienes, de tan centrados en sí mismos, únicamente se interesan por cuanto puedan (re)tener, desde el éxito hasta una pareja; y aquellos que buscan a alguien —el encuentro, la intimidad, el desconcierto, la aparición. Si somos de los primeros, entonces no habrá más que satisfacción y resentimiento, no necesariamente a partes iguales. Si de los segundos, la vida se vuelve interesante, densa, incomprensible. Y probablemente, no nos podrá el dolor. También es verdad que las fronteras entre ambos tipos son borrosas. Pero también lo es que uno suele pesar más en cada uno de nosotros.
Ahora bien, de lo que se trata es de no equivocarse. Pues, de pertenecer al segundo tipo, que las cosas nos vayan bien, desgracia al margen, dependerá de que no la caguemos con la elección. Y es fácil cagarla. Al menos, porque los del primer tipo, al dedicarse en cuerpo y alma a sí mismos, suelen brillar más.
una breve
noviembre 16, 2025 § Deja un comentario
Quizá Nietzsche no cayó en la cuenta de que la voluntad de poder, en tanto que el hombre deviene su títere, es un perfecto sustituto de Dios. Como acaso tampoco comprendiera que Dios en verdad es la kenosis de Dios.
nihilismo metafísico
noviembre 15, 2025 § Deja un comentario
El nihilismo metafísico no es el de Nietzsche. A pesar de que su formulación aún es metafísica como supo ver Heidegger. El nihilismo de Nietzsche parte de la decepción: creímos que tenía que haber un sentido; pero cualquier sentido se nos presentó como un trampantojo. No hay más que entes en pugna. Se trata de un nihilismo moderno, como quien dice —y por eso mismo, fácil. Descartes puso la primera piedra. Pues donde el cogito deviene primer principio, Dios —el Dios demostrado — no puede más que comprenderse como la eternidad que limita la finitud temporal del cogito. Y de ahí a sustituir la voluntad de Dios por la voluntad de poder media un paso.
El nihilismo metafísico, en cambio, es más sutil —y, por eso mismo, acaso más desconcertante o, incluso, audaz. Pues, al constatar el carácter paradójico, por dialéctico, de lo absoluto de un puro haber —y, por eso mismo, sin forma—, tarde o temprano, alcanzará la revelación que nos deja expuestos a una desmesura sin apelación: nada permanece porque la nada no es.
En el nihilismo de Nietzsche, aún hay demasiado saber —y un saber positivo, por no decir, positivista— como para enfrentarnos seriamente al rechazo de Dios. Y ello en nombre del Dios del séptimo día. El baile de Dioniso, de hecho, es una maniobra de despiste. Pues sigue despistado quien cree que, simplemente bailando, sea sobre un campo de amapolas o sobre una pira de gaseados, uno ya se encuentra abrazando la nada. O por encima. Y no porque ignore algo así como un sentido último, sino porque todavía no cayó en la cuenta de que negar la nada —enfrentarse a ella con las armas de la Ley que nos obliga a preservar la vida de la impiedad— es, precisamente, una exigencia inherente a la nada de un puro haber.
la pregunta es la respuesta
noviembre 14, 2025 § Deja un comentario
La filosofía moderna nace del truco del trilero, aquel que consiste en sustituir la pregunta sobre lo real, en su carácter otro o absoluto, por la de la certeza. En el caso de la filosofía clásica, el punto de partida —lo que que no se discute, el axioma— es el haber. Sencillamente, hay el haber. En el de la moderna, la representación, el contenido mental. Aparentemente estamos ante un paso inocente. Pero no lo es.
Y es que la pregunta lleva bajo el brazo la respuesta —y una que altera significativamente la comprensión de sí. La trampa consiste en presentar como conclusión del ejercicio metódico de la duda lo que, al fin y al cabo, se presupone, la centralidad del cogito. Es lo que tiene que la primera pregunta sea la que se interroga sobre la certeza de nuestras representaciones del mundo.
En cambio, donde el punto de partida es el haber del mundo, el sujeto se comprende a sí mismo como el que se encuentra expuesto a la desmesura de un puro haber. No es exactamente lo mismo. De ahí que, en la antigua Grecia, el asombro, antes que la sospecha, fuese la actitud de quien aspira a la verdad.
Ludwig y Piero
noviembre 13, 2025 § Deja un comentario
A veces, el edificio se derrumba por un simple comentario… lo que suele avergonzar al arquitecto. Durante un tiempo, Ludwig Wittgentein estuvo convencido de que el lenguaje, una vez expurgado sus ambigüedades, reflejaba la estructura lógica de la realidad… como puede hacerlo una maqueta. Esta es, de hecho, la tesis del Tractatus. El economista Piero Schaffra, en una conversación que mantuvieron en Cambridge, se limitó a plantearle la siguiente pregunta: “pero ¿cuál sería la forma lógica de eso?” Wittgenstein, tras el comentario, tiró la toalla. Y si la tiró fue porque aceptó los límites del idealismo implícito de su propuesta. De haber leído a Kant, probablemente su respuesta habría sido que no es posible responder a esta pregunta.
Ciertamente, caben dos posibles respuestas. La primera es, precisamente, de corte kantiano: la forma lógica de la realidad es la que impone el lenguaje; por consiguiente, no hay forma de acceder al en sí al margen de las condiciones de posibilidad del conocimiento. La segunda, en cambio, nos empuja hacia Grecia. En concreto, hacia Platón. Es verdad que, donde el ego cogito deviene principio y fundamento del saber, Kant es el final. Sin embargo, otro gallo nos canta donde partimos del haber: hay el haber. Y aun cuando sea indiscutible que el haber en cuanto tal no se presenta al pensamiento bajo las formas de cuanto posee entidad —ni puede hacerlo—, también lo es que en cierto sentido hay el haber. La cuestión es en qué sentido. Ahora bien, una vez nos hacemos la pregunta, tarde o temprano, llegaremos a la conclusión de que el haber en cuanto tal —lo absoluto o absuelto del mundo— es, pero no existe; que la realización de lo absoluto exige su negación de sí. Hablamos, como es obvio, del sesgo dialéctico de la razón y, por eso mismo, de lo real.
Es posible que Hegel comprendiese mejor a Platón que muchos de sus comentaristas. Donde intentamos comprender el en sí desde el lado del sujeto, este en sí deviene el límite del conocimiento, la ignotum X de la experiencia. Pero donde intentamos comprender el en sí desde su lado, la conclusión será que si hay algo en vez de nada es porque (la) nada permanece… en la negación de sí que le es inherente, lo que, de hecho, nos deja en un estado de suspensión. O, por decirlo de otro modo, expuestos a la irresolución del mundo.
Fascinante.
excusas
noviembre 11, 2025 § Deja un comentario
¿El nihilismo? La excusa para que el nihilista se ponga a bailar. O para seguir comprando. Otro asunto es el nihilismo bíblico. Aquí, el nihilista tiene las manos encallecidas de cavar pozos para los sedientos. Y ello en nombre de Dios. Esto es, en su lugar. Ciertamente, ante Dios, nos hallamos sin Dios. Pero, por eso mismo, enfrentados a Dios… esperando, contra toda evidencia, que, al final, la gracia no vaya de la mano del horror.
Pluto nunca tuvo las espaldas anchas (addenda)
noviembre 9, 2025 § Deja un comentario
Vamos a proponer algunas notas al pie, por aquello de seguir pensando.
1— Hay lo real en sí —lo absoluto. Porque hay el haber de las cosas, hay el haber en cuanto tal —el puro haber. Este es independiente de su realización o modo. Ahora bien, esto significa que el puro haber carece de forma. ¿Cómo entender que el puro haber sea… sin tener ningún aspecto? Y es que nada es que no posea una forma o aspecto—que no sea en concreto. ¿Cómo podemos decir, entonces, que el puro haber es no siendo nada? ¿Acaso podríamos sostener que es… aun cuando no exista?
La respuesta pasa por tener en cuenta que el hecho de que nada sea al margen de su forma o aspecto implica que no hay nada real que no se realice en lo concreto o particular. Por consiguiente, la cuestión de fondo sería ¿cómo se realiza lo absoluto de un puro haber? Decíamos: el puro haber, en sí mismo, es no siendo nada. Se trata de pensar esta fórmula hasta el final.
El puro haber no es nada en concreto. Pero, en cierto sentido, es. ¿De qué estamos hablando entonces? La respuesta es que la realidad del puro haber, en cierto sentido, es la de lo posible. Sin embargo, debemos aclarar en qué sentido hay lo posible. Pues no se trata de lo que aún no existe, pero que, en tanto que concebible, podría existir… como podemos decirlo, por ejemplo, de la representación mental de un unicornio. El carácter posible de lo absoluto no es pensable como contenido mental. Pues el haber es lo absolutamente primero. O por decirlo con otras palabras, que podamos concebir lo que aún no existe —el unicornio de antes, por ejemplo— presupone el haber. Ahora bien, tampoco es que primero haya el haber y, posteriormente, el haber de las cosas. El puro haber, en sí mismo, no es nada. De ahí que la relación entre el haber en cuanto tal y el haber de las cosas solo pueda comprenderse como las dos caras de lo mismo. No hay realidad que no se realice. Por tanto, el haber de las cosas es la realización del haber… es decir, la realización del no es nada del haber.
La nada no es. De acuerdo. Sin embargo, el puro haber es no siendo nada. De otro modo, es… que no (sea nada). La realidad del puro haber —lo absoluto— debe comprenderse, por consiguiente, como la negación de sí de la nada. Esta negación —el acto originario, algo así como un big bang metafísico— abre el campo de lo posible, es decir, del mundo. En definitiva, se trata de comprender que la realización de lo real absoluto —del puro haber— pasa por su negación de sí, por el retroceso o paso atrás de, precisamente, lo real absoluto. El haber del puro haber es el de una negación de sí en la dirección de lo otro de sí mismo: la perspectiva, lo particular o relativo. En definitiva, en la dirección del tiempo. El tiempo es el otro lado de la negación de sí inherente a lo absoluto. Pues tiempo significa nada permanece. Y, ciertamente, la nada permanece en su realización como mundo —en lo que, precisamente, la niega.
¿Qué tiene que ver lo anterior con la tesis de que el Bien, según Platón, sea lo más? Veamos. La nada no es… ni puede ser. Consecuentemente, la nada del puro haber —el que sea no siendo nada— equivale a debe ser algo, en definitiva, al Bien. Pues el Bien es lo que debe ser o acontecer. Así, porque el puro haber carece de forma o modo de ser, Platón dirá aquello de que el Bien — en nuestros términos, el puro haber— se encontrará, como quien dice, más allá de la esencia. Y teniendo en cuenta que referirse al Bien equivale a referirse al ser en cuanto tal, ser y deber ser —lo real en sí y la exigencia de realización— son dos caras de lo mismo.
Sin embargo, que el Bien o absoluto carezca de esencia —que sea poder de ser— ¿significa que todo es posible? No, estrictamente. Que el Bien esté más allá de la esencia —del modo de ser— no implica que carezca de definición. En realidad, el Bien es idea. Y sI hay definición es porque hay exclusión. Pero la definición del Bien o lo absoluto no es como cualquier otra. Esto es, no delimita una porción del mundo frente a otra —por ejemplo, los animales frente a los vegetales. ¿Qué excluye, por tanto? La respuesta es simple: la contradicción, la nada. De hecho, esta exclusión es el envés de la doble negación.
No obstante, esta exclusión preserva lo que excluye. Tampoco podría ser de otro modo si el mundo es la realización de la nada de un puro haber —de la realización que consiste en su negación de sí. Así, el puro haber —su nada—permanece como lo que fue dejado atrás en el aparecer del mundo. Y esto es, como decíamos, el tiempo.
2— Que lo que debe ser —el Bien— sea que lo que debe ser nunca sea por entero ¿acaso no implica que nuestra aspiración a lo inmaculado sea un error de perspectiva, una ilusión optica? ¿No deberíamos, por el contrario, aceptar que nunca habrá luz sin oscuridad? Un mundo en donde todo fuese bien-estar ¿no sería irreal?
De hecho, intentamos que haya más luz que oscuridad —más justicia que injusticia. ¿Cómo entender esta intención? ¿Acaso solo tiene que ver con nosotros —con nuestras preferencias? Ciertamente, para que en el mundo haya bien, juisticia, belleza… tiene que haber mal, injusticia, fealdad. La cuestión es en qué grado. Ahora bien, el grado no se decide en relación con el Bien, que está, como ya dijimos, más allá de la esencia, sino en relación con una de sus focos, el bien modélico o ejemplar, el cual se encuentra culturalmente determinado. Podríamos decir que el bien modélico es perspectiva del Bien. Y, al menos de entrada, estamos atados a la perspectiva.
Algo parecido podríamos decir en relación con la Belleza, la cual, según Platón, es otro modo de referise al Bien. Como dijimos, lo bello absoluto es lo que, reclamando poderosamente nuestra atención, nos paraliza. Pero, como también dijimos, aquí cabe tanto la diosa como el monstruo. Y por eso mismo, una diosa nunca termina de serlo… al igual que el monstruo. Si intentamos aproximarnos a la diosa y huir de lo monstruoso es porque, al fin y al cabo, el cuerpo va en la dirección de lo saludable, por así decirlo, no en la de la verdad.
parodia
noviembre 8, 2025 § Deja un comentario
Las cosas que buscamos no se encuentran donde están. Y están ahí, a mano.
Hegel y la teología
noviembre 7, 2025 § Deja un comentario
Suele decirse —y en cierto modo es así— que el pensamiento de Hegel es teología cristiana en clave racional. Sin embargo, también podríamos decir que la teología cristiana es el ejercico de la razón en clave mítica —o metafísica como ontoteología. No en vano Platón —mejor dicho, el último Platón— ya lo dijo todo.
Sin embargo, lo que no vio Platón fue que el envés de Dios como posibilidad de Dios —como su poder de ser— era su encarnación.
epistemología y crítica a la metafísica
noviembre 4, 2025 § Deja un comentario
La crítica de la metafísica —a saber, de la reflexión que apunta a lo que, en tanto que fundamento de cuanto es, se encuentra, por así decirlo, más allá del ente y, por eso mismo, coquetando con la nada— solo fue posible donde la cuestión primera pasó a ser, no ya cómo es que hay algo en vez de nada, sino cómo es posible el conocimiento. Esto es, donde la certeza de ego cogito desplazó la primacía, tanto ontológica como epistemológica, del haber. De ahí que el empirismo, siguiendo el rastro del nominalismo medieval, pudiera defender la tesis de que la sustancia —el lo que de lo que se manifiesta o hace presente— no es más que un constructo de la mente, el resultado de determinadas operaciones mentales.
Eppur si muove. Quiero decir que incluso Descartes tuvo que admitir que no es posible afirmar la primacía epistemológica del ego cogito si no es admitiendo la primacía ontológica de una pura exterioridad. Y es que el envés de la limitación temporal de la certeza de sí —el mientras del mientras pienso— es lo que hay más allá de, precisamente, dicha limitación. Aunque este lo que sea el de un simple afuera.
Pluto nunca tuvo las espaldas anchas (y 3)
noviembre 3, 2025 § Deja un comentario
Al emplear la palabra idea Platón no pretendió darnos a entender que lo que ejemplificaban los cuerpos bellos o las decisiones justas sea simplemente una noción o concepto mental. Hay cuerpos bellos porque hay belleza y no tan solo una definición de diccionario o un patrón mental, culturalmente establecido. En esto, Platón se opuso a los sofistas.
Nadie niega que si cabe discutir sobre lo bello, lo justo, el bien… es porque las diferentes sensibilidades u opiniones acerca de lo justo, bello, bueno… comparten una misma definición de la belleza, de lo justo o de lo bueno. De hecho, se discute sobre lo justo, bello, bueno… Para los sofistas, no obstante, la definición, y debido a su carácter formal o vacío de contenido, no remite a nada real. Se trata simplemente de definiciones que van con el ejercicio de la razón. Y, por eso mismo, poseen un alcance general. Demasiado general. Así, sería irracional decir, como señalaba en la entrada anterior, que lo justo fuese darle a cada uno lo que no se merece. No hay modo de sostener que esto último sea una concepción particular de lo justo. Sin embargo, de la definición formal de lo justo —darle a cada uno lo que se merece— no se desprende qué se merece cada uno. Y de ahí que discutamos a menudo sobre lo justo.
Por consiguiente, la definición de lo justo , y debido, precisamente, a su carácter meramente formal, no supone, según los sofistas, que haya algo así como la justicia. Tan solo las leyes o decisiones que consideramos, convencionalmente, justas… conforme a una determinada sensibilidad. No hay hechos —decisiones o leyes objetivamente justas— a los que podamos referirnos a la hora de zanjar de una vez por todas nuestras disputas en torno a lo justo… como sí cabe apelar a los hechos cuando discutimos sobre si el líquido que hay en el vaso es agua o ginebra. De ahí que nuestras disputas sobre los asuntos político-morales sean interminables.
Platón, en cambio, sostuvo que, aun cuando, efectivamente, no haya decisiones o leyes indiscutibles justas, hay justicia… por encima de las decisiones más o menos justas. O belleza por encima de los cuerpos bellos. Las ideas no son simplemente definiciones formales… que nos permiten discutir sobre lo justo, lo bello, lo bueno. Sin embargo, lo que no dirá es que haya la justicia, la belleza, el bien… flotando por encima de nuestras cabezas como entes espectrales, aunque, a veces, una lectura despreocupada de sus primeros diálogos, la que encontramos en muchos manuales, nos dé a entender que es esto lo que dijo Platón. Más bien, lo que defendió, y frente a la sofística, es que referirse a lo real en sí mismo equivale a referirse a lo justo, lo bello… en definitiva, al Bien —a lo que debe ser. De ahí que la idea —el en sí— posea un carácter normativo o, en los términos de Platón, paradigmático.
Así, lo justo es, en sí mismo, exigencia de lo justo. Al igual que, en sí mismo, lo bello es exigencia de lo bello. El haber de lo justo equivale, por tanto, a debe haber lo justo. El haber de lo bello, a debe haber lo bello. Es por eso que tradicionalmente la idea se ha entendido también como ideal. Sin embargo, conviene subrayarlo, se trata de un ideal.. sin aspecto, de una pura exigencia. Y es que el aspecto implica concreción. Los ideales de justicia o belleza culturalmente determinados ya suponen una delimitación particular de la exigencia absoluta de lo justo o lo bello. Por encima de los patrones culturales de justicia o belleza, sigue habiendo las ideas de justicia o belleza, esto es, el en sí de lo justo o bello. Como vimos en la entrada anterior, lo único que excluye las ideas de lo justo o lo bello… es la contradicción, lo imposible, al fin y al cabo, la nada. Y en cada caso, respectivamente, lo imposible, por ininteligible, es que debamos darle a cada uno lo que no se merece o que haya lo que, no exigiendo nuestra atención, nos paralice.
En términos generales, podríamos decir que el en sí —lo real al margen de su realización— sería exigencia… de realización. De ahí que, según Platón, el debe ser —el Bien— y el en sí de cuanto es en tanto que es —el Ser— sean dos caras de lo mismo. En el esquema de Platón, la idea de Bien, como sabemos, es la idea suprema, aquella de la que participa cuanto existe. O por decirlo con otras palabras, la realidad en su carácter otro o absoluto —el ser en cuanto tal— es exigencia de ser algo en particular. Podríamos decir que lo absoluto es únicamente exigencia de hacerse presente. O, puesto que todo se hace presente en relación con un punto de vista —esto es, relativamente—, la exigencia inherente a lo absoluto es la de una negación de sí. Hay lo absoluto. Pero lo absoluto es negación de sí. Y por eso mismo, hay lo que hay, a saber, mundo. Veamos esto último con más calma.
Exigencia es, por defecto, posibilidad. Ahora bien, posibilidad, en griego, significa poder de ser, poder de realización, en definitiva, deber ser. Así, lo real, al margen de su realización, es un tener que realizarse. De ahí que nada es que no se haga presente. Y, por eso mismo, no se trata de una posibilidad que sea temporalmente anterior a su realización. Pues de serlo, entonces sería algo, aunque fuese etéreo o espectral. Y no lo es. No obstante, comprender de qué estamos hablando en última instancia supone reflexionar sobre qué significa decir que la nada no es. Y a partir de ahora la zona se vuelve pantanosa. Más aún.
El punto de partida es que hay cosas —hay lo que podemos ver y tocar. Así, lo que tienen en común las cosas que hay es, precisamente, el haber. Interrogarse por lo real al margen de su realización equivale, por tanto, a interrogarse por el haber en cuanto tal —por el puro haber. Sin embargo, el puro haber —el en sí de lo que hay en tanto que es— no es nada en concreto. De enfrentarnos a un puro haber, si eso fuera posible, nos enfrenteríamos a la nada —a una oscuridad y silencio absolutos. Ahora bien, la nada no es nada. ¿Cómo integrar que el ser —el en sí absoluto— sea poder de ser con que la nada de un puro haber no sea, precisamente, nada?
La respuesta es lógica —y no puede dejar de serlo… teniendo en cuenta que razón y ser son lo mismo. Veamos. Porque hay el haber de las cosas hay el haber en cuanto tal. Pero el haber en cuanto tal —el puro haber, el en sí de cuanto es en tanto que es— no es nada. Como decía en la entrada anterior, oscuridad y silencio absolutos. Podríamos decir que el puro haber es no siendo nada. Ahora bien, que la nada de un puro haber no sea nada entraña una doble negación. (La) nada no es, el puro haber no (es nada). Y una doble negeción equivale a una afirmación. Que el puro haber sea no siendo nada significa, por tanto, que tiene que haber algo. El poder de ser es inherente, como decía, a que la nada no pueda ser. La clave de este embrollo pasa por comprender que el poder ser es interno a que el puro haber sea no siendo nada. En este sentido, podríamos decir que la negación de sí es inherente al puro haber —a su nada. El puro haber —el en sí de lo que es en tanto que simplemente es o está ahí— es exigencia de realizarse como haber de las cosas, de lo particular. Hay mundo —hay el haber de las cosas— porque la nada de un puro haber es negación de sí —y, consecuentemente, poder de ser. O por jugar significativamente con las palabras: el puro haber en absoluto es. Es decir, en modo alguno es. Y por eso mismo, es absuelto del mundo. La trascendencia de lo absolutamente otro es el envés de su negación de sí.
No obstante, y por seguir desliando la madeja, que el fundamento del mundo sea la negación de sí de la nada de un puro haber —de lo que es absolutamente— implica que (la) nada termine de ser. Que la nada de un puro haber se realice como negación de sí significa que el haber de lo que hay no acabe siendo un puro y eterno haber. Nada permanece. Es decir, la nada permanece en su negación de sí. Y esto es el tiempo: la realización de la nada como algo que pasa.
Al final, el resultado de la reflexión extrema es tan elemental que cuesta comprenderlo. ¿Por qué hay algo en vez de nada? Porque la nada no es.
Pluto nunca tuvo las espaldas anchas (2)
noviembre 2, 2025 § Deja un comentario
Las cosas siempre se nos presentan bajo una forma o aspecto. Esta forma o aspecto es un modo de ser, literalmente, una determinada realización —un cierto hacerse presente— de lo que es.
Así, el modo o la forma de ser difiere de aquello que constituye, precisamente, su modo. Hay un hiato —una discontinuidad— entre lo que se hace presente y el modo —el aspecto, la forma— en que se nos muestra o aparece. De ahí que el lo que de lo que se hace presente —el en sí— carezca de forma. Y sin forma, no hay entidad.
En cierto sentido, podríamos decir que el ser —lo real con independencia de su realización, esto es, en tanto que lo otro— trasciende el modo de ser, su realización como algo determinado o cosa. Por eso mismo, la “realidad” del en sí se revela al pensamiento como abstracta, esto es, como abstraída —separada— de lo concreto. El término tradicional que apunta al carácter abstracto de lo real al margen de su realización es absoluto. Pues absoluto significa, originariamente,absuelto. Así, lo real, al margen de su realización, sería lo absuelto del mundo… y, en definitiva, de la existencia. Y es que tan solo existe lo concreto o particular. Podríamos decir que lo absoluto es no siendo nada. Ahora bien, ¿cómo es posible que sea lo que carece de forma y, por eso mismo, no existe? ¿Cómo entender que lo absoluto sea no siendo nada… si es que cabe entenderlo?
Según Platón lo real, al margen de su realización en lo concreto o particular, es idea. Sin embargo, regaríamos fuera de tiesto si entendiéramos que, en Platón, idea significa contenido mental. Pues, si la idea fuese en primer lugar un contenido mental, la pregunta sería qué realidad se corresponde con la idea de ser. Y esta no es la pregunta de Platón, sino la de la filosofía moderna. El término idea apunta, por consiguiente, al carácter abstracto o absoluto de lo real en sí. El punto de partida no es el contenido mental —las representaciones de la conciencia—, sino el haber: hay el haber de lo que hay. De lo que se trata es, precisamente, de pensar en qué consiste —si es que posee alguna consistencia— lo real independientemente de su modo de ser, al fin y al cabo, la consistencia de lo absoluto —de la idea. Esto es, qué sería el haber en cuanto tal, al margen del haber de las cosas.
Dando por sentado que lo real es lo que se hace presente de un modo u otro, podríamos empezar preguntándonos qué se hace presente, por ejemplo, en un cuerpo bello, en tanto que bello. La respuesta, sin embargo, es elemental: lo que se hace presente en un cuerpo bello, en tanto que bello, es la belleza. Así, lo real de los cuerpos bellos, en tanto que bellos —el lo que de lo que se hace presente en todo cuanto se nos presenta como bello—, sería, precisamente, la belleza. Ahora bien, la belleza que los cuerpos bellos muestran no les es inherente o propia. Si lo fuera, entonces los cuerpos bellos serían siempre bellos —o bellos desde cualquier punto de vista, esto es, absoluta o incondicionalmente bellos, en vez de relativamente bellos. Pero no es el caso. No hay cuerpo bello que lo sea siempre o desde cualquier punto de vista. En general, nada nunca por entero. Al fin y al cabo, todo se encuentra sometido al tiempo: todo pasa, todo va dejando de ser… como la sal que se disuelve en el océano. Y cuanto no es por entero, estrictamente, no es.
Por eso mismo, Platón dirá que los cuerpos bellos participan de la belleza que representan o realizan. De ahí que los cuerpos bellos sean aparentemente bellos. Y lo son en un doble sentido. Así, son aparentemente bellos porque en los cuerpos bellos aparece, ciertamente, la belleza. Pero también son aparentemente bellos, porque en realidad no lo son. Pues la belleza tan solo se muestra en ellos hasta cierto punto o medida, esto es, nunca por entero o absolutamente. Y, como decíamos, lo que no termina de ser, estrictamente, no es. Nadie diría, por ejemplo, de alguien que no acaba de ser simpático que, efectivamente, lo sea. Es verdad que cualquier simpático nunca termina de serlo. Sin embargo, decimos que lo es cuando su simpatía es más frecuente que su contrario. Al fin y al cabo, un simpático, en cualquier caso, se muestracomo si fuera simpático. Dejarse llevar por las apariencias supone confundir lo que es con el como si fuera. Estas poseen, por tanto, un carácter ambivalente —un sí, pero no. Y de ahí el término participación. A la hora de aclarar lo que significa participar, Platón recurrirá a un símil: las cosas son como copias imperfectas de la realidad que representan o realizan.
Aun así, la pregunta fundamental sigue en pie: ¿cuál es la consistencia de la belleza, al margen de su realización en los cuerpos bellos? ¿Qué sería la belleza en sí misma? ¿Cuál sería su esencia, un término que hizo fortuna en el pensamiento occidental como equivalente a idea? En definitiva, ¿qué cabe decir al respecto? La respuesta típica es que la idea es su definición, la cual, según la interpretación habitual de Platón, estaría en su mundo, como si se tratase de un ente espectral. En el caso de la belleza, lo que podríamos decir es que, en cuanto tal, es lo que, reclamando poderosamente nuestra atención, nos paraliza.
Sin embargo, la definición de belleza no es, contra lo que inicialmente pudiéramos suponer, una definición . Es decir, no proporciona una delimitación. Pues tanto remite a los cuerpos canónicos—actualmente, los cuerpos Danone—… como a su contrario, al cuerpo monstruoso. La definición de la belleza —su realización— son, precisamente, los cuerpos bellos. Ahora bien, todo cuerpo es bello… conforme a la lo que la belleza es. Que, de hecho, distingamos entre cuerpos más bellos que otros —entre los modélicos y los que no— tiene que ver, como sostuvieron los sofistas, con lo que nos parece en un momento dado. Esto es, con la convención social, y no con la realidad —la idea— de lo bello.
Algo parecido podríamos decir de la idea de justicia: su definición, a saber, darle a cada uno lo que se merece, no define —no determina, no decide— qué se merece cada uno. La determinación de lo justo, su concrecion, dependerá de lo que nos parezca justo. Esto es, no dependerá de la razón, sino de la sensibilidad. Y si esto es así, entonces tanto podemos condenar a alguien como absolverlo… por lo mismo.
Ahora bien, lo cierto es que no cualquier decisión puede valer como justa. Pues si un juez, a la hora de pronunciar un veredicto, dijera de quien es juzgado que se merece una condena y que, por eso, lo absuelve, nadie entendería nada. Sencillamente, lo anterior no es posible… por irracional. Algo parecido podríamos decir también acerca de la definición de belleza: lo que reclama poderosamente nuestra atención y, en consecuencia, nos paraliza excluye, precisamente, que haya lo que, paralizándonos, no reclame poderosamente nuestra atención. Esto es, que haya la nada. Pues en la nada, nada hay que podamos atender.
La conclusión es, sin duda, paradójica, por decir sumamente desconcertante. Por un lado, la definición de la idea no define o delimita. Así, por ejemplo, la definición de belleza, como veíamos, admite tanto el cuerpo Danone como su contrario, el monstruoso. Pero, por otro, no todo es posible en relación con la definición. Hay, por tanto, cierta delimitación. Como si el carácter abierto de la definición de lo que es negase, precisamente, lo imposible, la contradicción, en definitiva, la nada. En cierto sentido, podríamos decir que la definición —la idea, el en sí— es la negación de la nada. Y esto es lo posible, un deber ser —en platónico, el Bien. La cuestión es cómo entender la realidad de lo posible —la realidad del Bien.
Y a partir de aquí ya entramos de lleno en la zona. Aunque, con lo anterior, ya hayamos puesto un pie.
Pluto nunca tuvo las espaldas anchas (1)
noviembre 1, 2025 § Deja un comentario
Que nos preguntemos qué es, en sí mismo, lo que se presenta en perspectiva —que la pregunta sea posible—, presupone, al menos implícitamente, que hay algo así como un hiato entre el en sí mismo y su hacerse presente como algo determinado o concreto (y por eso mismo, siempre en perspectiva o relativamente). Dicho de otro modo, la pregunta presupone que, por un lado, habría el en sí y, por otro, su aparecer bajo una forma o aspecto. Platón, como sabemos, recurrió a la imagen de los dos mundos —el de las ideas y el de las cosas, el inteligible y el sensible— para ilustrar esta cesura.
El problema se plantea una vez caemos en la cuenta de que el en sí mismo, propiamente hablando, no es. Y esto porque solo es lo que se hace, de algún modo, presente —y el en sí difiere, precisamente, de su hacerse presente, de su particular modo de ser. De ahí que el en sí sea absoluto, literalmente, absuelto —separado— del presente y, por extensión, del mundo que nos ha tocado en suerte.
En consecuencia, podríamos sentirnos inclinados a creer que la pregunta por la realidad del en sí —por su qué es— carece de sentido. Sin embargo, hay el aparecer —hay la perspectiva—… y, por eso mismo, cabe interrogarse por aquello en relación con lo cual el modo de ser —la perspectiva— es, de hecho, un modo, al fin y al cabo, su concreción. De este impasse se desprende que el haber de este aquello —del en sí— no debe entenderse en los mismos términos que el haber de las cosas. Pues el en sí no es algo determinado. Ni puede serlo. El asunto es cómo comprender el haber del en sí, al fin y al cabo, el haber de lo que es no siendo nada en concreto.
novum
octubre 31, 2025 § Deja un comentario
La relación entre fe y religión sería análoga a la que mantiene lo nuevo con la novedad. Pues la novedad es el sucedáneo de lo nuevo como la religión lo es de la fe. Y es que la fe apunta a lo imposible —a lo que el mundo no puede admitir como posibilidad. Esto es, a un novum absoluto —y, por eso mismo, a lo otro par excellence. Sin embargo, no podemos permanecemos demasiado tiempo frente a la alteridad radical. Esto es, frente a la irreductible extrañeza del nadie aún. Hablamos, obviamente, del haber de Dios. De ahí la necesidad, en definitiva corporal, de sustituir a Dios por un dios a medida, lo cual supone reducir la alteridad a lo simplemente superior —o mejor dicho, a lo inconmensurablemente superior… por aquello de mantener un resto de alteridad. Ahora bien, dios aún está lejos de Dios. Pues la superioridad de dios, por muy inconmensurable que sea, aún es relativa. O por eso mismo: porque lo incomensurable sigue siendo, y por defecto, según medida.
todo y nada
octubre 30, 2025 § Deja un comentario
Si nada vale —si nada importa sub specie aeternitatis—, entonces todo vale —todo es aparición.
No obstante, tanto aparece el amanecer como la fosa abisal. La cuestión es si aparecen por igual. Y esto está por decidir. Pues mientras haya mundo, la sentencia de Is 45, 7 es, por así decirlo, apodíctica.
el poder que puede con el todo
octubre 29, 2025 § Deja un comentario
Decimos: el poder que puede con el todo —el poder omnipotente— no puede formar parte del todo. Sin embargo, este poder ¿acaso no podría entenderse como inherente al todo —como una especie de ley de la entropía? ¿Acaso la dialéctica no nos da a entender que hay fuego porque el fuego consume —niega—, precisamente, aquello que lo hace posible? Quizá. Sin embargo, la negatividad ineherente al todo no acabaría con el todo , sino en cualquier caso, con su orden. Pues permanecería la materia, aunque informe.
El poder que puede con el todo, por tanto, tiene que permanecer fuera del todo. Pero fuera del todo no hay nada. Hablamos, por tanto, del poder de la nada, literalmente, de su posibilidad. Esta sería absoluta. Pues absoluto significa absuelto, es decir, abstraído —y abstraído del mundo. Hay todo porque la nada es la definitiva posibilidad del mundo. Y porque esto es así, el mundo es gracia. A pesar del horror.
En realidad, el horror es el otro lado de la gracia. Is 45, 7.
filosofía política
octubre 28, 2025 § Deja un comentario
La filosofía política o es católica o no es política. Pues la cuestión de la política es qué debemos hacer donde lo que debemos hacer en nombre del bien común no es posible llevarlo colectivamente a cabo. Donde no tenemos esto en cuenta, la politica se muda en adanismo. Es como el arquitecto que debe erigir un edificio sobre arenas movedizas: que se equivocaría si comenzara a construir creyendo que la construcción, por si sola, transformaría las arenas en tierra firme.
Este tipo de política, típicamente revolucionaria, da por descontado que el cambio de las estructuras —diseñadas desde arriba— implica la modificación de la naturaleza humana. No hace falta decir que este tipo de política conduce al terror. Si la realidad no se adapta, entonces peor para la realidad. Hay una versión naïve: aquella que pone encima de la mesa una situación ideal… con el propósito de aproximarnos en la medida en que sea posible. Y aquí, ciertamente, nos ahorramos el temblor de piernas.
El problema de este tipo de planteamientos es que, al presuponer que la naturaleza humana es perfectible, no tiene en cuenta que, por las rendijas de las instituciones o leyes justas, tarde o temprano se colara la corrupción. Al final, dichas instituciones o leyes acabarán siendo la excusa de un poder que se ejerce invisiblemente desde la trastienda. Es como aquel que pretende adelgazarse haciendo dieta sin tener en cuenta que su exceso de peso es de origen endocrino… para el que no hay solución.
Por eso, lo de católica. Pues el catolicismo tiene muy presente que solo Dios puede remediarnos. Massa damnata. Hay que levantar el edificio con materiales defectuosos. La falta de realismo, como decía, lleva al desastre.
¿Qué diferenciaría, sin embargo, el realismo católico del realismo de Maquiavelo o Hobbes? A la hora de pensar la política, Maquiavelo, como sabemos, deja a un lado el bien o la justicia. Pues en política no hay más que lucha por el poder. Y el poder siempre se ejerce contra los más débiles. La referencia al bien o a la justicia estarían únicamente al servicio de la racionalización del ejercicio del poder. Desde la cruda realidad, el filósofo político no puede más que aconsejar sobre cómo conquistar el poder o preservarlo. Hobbes, por su parte, tampoco se hará muchas ilusiones. Pues la humanidad, teniendo en cuenta cómo es, no puede aspirar a mucho más que al orden. De ahí que, según Hobbes, debamos elegir entre la libertad o la paz social —y nos equivocaríamos si eligiéramos lo primero.
El realismo católico, sin embargo, cree que es posible que el ejercicio del poder, al fin y al cabo, de la violencia política se realice en nombre del bien y la justicia. Como si fuera necesario marcar líneas rojas —y hacerlas respetar— para que los drogadictos pudieran dejar atrás la droga que los degenera. ¿El problema? Que esta política exige un sacerdote al mando. Y el sacerdote, en política, no constituye una tercera vía. O está más cerca de Leviathán o del revolucionario. Es lo que tiene que el sacerdote también sea humano.