punto de partida
septiembre 13, 2020 § 2 comentarios
El cristianismo quizá fuese otra cosa si entendiéramos que, de facto, lo primero no es la creencia, sino nuestra incapacidad para la confesión. Esto es, que como cristianos más bien permanecemos en la falta de fe. En su lugar, unas cuantas suposiciones (y en el mejor de los casos, una cierta solidaridad). La fe es patrimonio de unos cuantos elegidos. O eso parece. A lo sumo, podemos decir que creemos que aquello en lo que cree el testigo es verdadero. Pero por honestidad, deberíamos admitir que la mayoría no nos encontramos en la situación en la que la fe es posible. O por decirlo de otro modo, no hay fe que valga para el escriba o el fariseo —para el satisfecho de sí mismo (y de paso, de su piedad)—. Quizá no sea casual que las eucaristías comiencen con un acto de contrición. Nos equivocamos donde creemos que lo que nos une cristianamente es la fe. En el día a día, lo que nos reúne es, precisamente, nuestra falta de fe. Y no estaría de más que fuéramos conscientes de ello. Una vez más, Deus semper maior. Y quien dice Dios, dice aquel que lo encarna.
Buenos días,
muy sugerente e interesante pensamiento.
Hace pensar y plantearse preguntas.
Gracias
Iñaki
Quizá es constitutivo de la fe la lucha espiritual contenida en el corazón del creyente. Como ejemplo Pedro. Parece que la fe del hombre no es nada espectacular sino todo lo contrario: modesta por precaria. Es el intento de fidelidad del hombre a Cristo, salpicada de faltas, alejamientos y, gracias a Dios, solicitudes de perdón. Por esto entiendo que hablas de la necesaria humildad del creyente, más que nada porque su fe muy a menudo brilla por su ausencia. A lo mejor no puede ser más que lucha incesante por no perderla. Jesús en sus tentaciones y el final del Padrenuestro son claras indicaciones de la relevancia del asunto.
Un saludo
Iñaki