el juego de las diferencias (y 3)
septiembre 30, 2020 § Deja un comentario
La fe no puede prescindir de la revelación. Esto de por sí, bastaría para diferenciar el cristianismo del budismo y sus variantes. Para el budismo, la salvación, si cabe hablar aquí en estos términos, depende de una mejor compresión del fondo de la existencia. Y en este sentido la iluminación de Buda está muy cerca de la gnosis. O si se prefiere, de las filosofías helenísticas. En cambio, para el testigo de la revelación, lo primero es la irrupción de lo imposible. Pues el mundo puede admitir dioses —de hecho, los admitió durante siglos—, pero en modo alguno un Dios crucificado. Con todo, el teólogo siempre estará tentado de convertir el kerigma en un mero caer en la cuenta, olvidando que la fe, antes que un saber incierto, es la confiada fidelidad a quien soporta sobre sus espaldas el peso de un Dios que roza la inexistencia. Si hoy en día nos parece que el budismo y el cristianismo son diferentes modos de experimentar una y la misma trascendencia será porque previamente hemos convertido al Dios que se revela en la cruz en el océano al que todos los ríos van a parar.
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