del amor de Dios
marzo 26, 2021 § Deja un comentario
Cristianamente, Dios es amor. De acuerdo. Pero diría que al confesarlo hay que ir con cuidado para no confundir las churras con las merinas. Pues fácilmente terminamos creyendo que el amor es Dios… como si Dios fuera simplemente un nombre para el amor —o la buena vibración— que infunde vida al cosmos. Como si, al fin y al cabo, la redención consistiera en entrar en conexión con ese amor (y aquí uno difícilmente puede evitar la impresión de que estamos ante un whisful thinking). Pero no es esto lo que quiere darnos a entender Juan en su primera carta. Dejando al margen que no hay amor que no sea, de algún modo, sacrificial —y lo que esto significa con respecto a Dios es que el sacrificio que nos reconcilia con Dios, no es el del hombre, sino el de Dios—, lo cierto es que el amor solo puede ser narrado. No hay amor sin historia de amor. Pues esto del amor es una larga marcha. El amor tiene poco que ver con el y comieron perdices. De hecho, comienza, si es que comienza, donde terminan las películas románticas. De ahí que proclamar que Dios es amor equivalga a decir que Dios se da como historia de Dios o, mejor dicho, como la historia de la relación entre Dios y el hombre. El amor arranca con el encuentro entre extraños o, si se preferiere, con su coincidencia. Sin embargo, luego viene, inevitablemente, el desencuentro. Uno tiene que contar con ello. Es lo que tiene que el otro sea, precisamente, otro. Y aquí se plantea la cuestión sobre cómo lidiar con el desencaje. Y me atrevería a decir que únicamente con muchas dosis de perdón. Por no hablar de que los amantes no son nadie sin aquel o aquella a quien aman. Aplíquese esto a Dios y toparemos con un Dios que poco tiene que ver con el que, religiosamente, damos por descontado. Aunque se lo encubra con montañas de bondad.
Deja una respuesta