la falacia de las hadas
abril 30, 2023 § 3 comentarios
Puedes creer en hadas porque, ciertamente, necesitas creer en ellas (y aquí los motivos no importan). Pero de ello no se deduce, lógicamente, que las hadas estén solo en tu mente: podría haberlas, al margen de que te vieras secretamente empujado a creer en su existencia. Es verdad que la pregunta acerca de cómo podemos llegar a saber que las hay sigue siendo pertinente. Pues lo que nos parece que es no termina de coincidir con lo que es (y esto con independencia de cuanto quepa decir sobre la noción misma de lo real). Pero, en cualquier caso, si damos por sentado que no puede haberlas es porque el paradigma sobre el que se asienta nuestra visión del mundo, por emplear el término de TS. Khun, no las admite. Y quien dice paradigma dice prejuicio —o si prefierimos ser más sofisticados, presupuestos conceptuales. Con todo, también es cierto que nadie elige el mundo al que pertenece.
paradojas de la caída
abril 29, 2023 § 1 comentario
Porque caímos —porque tuvimos que negar a Dios— cabe la bondad. De lo contrario —de no poder dañar—, seríamos máquinas de bondad. Y una máquina de bondad no es buena, moralmente hablando.
Aquí alguien podría objetar que la caída es el resultado de una elección y, por consiguiente, que Adán ya fue desde el principio un sujeto moral. Sin embargo, esto no es exactamente así. No es que Adán optará por la desobediencia en lugar de seguir siendo un buen chico. La libertad, en el sentido fuerte de la expresión —esto es, no como un poder decantarse por una u otra opción, sino como voluntad de bien— fue el efecto de una liberación. Adán se hizo libre —se hizo capaz de querer o, si se prefiere, amar— tras ser expulsado del Edén. Y fue expulsado porque se tomo en serio el no pasarás de Elohim. Pues una vez Elohim lanzó la prohibición —una vez Adán la comprendió— fue inevitable desear transgredirla (y desear transgedir ya es transgedir con el corazón). Al aceptar la prohibición de Elohim —al tomársela en serio—, Adán necesariamente tuvo que entender la diferencia entre el Bien y el Mal (y por tanto, es como si hubiera ya mordisqueado el fruto del árbol del conocimiento). Obedecer a Dios supuso, por tanto, desobedecerlo.
Tampoco pudo ser de otro modo. El orgullo va con la filiación. No hay padre, salvo el tóxico, que no aspire a que su hijo termine ocupando su lugar. La serpiente fue también una criatura de Dios (y nada de lo creado escapa a su intención). Si Adán hubiera continuado siendo un buen chico, entonces aún seguiríamos presos del temor de Dios. Porque Dios, al obligarnos a caer, nos liberó del temor de Dios fue posible amar a Dios. Pues amar a Dios —en definitiva, serle fiel— equivale a querer regresar junto a Dios.
Ahora bien, y en tanto que la caída también afectó a Dios, regresar junto a Dios supone regresar junto a un padre que quedó herido de muerte con la obediencia de Adán —un padre que, por eso mismo, solo podrá ser reanimado por el abrazo del hijo. Sin embargo, el hijo únicamente podrá abrazar al padre donde apure hasta el fondo el cáliz del desarraigo. No hay amor sin sacrificio. Y aquí el primer sacrificio fue el de Dios.
Así, solo porque Adán se apartó de Dios asumiendo la prohibición hasta el final, pudo Dios tener un cuerpo en el centro de lo histórico y, por eso mismo, hacerse presente como alguien. No es casual que bíblicamente se hable de un plan. Y quien dice plan, dice felix culpa. También por el lado de Dios.
verdad e imagen
abril 28, 2023 § 2 comentarios
Dijo Job, tras perder a sus hijos: el Señor me los dio —el Señor me los quitó. Y hoy en día decimos fácilmente: el Señor no da ni quita, pues no hay nadie ahí que pueda dar o quitar; son, sencillamente, cosas que pasan (y en este caso, terribles). ¿Es que Dios reparte dones desde la alturas como los reyes magos lanzan caramelos subidos a su carroza? No, ciertamente. Pero no decimos esto porque seamos modernos. De hecho, esta convicción fue bíblica antes que moderna. Y si modernamente decimos lo que decimos es porque venimos de ahí.
El Dios de la fe monoteísta nunca fue un ente superior con el que lidiar, sino el Dios que tuvo pendiente su quién hasta el Gólgota (y por eso mismo como el Dios que se revela como promesa de sí mismo, un Dios por venir). Es en este sentido que afirmamos que Dios-en-sí fue el aún nadie tras el desprecio de Adán —y lo fue hasta el momento en que pudo tener, de nuevo, un cuerpo. Por consiguiente, Dios da y quita…en tanto que el don y la maldición son las dos caras del retroceso de Dios a un pasado inmemorial hacia el futuro del hombre —un futuro, sin embargo, que ningún mundo puede admitir como su posibilidad.
Ahora bien, en el tiempo cotidiano no es posible interiorizar esta abstracción. Quizá podamos hacerlo de encontrarnos en el final de los tiempos, esto es, en medio del horror, donde los cielos caen sobre nuestras cabezas. Pero no en el día a día, dentro de los gruesos muros del hogar. En el tiempo diario —y precisamente porque estamos alejados del lugar donde tiene lugar lo que tiene lugar frente a lo que simplemente pasa— el único modo de incorporar la verdad —de hacerla cuerpo— es por medio de imágenes que la expresan a la vez que la falsean: como si Dios fuese un ente espectral. Pues las imágenes son el lenguaje del cuerpo, por así decirlo. Job no se equivocó, por tanto, al atribuir a Dios su infortunio. Aunque nos lo parezca (y nos lo parecerá mientras sigamos ignorando de qué —o mejor dicho, de quién— hablamos cuando hablamos de Dios).
indivisible
abril 27, 2023 § 7 comentarios
Hay lo indivisible. Debe haberlo por lógica. Y es que, lógicamente, tiene que haber un final, un algo que no admita división… algo que será, en realidad, el principio. Toda división es un retroceder hacia el origen.
Sin embargo, este algo carece de entidad. No es un algo en concreto, ni puede serlo. Pues una cosa última nunca será una cosa. En tanto que necesariamente se sitúa en una coordenada espacio-temporal, todo es divisible. Hablamos, por tanto, de lo que es sin más —de un puro haber, de un haber sin atributos. Ahora bien, esto equivale a decir que lo indivisible —el origen— no es nada en particular. O que es no siendo nada. Y porque la nada es una y sin contorno, la multiplicidad de lo particular —las cosas que hay— es el resultado de la negación de la nada, una negación que, por decirlo de algún modo, habita en el seno de la nada… y por la que deviene, precisamente, nada. Y es que nada es que no sea en relación con lo otro de sí. Así, comprender la nada supone comprender que la nada y la voluntad de que haya mundo son dos caras de lo mismo. De ahí la idea de una creatio ex nihilo. Y de ahí también que experimentemos la nada, de padecer su silencio y oscuridad sin resquicio, como la desproporción que sostiene el mundo.
Ockham y el panteísmo
abril 26, 2023 § 5 comentarios
Al panteísmo quizá le iría bien un corte de pelo ockhamiano: le sobra la palabra Dios. Donde decir Dios equivale a decir el todo, ¿por qué no quedarse únicamente con el todo? ¿Acaso no sería como decir que el lugar de Dios lo ocupa, precisamente, la totalidad? Algo parecido podríamos decir de lo que defienden las diferentes espiritualidades aconfesionales, tan de moda actualmente, a saber: que Dios es el fondo nutricio del cosmos, la energía que produce buenas vibraciones, el océano en el que terminaremos disolviéndonos… Donde Dios deviene el nombre de otra cosa, entonces no hablamos de Dios… sino de otra cosa. El nombre de Dios no funciona como la abreviatura de una descripción definida. La cuestión de Dios no es, por tanto, la cuestión acerca del referente del concepto Dios. Así, no se trata de responder a la pregunta acerca de a qué se refiere la idea de lo omnipotente o supremo, pongamos por caso. Pues con respecto a Dios no hay un algo que pueda valer como Dios. Acaso como dios, pero no como Dios en verdad.
En este sentido, el hallazgo bíblico consiste en un haber caído en la cuenta de que el nombre de Dios es un nombre cuyo referente está, precisamente, en el aire (y cristianamente, lo estuvo hasta el Gólgota, aunque no antes del tercer día). De ahí que, bíblicamente, Dios esté más allá del todo —más allá de la creación. Sin embargo, no lo está a la manera de un ente creador. Dios no crea el mundo como lo podría crear un demiurgo espectral. Dios crea retirándose —en última instancia, retrocediendo a una pasado anterior a los tiempos. El retroceso de Dios es de Dios solo en tanto que es Dios… aun cuando este retroceso sea hacia el porvenir del hombre (y por eso, Dios se le revela a Abraham como promesa de Dios). Así, no es que, en primer lugar, haya Dios y luego decida retirase. Dios coincide su decisión.
Es por eso que Dios es el absolutamente otro que, como tal, no puede presentarse —no puede reducirse a concepto. Y es que de reducirse a concepto —de encajarlo en los esquemas de nuestra receptividad— se perdería por el camino, precisamente, la alteridad de Dios. La presencia de Dios es, para quien soporta su trascendencia, la de un Dios en falta o por venir. El más allá de Dios —un más allá temporal— es el envés del mundo. Pues el haber de las cosas —la luz— presupone la retirada del puro haber de Dios —de la oscuridad y silencio más impenetrables. Un retroceso que deja como aliento la voluntad de que algo sea, en definitiva, la voluntad de bien. La voluntad de Dios —su espíritu, su aliento, su resto— atraviesa la creación.
De ahí que, por el nombre de Dios, el todo no sea áun el todo. Porque Dios desaparece hasta el punto de rozar la nada —porque Dios es el que es— la nada abraza el mundo como su más íntima posibilidad. Y esto es lo mismo que decir, la posibilidad de la aniquilación. Ciertamente, la esperanza creyente es que la voluntad de Dios —la voluntad de bien— prevalezca sobre la impiedad del mundo —sobre la negación de Dios. Pero que se realice no dependerá solo de Dios. Aunque tampoco solo del hombre.
bisturí
abril 25, 2023 § 2 comentarios
Una cosa es suponer, incluso sentir, que hay Dios o que Jesús es divino. Y otra confesar que el crucificado es el Señor. En el primer caso, no nos movemos de donde estábamos, salvo superficialmente. En el segundo, nos encontramos en manos de. Y no lograremos situarnos en la posición del dependiente por nuestra cuenta y riesgo. Es cierto que no hay religión sin un sentido de la dependencia. Sin embargo, lo curioso del cristianismo —por no decir, lo desconcertante— es que la dependencia no se da con respecto a lo que entendemos espontáneamente como superior, sino con quienes despreciamos por apestados. Que esto no nos parezca inaceptable acaso tenga que ver con que la dependencia se haya transformado en limosna. O en solidaridad. Puede que el cristianismo muera como muere toda verdad, a saber, una vez se convierte en un lugar común.
creer y caer
abril 24, 2023 § 2 comentarios
Como sucede con la muerte, una cosa es decir que hay Dios —incluso sentirlo— y otra caer en la cuenta de que lo hay (aunque, ciertamente, no como nos lo imaginamos). Y, cristianamente, uno solo cae en la cuenta de que hay Dios ante un resucitado tras el tercer día. De ahí que mientras no se caiga en la cuenta —y tratándose de la resurrección va a resultar complicado— sea necesario, por aquello de dar razón de la esperanza, un discurso que, cuando menos, proporcione una legitimidad epistemológica a la fe cristiana. Y aquí no basta con apelar al sentimiento de que hay Dios. En este sentido, los antiguos padres se dedicaron a la apologética. Hoy parece que no podamos hacerlo sin rubor.
luz y lucidez
abril 23, 2023 § Deja un comentario
La lucidez no viene de la luz, sino de la negación de la luz —de la sospecha antes que de la admiración. Lucifer, como sabemos, fue un ángel caído. Pues quiso hacerse luz. Esto es, no depender de ella, en definitiva, del don. Sin embargo, es posible que Lucifer fuese también un ángel necesario. Al menos porque no hay don en el Edén. La gracia, únicamente para el arrancado. Quizá no sea causal que, en el relato de Job, el que siempre niega estuviera junto a Dios. Y es que la luz solo ilumina donde hay oscuridad.
nietzscheanas 61
abril 22, 2023 § 2 comentarios
Estar por encima del Bien y el Mal significa estar por encima del juicio del Padre: nadie te dice quién eres… y no te importa. Pues no estás sujeto a la necesidad de saberlo —de responder a la pregunta sobre tu cotización. Eres un inocente —una bestia. No tienes vergüenza. Por tanto, tampoco envidia, rencor u odio hacia el superior.
Para el resto, el espectro de Dios. O en su defecto, el espejo. Pues el espejo es, para quien se imagina no depender de nadie, lo que sustituye a la figura paterna. Dime quién es la más bella. Sin embargo, el espejo nunca miente: la más bella siempre será otra. Este fallo es, precisamente, lo que, como mujeres y hombres, no podemos aceptar: queremos decidir por nosotros mismos lo que valemos. Ahora bien, esto no es posible donde la conciencia de sí arraiga en la vergüenza de sí. Una vez Adán le dio la espalda a Dios —una vez se convirtió en un sujeto— quedó sometido al juicio del Padre, sujeto a su dictamen. Ciertamente, el creyó que lo había dejado atrás. Pero solo tenía que haberse preguntado qué ídolo puso en su lugar —sobre qué reposaba su esperanza— para caer en la cuenta de su ilusión.
Según Nietzsche, el único modo de liberarse del Padre —de admitir su muerte hasta el final— es bailando: que nada te importe porque nada importa. Dioniso en vez del Crucificado. O mejor dicho: Dioniso porque Dios acabó colgando de una cruz. Pero ningún hombre o mujer puede decidir por sí mismo ponerse a bailar. La superación no es un nuevo horizonte moral. O naces del lado de Dioniso o sigues dependiendo del dictamen de un fantasma.
Sin embargo, cabe otra liberación: la que llevó a cabo Israel —aquella que consiste en posponer el juicio de Dios sine die. Y esto equivale a decir permaneciendo fiel a una vocación (y quien dice vocación dice invocación). Tú no importas: importa alcanzar lo que, sin embargo, jamás alcanzarás. Importa la obra. El centro está fuera de ti. Aquí el Padre no es quien te dice lo que vales —a lo sumo, lo que valdrás—, sino quien te arroja fuera de ti mismo en la dirección de la obra. Del juicio ya hablaremos, dice Yavhé. En nombre de un Dios que anda rozando la nada —un Dios sin presente, que no aparece como dios— esto es lo que hay que hacer: dar de beber al sediento o penetrar en el secreto de las Escrituras. En ambos casos, una tarea imposible (y es por ello que toda obra permanecerá inconclusa). Hay, ciertamente, variantes seculares: escribir el verso que nos obligue a callar —que no admita ninguna glosa—; o lograr la interpretación definitiva de las suites de Bach. Pero, sea como sea, lo cierto es que nadie sabe lo que quiere mientras no sepa cuál es la misión que le ha encomendado su Padre. De ahí que lo decisivo sea saber quién es nuestro verdadero Padre. Pues, de equivocarnos, probablemente vivamos en vano. Como reos de lo impersonal.
Aneto
abril 21, 2023 § Deja un comentario
Una experiencia fundamental no llega a ser, precisamente, fundamental mientras no nos adhiramos a ella. Esto es, hasta que no respondemos con un fiat incondicional a la conmoción que dicha experiencia supone —al hecho de que nos desplace fuera del hogar. Pues, al fin y al cabo, no hay experiencia fundamental que no vaya de la mano de la aparición, de la interrupción de la continuidad del tiempo, aquella que nivela cuanto toca. De no haber fiat, fácilmente nos convertimos en espectadores de nosotros mismos (y por extensión, en reos de lo impersonal, de lo que se dice o se hace). Y de ahí a decirnos que no fue para tanto —o incluso a tachar dicha experiencia de delirio— media un paso.
aparición y oscuridad
abril 21, 2023 § 3 comentarios
¿Por qué la aparición suprime la ambivalencia de cuanto nos traemos entre manos —el que haya en lo mismo una de cal y otra de arena? ¿Por qué ante la aparición, y a diferencia de su simulacro, el fantasma, no sentimos la necesidad de decir de qué se trata —de sospesar o juzgar? Quizá porque, en la aparición, la alteridad se hace presente desnudamente, esto es, sin que quepa un saber. Y no cabe ningún saber —ningún atributo— porque nos hallamos por entero sometidos a la aparición. Tan solo la aparición nos puede —tan solo ella nos pone de rodillas. La aparición siempre aparece en la oscuridad. De ahí que no haya imagen de la aparición.
Por defecto, percibimos la imagen desde la distancia del observador. Así, la aparición que posee una imagen, en tanto que se mantiene a distancia, fácilmente termina siendo, tras el efecto sorpresa, el objeto de un posible dominio. Una imagen siempre es un espectáculo. Pero Dios —el que, en definitiva, aparece en una genuina aparición— no da espectáculos. Dios es invisible. No circunstancialmente invisible. El nombre de Dios no apunta a un algo que permanezca fuera de nuestra capacidad de visión. Dios en verdad anda rozando la nada. De la alteridad como tal, nunca hubo una imagen. Y nunca la hubo porque no puede haberla. En lugar de la imagen, el toque o la voz.
No es anecdótico que, en la Biblia, la aparición de Dios vaya con el temor de Dios. Pues para hacernos una idea de lo que estamos hablando basta con suponer que, en medio de la oscuridad y el silencio, alguien nos tocara u oyéramos su voz. Inevitablemente, experimentaríamos un estremecimiento —el que sienten los inválidos cuando, precisamente, caen en la cuenta de su invalidez. La oscuridad y el silencio —o su trasunto, las simas de este mundo— nos igualan, situándonos a todos en la misma posición de salida. De ver una luz, veríamos, y también de manera inevitable, una hacia dónde, una solución, un motivo para prescindir de Dios. Pero, por eso mismo, aún no habríamos experimentado ninguna alteridad.
Ante Dios, la reacción será en cualquier caso un aquí estoy; qué quieres de mí. A pesar del estremecimiento inicial, la respuesta al toque de Dios es nuestra última oportunidad. Y esto porque el que nos invoca o toca no es Dios, sino quien ocupa su lugar, al fin y al cabo, aquellos que se revelan como el envés del aún-nadie de Dios: los desamparados, los huérfanos, los que experimentaron la oscuridad y el silencio antes que nosotros. La oscuridad y el silencio son el non plus ultra de una existencia que confía solo en su posibilidad. Bíblicamente, la obediencia al mandato de los que sobran siempre fue de la mano de la libertad. Pues acaso no haya otra libertad que la de quien se libera del hogar en nombre del que aún no es nadie sin nuestra respuesta.
de las apariciones
abril 20, 2023 § Deja un comentario
En las apariciones, quizá sucediera lo que sucede en algunos sueños, a saber, que tu padre, que ya murió, se te hace presente en la forma de. Durante el sueño hablas, pongamos por caso, con un ciervo. Pero estás convencido de que estás hablando con tu padre. Así, estaríamos ante una variante del síndrome de Capgras.
¿Podríamos decir que las apariciones fueron algo así como un transtorno psicológico? De haberlas habido, esto es, de no ser tan solo relatos que legitimaron la autoridad de los líderes de las primeras comunidades, acaso no podamos decir otra cosa, desde nuestra óptica moderna. Pero durante la Antigüedad, que los muertos se apareciesen fue una posibilidad del mundo. Como lo fue —y lo sigue siendo— el estallido de un volcán o que un estrella se convierta en una enana blanca. Las apariciones son, para nosotros, un delirio —y no pueden dejar de serlo. En cambio, para los testigos de la resurrección fue un dato de la experiencia. Pues no hay visión que no posea, por mínima que sea, una carga teórica —que no incluya un cierto saber. Por consiguiente, puede que, en la base, hubiese un delirio. Pero para aquellos a quienes se les apareció el crucificado no fue tan solo un delirio, sino acaso la condición de la revelación. En este sentido, su transtorno mental, aunque fuese transitorio, sería como la llave que les permitió cruzar la puerta. La locura como únicamente locura es, de hecho, un invento reciente.
Marcel
abril 19, 2023 § 1 comentario
Marcel Gauchet, como es sabido, considera el cristianismo como la religión de la salida de la religión. Y algo de esto hay (o más bien, mucho). Pero la paradoja tampoco se entiende si nos quedamos solo con lo de la salida de la religión. Pues el cristianismo es también la religión de. La cuestión en el fondo es cómo el cristianismo sigue siendo, de algún modo, una religión. Y esto es lo mismo que preguntarse cómo comprender el poder de Dios —pues sin el poder de Dios no hay religión que valga— donde Dios es el Dios que quiso depender del hombre que depende de Dios.
la encarnación en un par de brochazos
abril 18, 2023 § 1 comentario
¿Cómo entender que Dios se hiciera hombre… sin dejar de ser Dios? Si partimos de sus respectivas naturalezas esto es, sencillamente, incomprensible. Pues es como si uno de los nuestros se convirtiese en lombriz conservando, sin embargo, su humanidad. El único modo de que un dios pasara a la condición de lo humano sin perder un ápice de divinidad es que ese paso solo fuese aparente. Esto es, que tan solo adoptara nuestro aspecto. Pero no es esto lo que proclama el cristianismo. De hecho, esta manera de ver el asunto fue tachada desde un principio —o casi— de herética. Y no por intolerancia, sino por faltar a la revelación. Pues lo que se reveló en el Gólgota es que Dios —estrictamente, el Padre— se identificó con aquel que colgó de un poste en su nombre. Y si se identificó es porque aún no era nadie al margen de la fidelidad del hombre de Dios, sino la voluntad de ser, precisamente, alguien (y alguien de carne y hueso).
La dogmática cristológica deviene ininteligible donde no partimos de ahí. Según el cristianismo, Dios es la relación entre Padre e Hijo. Y no terminaremos de comprender que sea esta relación donde partimos religiosamente de un Dios-ya-hecho. No hay (aún) Padre sin Hijo, ni Hijo sin (fidelidad a ese) Padre. De ahí que, cristianamente, acaso reguemos fuera de tiesto donde nos seguimos dirigiendo a Dios como si no hubiese habido encarnación. Esto es, como si Dios en verdad no tuviese cuerpo.
omnisciente
abril 17, 2023 § 2 comentarios
¿Un Dios omnisciente y omnipotente? No, gracias. Pues no sería Dios, sino en cualquier caso un ente superior —o inconmensurablemente superior, si se prefiere—, en definitiva, un dios-espectador que procedería ex machina. Un dios-espectador es un Dios sin alteridad. Y nada existe —o mejor dicho, nadie— que no se encuentre expuesto al exceso de la alteridad. Podría ser que, efectivamente, hubiera un ente superior. Ahora bien, sin alteridad —y aquí hay que tener presente que Adán es el otro-de-sí de Dios— ese dios simplemente sería, pero no existiría. Como las focas, aunque en un plano espectral. En este sentido, hay más omnipotencia en el Dios que renuncia a la omnipotencia con la intención de llegar a la existencia —y una existencia corporal— que en el ente que, desde las gradas, no ve más que hormigas.
nietzscheanas 60
abril 16, 2023 § 1 comentario
¿Qué significa nihilismo? Sencillamente, que de la vida no cabe esperer nada nuevo —nada extraordinario, ninguna aparición. En cualquier caso, su farsa: la novedad, la noticia, el oropel. Ahora bien, donde no cabe nada extraordinario —nada que no pueda terminar encajado en el suceder de los días— la existencia deja de hallarse sub iudice. Ya no es posible distinguir, salvo espuriamente, entre lo condenado y lo salvado —entre lo que vale y lo que no. Pero esto equivale a decir que la vida se queda sin lenguaje. En su lugar, la retórica. Tras la muerte de Dios, ya no habrá más voces, sino trazos que remiten a otros trazos. En vez de Agustín, Derrida.
No es casual que Nietzsche escribiera aquello de que no nos libraremos de Dios hasta que no nos libremos de la gramática (y acaso esta sea una de sus sentencias más profundas). Y quien dice Dios, dice el Bien. Juicio y lenguaje van a la par. Decir es juzgar. Al menos, porque necesitamos decirnos que el abrazo de una madre, pongamos por caso, traduce el amor hacia el hijo, lo que, en principio, debería ser. Y necesitamos decírnoslo —tenemos que opinar— porque no podemos soportar la indecisión del mundo. La opinión proporciona una falsa claridad en tanto que no le da ninguna oportunidad a lo que también podría ser dicho. Ciertamente, al opinar sopesamos… dando por sentado que acertamos con la medida. Pero la balanza nunca permanece en equilibrio: lo que en un momento se nos muestra como amor, en otro se nos mostrará como su contrario. En el mundo, todo es indecisión, ambivalencia, oscilación. En el abrazo de una madre también hay amor hacia el vínculo con el hijo, unas dosis de egoísmo que no debieran estar ahí. En cuanto que nos traemos entre manos, no hay plata sin ganga.
Así, nos vemos obligados a juzgar, a picar como mineros. No obstante, la plata que obtendremos es solo brillo —únicamente doxa. Y no es lo mismo el brillo que la luz. En este mundo, el no es siempre el envés del sí, el polvo que es barrido bajo la alfombra cuando nos decimos que en el abrazo de una madre hay tan solo amor. Pero al igual que cuando creemos estar convencidos que dicho abrazo no es más que amor hacia el vínculo con el hijo (y aquí el polvo sería el más que). Todo decir es un hágase —un así sea, un amén. Sin embargo, nada de lo que decimos que es acaba de ser —nada termina de hacerse. Ciertamente, el lenguaje apunta por defecto a lo absoluto o sin tara. De hecho, este es su prejuicio fundamental. Pero, porque tan solo apunta, el lenguaje se convierte en un fraude cuando nos tomamos demasiado en serio el presente, la cópula, el es del esto es así—cuando nos apropiamos del hágase por el que hubo creación (y aquí conviene tener presente que la nada es el fondo, siempre latente, de lo creado). En definitiva, el lenguaje deviene una estafa cuando juzgamos antes de tiempo.
Puede que no sea secundario que en la Biblia la palabra arraigue en la promesa de Dios. La sospecha sobre el presente fue antes bíblica que nietzscheana. Para Israel, no hay propiamente lo que es. La realidad no subyace a las apariencias. En vez de lo profundo, un porvenir —en vez del es, un será. Una confianza insensata ocupa el lugar del saber: Dios dirá. Mientras tanto, el aún no es. El juicio —la palabra— solo pertenece a Dios. Sin embargo, Dios en-sí es el Dios que guarda (el) silencio. Aun cuando se trate de un silencio elocuente, el que se expresa, precisamente, en el puro haber o ab-soluto. El silencio de Dios abraza el mundo. Babel —la confusión de lenguas, la cháchara— fue el resultado de una apropiación indebida.
De ahí que Nietzsche quizá errara en las fechas. La des-aparición de Dios —en bíblico, su retroceso o paso atrás hacia un futuro imposible— sucedió, no en nuestros tiempos, sino una vez Adán quiso darle la espalda, en definitiva, dejar de ser un animal para ocupar el lugar de Dios. A partir de ese instante, el ídolo, la imagen, la representación sustituirán al otro en cuanto tal —el haber del mundo al puro haber. No hay mundo para el animal. A lo sumo, un estar en el haber. Las bestias no existen: son. La culpa —la enajenación— es el dorso de la existencia. La des-aparición de Dios —su muerte— van con el existir. Pues existir es vivir como arrancados. De algún modo, con el advenimiento de nuestros tiempos lo que perdimos de vista fue el asunto Dios. Sencillamente, ya no interesa. Sin embargo, este pasar del asunto no salió gratis. ¿El precio? Que la cópula deviniese una ficción (y el hablante que carece de ironía, un prestigitador que ignora su truco).
Nihilismo significa, por tanto, que gana lo ordinario, la eterna repetición del gris, de los medios tonos, de la ambivalencia. Si no lo vemos es porque la ilusión —el espejismo, el señuelo— nos impide verlo. Pero, como sabemos, la desilusión es el destino de la ilusión. El único modo de superar el nihilismo —de no quedar sepultado por la nada— es, según Nietzsche, bailando, sea sobre un campo de amapolas o sobre las fosas comunes de la historia. Nihilismo significa, por tanto, que no habrá reparación para las víctimas del pasado. La bendición no triunfará sobre la maldición. El ángel de la historia no vuelve su vista atrás con espanto. A lo sumo, se encoge de hombros.
A Nietzsche no puede negársele la lucidez. Por eso, difícilmente terminaremos de percibir el alcance de la fe bíblica de no tener en cuenta que bebe de esa misma perspicacia. Pues no hubo profeta que no fuese consciente de que una existencia alejada de Dios se asienta sobre la falsedad —ningún profeta que no temiese a Dios y, en consecuencia, la posibilidad de la aniquilación. Es verdad que en el profetismo hay mucha acusación. Así, hay desgracia porque no hacemos lo debido —porque no vivimos como hermanos. Pero, en el fondo, un profeta no podía ignorar que somos incapaces por nuestra cuenta y riesgo de cumplir con la voluntad de Dios. En realidad, lo extraordinario —la aparición que suprime la ambivalencia— bíblicamente siempre se ofrece como un increíble porvenir. Y ello en nombre de una vida dada, precisamente, como excepción —como gracia. Tertium non datur: o bien, nos ponemos a bailar; o bien, esperamos lo que en modo alguno puede reducirse a un ideal en el que quepa creer desde nuestro lado. El resto es trampantojo.
Dios y la nada
abril 15, 2023 § 2 comentarios
Dios es, por definición, eso que nos puede por entero. No es posible pensar a Dios —como tampoco experimentarlo— sin plantear la cuestión el verdadero poder. Dios pasó a ser irrelevante una vez dejamos de sentir temor de Dios, en el sentido bíblico de la expresión (y no porque no hubiera nada que temer). Y aquí hay que tener en cuenta que no hablamos del miedo. Si lo hemos olvidado es porque hicimos de Dios una variante del amigo invisible de la infancia… lo cual, dicho sea de paso, nos convierte en idiotas, esto es, en aquellos que no se enfrentan a ninguna alteridad. Ante Dios —ante su poder—, no cabe otra posibilidad que la que Dios quiera.
Por tanto, si Dios nos puede, entonces lo divino en sí mismo está más cerca de un poder anónimo —del poder de la muerte o la aniquilación, al fin y al cabo, de la nada— que de cuanto cabe imaginar, precisamente, como divino. Pues imaginar a Dios inevitablemente supone imaginar que Dios está de nuestro lado (o que cabe ponerlo a nuestro favor). Que creamos que Dios decide nuestra suerte —nuestra condena o salvación—; en definitiva, que creamos que Dios se interesa de algún modo por nosotros constituye una derivación de la experiencia más elemental —más abismal— de lo divino. Y es que, como decíamos, quien imagina a Dios lo reduce a su medida. Nadie fantasea con un Dios terrible. De hecho, no hay necesidad: lo llevamos en lo más profundo de nuestra psique. Y porque modernamente Dios quedó sepultado en nuestro inconsciente, podemos deambular por el mundo como si no hubiera Dios.
Sin embargo, si cabe creer que Dios quiere que el hombre viva es porque hubo creación, porque esta voluntad precede a la nada. O por decirlo de otro modo, porque la nada de Dios retrocedió para que fuera posible el mundo y, en definitiva, la humanidad; en última instancia, porque Adán nace por la negación de Dios, en el doble sentido de la preposición. Ahora bien, esto equivale a que decir porque Dios es su renuncia a ejercer como Dios, su voluntad de salir de sí mismo hacia lo otro de sí, hacia aquel que, como la alteridad de Dios, tendrá que negarlo en un primer momento. De ahí que si Dios es un Dios presente como alguien —si Dios tiene un rostro, el rostro que vence, al trascendenrlo, el poder anónimo de la nada— es porque hubo quien confió en su misericordia donde no era posible confiar. Aunque muriese como un apestado de Dios, colgando de una cruz. O por eso mismo.
explicación y milagro
abril 14, 2023 § 1 comentario
Imaginemos que llegáramos a explicar la vida —que fuéramos capaces de reproducirla a partir de lo inorgánico. En ese caso, ¿dejaría de ser un milagro? No me atrevería a decirlo. Al menos, porque el milagro —la excepción— no es el hecho extraordinario, sino lo que provoca nuestro asombro o, si se prefiere, perplejidad. Un hecho extraordinario es, por defecto, un hecho aún por explicar. Por contra, el milagro permanece inexplicable. Y no, por falta de recursos, sino porque, como tal, no admite la explicación. Ahora bien, si no la admite es porque el horizonte del asombro es la nada. Bajo su continua amenaza, todo es don. Ahora bien, ningún espectador se expone a la imposible posibilidad de la nada (y digo imposible porque la nada no es una posibilidad del mundo; pues hay mundo porque la nada es no siendo aún). Tan solo se encuentran expuestos a la nada aquellos que forman parte de la escena. Quien se sitúa en el anfiteatro únicamente observará hormigas que dicen enfrentarse a ella.
cultura e inteligibilidad
abril 14, 2023 § 2 comentarios
El otro día, en una entrevista radiofónica, me preguntaron, y a propósito de un fragmento de Anatomía del cristianismo, qué significaba decir que el hombre no puede soportar demasiada realidad . Quien me entrevistaba dio a entender que la frase era confusa, a la vez que expresaba —o eso me pareció— un cierta displicencia. De hecho, se trata de un cita implícita de un verso de Eliot (de sus Four Quartets)… una cita que no pasa desapercibida para los que poseen una mínima cultura (o para aquellos que hayan vivido lo suficiente). El problema de nuestros tiempos —o uno de ellos— es que nos hemos vuelto incapaces de comprender los textos que van más allá de la crónica deportiva o los ecos de sociedad. Esto es, incapaces de comprender a los clásicos (y por extensión a nosotros mismos). El problema, sin embargo, se acentúa cuando nos atrevemos a despreciar lo que no acaba de encajar en el estrecho campo de visión de nuestras orejeras. Es lo que tiene confundir la realidad con el supermarket. O el de creer, como eternos adolescentes, que todo gira a nuestro alrededor —que ya hemos llegado cuando apenas hemos salido del puerto. Quizá sea inevitable. En cualquier caso, leer honestamente supone preguntarle al autor qué has visto tú que nosotros aún no. Pues un autor —y a diferencia de quien únicamente escribe libros— es, en definitiva, aquel que nos autorizará a hablar. Y hoy estamos lejos de aceptarlo.
El síntoma es que Eliot se haya vuelto un autor difícil —y por eso mismo, menospreciable. Ciertamente, lo es. Pero no porque lo que dice sea críptico, aunque en un primer momento nos lo pueda parecer —de hecho, no se lo parecerá a quien sepa ver en sus versos las innumerables citas implícitas que contienen—, sino porque difícilmente admitiremos lo que quiso transmitirnos. Lo dicho: no podemos soportar demasiada realidad. Ningún autor escribe libros para decir obviedades.
Es cierto que los mass media —los tiempos de una entrevista— solo admiten lo que pueda entender cualquiera sin esfuerzo. Pero al igual que es cierto que lo que pueda entender cualquiera sin esfuerzo es, por lo común, irrelevante. Decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo. Y esto es, de algún modo, así. Sin embargo, podríamos perfectamente añadir que la claridad es la excusa de quienes no tienen nada que decir (y esta es una cita de Bertrand Russell). Entre la cortesía y el no querer excusarse anda la cosa.
nihil obstat
abril 13, 2023 § 3 comentarios
¿Nihilismo? Fácil: ninguna esperanza para las víctimas de la historia. No habrá justicia final. Ni siquiera aunque se ofrezca como el perdón que nos obliga a arrodillarnos. La existencia nunca estuvo imputada. Nihil obstat. Para superar la nada es suficiente con bailar. Si es que no andas de rodillas.
solaris
abril 12, 2023 § 1 comentario
Stanislaw Lem dejó escrito en Solaris que no deberíamos esperar demasiado del juicio final. ¿Y que sería esperar demasiado? ¿Acaso justicia? ¿Que aquellos que murieron antes de tiempo pudieran volver a vivir la vida que les arrebató nuestra indiferencia o impiedad? Ciertamente. O hay respuesta a la cuestión bíblica —esto es, o hay juicio final— o el nihilista da en el clavo. Y el nihilismo tiene hoy en día las de ganar. Al menos, porque, dejando a un lado las fantasías que satisfacen nuestra necesidad de que la película termine bien, la posibilidad de una justicia final resulta un tanto increíble. Es lo que tiene haber tirado por el desagüe al niño Dios junto al agua sucia.
Sin embargo, la fe siempre apuntó a lo que ningun mundo puede admitir como posibilidad. En nombre de una bondad en medio los infiernos del más acá, el verdugo no debe pronunciar la última palabra. Aunque ello no podamos creerlo solo desde nuestro lado. Ni tampoco solo del de Dios… sin hacer de Dios un deus ex machina. La esperanza nunca fue una expecatativa, un ideal. De ahí que la pregunta bíblica sea quién ocupará el lugar de Dios. ¿Qué Mesías? ¿Un resucitado? Más increíble aún.
mayo del 68
abril 11, 2023 § Deja un comentario
Lo que la filosofía de la Ilustración nos enseñó a considerar como lo propio del hombre: pensar y actuar por sí mismo, la escuela lo convirtió no en el fruto de una maduración, sino en una propiedad natural e incluso innata. A partir de ahí, los adolescentes y hasta los niños se convirtieron en «los actores de su propia educación» y la autorización sustituyó a la autoridad.
Alain Finkielkraut, La posliteratura
woke
abril 10, 2023 § Deja un comentario
En los EEUU, ser blanco comienza a ser un motivo de vergüenza para la militancia antirracista (y para unos cuantos blancos woke). Así, escribe Robin DiAngelo: la identidad blanca es intrínsecamente racista. Los blancos no existen fuera del sistema de la supremacía blanca. Este es un discurso que pisa fuerte en el país de las oportunidades. Algo parecido podríamos decir del feminismo ultra, el cual está a un paso, si es que no lo ha dado ya, de estigmatizar la condición masculina. De ahí que los hombres maten a su prole, mientras que las mujeres se arrojan de la ventana con sus hijos en brazos. Aquí la casuística, tan importante en el territorio de lo moral, carece de importancia. La condena precede a la acusación. Se es bueno o malo por nacimiento. Como se era judío o ario en la Alemania de antes de ayer.
Hace tiempo que la corrupción original —la massa damnata de Agustín— dejó de ser una evidencia. La aspiración a la pureza siempre engendró monstruos. Y más que los engendrará donde las dependencias que van con el hecho de existir tienden a disolverse en favor de un individuo que se supone dueño de sí. Tarde o temprano, nos preguntaremos cuándo la identidad comenzó a ser un objeto de consumo. Algo tendrá que ver con un padre que pasó a ser un fantasma. En cualquier caso, como dijera Marx, el capitalismo hace que todo lo sólido se disuelva en el aire. Y de esas lluvias probablemente estos lodos.
la resurrección y el poder de Dios
abril 9, 2023 § Deja un comentario
No hay fe sin que esta sea una fe en el poder de Dios, un poder capaz de levantar a los muertos. Pero si Dios no es aún nadie sin el fiat de aquel en quien quiso reconocerse desde un principio, ¿cómo pensar dicho poder? Evidentemente, no puede tratarse de un poder ex machina. Pues de ser así estaríamos ante un dios-ya-hecho , esto es, al margen de dicho fiat. Y, según la confesión cristiana, Dios en sí mismo —en trinitario, el Padre— carece de la entidad de lo concreto o existente. Dios alcanza la existencia como cuerpo crucificado (y vuelto a la vida tras el tercer día). Antes del Gólgota, el haber de Dios no es el de lo singular. De ahí que, para el cristianismo, Jesús no sea un representante de Dios, sino el cuerpo de Dios y, por ende, su modo de ser.
Ahora bien, si el poder de Dios no puede concebirse como un poder que se ejerza ex machina, entonces ¿acaso no deberímos entenderlo como el que se activa a través de la entrega incondicional del abandonado de Dios? Ciertamente. Sin embargo, esto ¿no está cerca de decir que de lo que se trata es de poner los dedos en un enchufe? Quizá, si no fuera porque de lo que se trata , en definitiva, es de responder donde no cabe esperar ninguna iluminación. De ahí que decir responder suponga decir inmolación. Pues la cruz significa que cualquier expectativa salta por los aires. Estamos lejos por tanto de la suposición new age según la cual basta con conectar con un fuente de energía para salvarse. Quien crea que cabe creer dejando a un lado el componente sacrificial de la fe probablemente aún permanezca en la fantasía infantil que imagina una victoria sin bajas.
el silogismo de la gloria
abril 8, 2023 § Deja un comentario
Si la caída afectó tanto a Dios como al hombre —y por consiguiente, si el Padre no es aún nadie sin la respuesta del Hijo—, entonces la resurrección afecta tanto a Dios como al hombre. Así, tras el tercer día, el crucificado regresa del sheol con la vida de Dios, en el doble sentido del genitivo. Así, Dios llega a ser el que es en el centro de lo histórico, aun cuando su presencia apunte a la consumación de los tiempos. Esto resulta una trágala para la sensibilidad religiosa, la cual da por descontado que Dios es según el modo de los entes —aunque en este caso su naturaleza sea espectral— y, por tanto, independientemente de la fe del hombre. Y de ahí que hoy en día, teniendo en cuenta que la religión, incluyendo sus múltiples variantes, es una constante antropológica, no sepamos qué hacer con la proclamación cristiana —la que se concentra en la dogmática cristológica, al afirmar que Dios es el vínculo entre el Padre y el Hijo hecho carne—, convirtiendo, de paso, el cristianismo en una religión entre otras. La religión, en realidad, nunca entró en crisis.
Ahora bien, lo cierto es donde prescindimos del hecho de la resurrección para quedarnos solo con lo que la resurrección revela acerca de Dios, esto es, con su significado teológico, el kerigma cristiano queda reducido a una hipótesis especulativa. Y es fácil que prescindamos de la resurrección donde, desde nuestra situación, ya no podemos ni siquiera entenderla como un hecho del pasado, como sí podemos hacerlo, por ejemplo, con la toma de la Bastilla, sino a lo sumo como una creencia del pasado. Pues no hay visión de los hechos que no esté cargada de cosmovisión y, por eso mismo, de un cierto saber. En este sentido, no hay dinero para los pueblos que aún funcionan por medio del trueque. Ni puede haberlo. Para esos pueblos, lo que hay, a lo sumo, son unos papeles que los blancos acumulan como si fueran sagrados.
Sin embargo, acaso la esperanza en la resurrección de los muertos consista en que vuelva a ser un hecho, con lo que ello implica con respecto a la cosmovisión que hace que un hecho tan increíble como este pueda darse, precisamente, como tal. Y lo que implica, cuando menos, es una recuperación de la imaginación como fuente de conocimiento. Pero este es otro asunto.
nihilismo en Getsemaní
abril 7, 2023 § Deja un comentario
Jesús, colgando de la cruz, experimenta que no parece que haya nadie ahí arriba, esperándolo con los brazos abiertos. En su lugar, ¿una ciega confianza en que, a pesar de las evidencias, haya un Padre? Quizá. Pero lo decisivo no es esa fe, sino el perdón que ofrece a sus verdugos bajo un cielo de plomo. Mejor dicho, únicamente desde ese perdón, un perdón que rozó lo inhumano, esa fe adquiere su sentido o hacia dónde. Por eso, la confesión cristiana no se limita a proclamar que, tras el impasse del Gógota, había en realidad un Dios dispuesto a intervenir ex machina. Esto sería todavía religión. Más bien, que el Dios al que apunta la fe del crucificado no es aún nadie sin el crucificado. Así, el Dios al que Jesús se abandona no es otro que el que se nos ofrece como un cuerpo colgando de una cruz… lo cual, ciertamente, no era lo que Jesús podía esperar. De ahí que, de no haber habido un tercer día, la revelación del Golgota habría coincidido con la proclamación de la muerte de Dios. Ahora bien, la cuestión que plantea la resurrección, teniendo en cuenta que Dios se identificó en el Gólgota con un abandonado de Dios,es cómo pensar el poder de Dios sin entenderlo como un poder ex machina. Pero este es otro asunto.
un Dios que tiene cuerpo (y 2)
abril 6, 2023 § Deja un comentario
Sin embargo… la analogía del yo es, hasta cierto punto, problemática. Pues, en nuestro caso, el yo es un producto de un cuerpo inserto en su circunstancia… y no parece que podamos decir lo mismo acerca de Dios. ¿O acaso sí? En principio, la realidad de Dios como el aún-nadie-sin-su-cuerpo es anterior a su encarnación —a su reconocerse en el crucificado. O al menos, es lo que damos religiosamente por decontado. Ahora bien, si es el aún-nadie no es nadie-aún. Dios-en-sí, coincidiría con la alteridad propia de un puro haber. Y es que el haber de Dios-en-sí no es en modo alguno equiparable al haber de cuanto posee entidad.
Entonces, ¿por qué hablamos del aún-nadie en vez de referirnos simplemente a la nada? Será porque, desde la situación de los que sufren la oscuridad y el silencio de las simas de este mundo, la nada va con una invocación insoslayable, aquella cuya reverberación escuchamos en las gargantas de la sed. ¿Se trata de un asunto meramente psicológico? Quizá, si no fuera porque hay quienes obedecen hasta el final al lamento de los que se revelan como hermanos en medio de un No aparentemente inapelable —si no fuera, en definitiva, porque debemos responder a alguien (y ante la demanda del otro, no responder es ya una respuesta). Y porque hubo fieles —y siguen habiéndolos— , Dios pasa del anónimo haber a presentarse como cuerpo. Esto es, del nada-ahí (o del puro ahí como nada) a ofrecerse como rostro. No es casual que leamos en el Talmud aquello de si crees en mí, yo soy.
un Dios que tiene cuerpo
abril 5, 2023 § Deja un comentario
¿Por qué decimos que el Dios cristiano es un Dios con cuerpo? La idea es simple, si se piensa bien. Como sabemos, el dogma central del cristianismo es el de la encarnación de Dios. Y quien dice encarnación, dice la identidad entre Dios (el Padre) y el crucificado (el Hijo). La relación entre Padre e Hijo sería análoga a la que media entre el yo y su modo de ser. Ciertamente, el yo es su modo de ser. Pero si podemos decirlo es porque el yo difiere continuamente del modo de ser con el que se identifica. Sin este diferir no hay, de hecho, identificación. Pues la identidad consiste en poder decir yo soy ese. Ahora bien, y por lo que acabamos de apuntar, el yo en sí mismo no es nadie. O mejor dicho, es nadie. En consecuencia, Dios aún no es nadie sin el cuerpo con el que se identifica, el de un crucificado en su nombre. Cristianamente, la presencia de Dios es la del hombre de Dios (estrictamente, la del abandonado de Dios que se abandona a Dios). Y de ahí que, cristianamente, digamos que Dios es un Dios con cuerpo o aún no hay Dios.
Nietzsche, probablemente, no comprendió hasta el final la profundidad del cristianismo. Es decir, no llegó a ver, como tampoco ninguno de sus contemporáneos, el alcance de la confesión cristiana. En cualquier caso, tuvo razón al dar por descontado que sin resurrección el cristianismo es un absurdo. Pues la identificación entre Dios y el crucificado se revela tras la resurrección. De hecho, el primero en caer en la cuenta de ello no fue Nietzsche, sino Pablo de Tarso. No obstante, el problema es que la resurrección es, de por sí, increíble. Pero quizá no comprendamos gran cosa de la fe cristiana mientras no comprendamos que esta apunta a la posibilidad de lo imposible. La cuestión, como siempre, es en nombre de qué. O de quién.
homo superior (1)
abril 4, 2023 § Deja un comentario
La distopía está, según parece, a la vuelta de la esquina. La manipulación genética de nuestro ADN transformará las diferencias sociales en biológicas. Así, estarán los válidos y los inválidos, por decirlo a la manera de esa profecía hollywoodiense que fue Gattaca. De hecho, ya hay algo de esto. Quien tiene un problema cardiaco en los arrabales de Calcuta muere antes. No, los que están adscritos a la clínica Mayo.
Sin embargo, mientras podamos seguir diciéndonos que la naturaleza es la misma la cosa aún no se sale de madre. Se saldrá cuando la superioridad de los válidos sea comparable a la que media entre los hombres y los dioses. Quizá no sea casual que la imagen que nos hacemos del homo superior sea, precisamente, la de un cuerpo bello e impasible, una imagen que, con todo, responde antes a nuestros miedos —a nuestra dificultad para admitir un ente sobresaliente, y más si sale de los nuestros— que a la realidad. Acaso el homo superior vivirá más —y más saludablemente— que quienes se hayan quedado atrás. Acaso su inteligencia sea inconmensurable. Acaso nos vean como monos. Y probablemente, para soportarlo, debamos seguir diciéndonos que los ricos también llorán.
Ahora bien, aun cuando no lloren —o lloren sobre la red del trapecista— lo cierto es que, si continuan siendo existentes, entonces la nada o el nadie-aún seguirá siendo su horizonte. En cambio, de disolverse la cuestión existencial, el homo superior apenas será algo más que un replicante. No deberíamos descartar la posibilidad de que el superhombre nietzscheano fuese, literalmente, un idiota, a pesar de la enormidad de sus talentos. Sea como sea, el hombre siempre fue la posibilidad de ir más allá de sí mismo. De hecho, nosotros somos dioses para Adán. Al menos, en apariencia.
mentir
abril 4, 2023 § Deja un comentario
La caída —la pérdida de la inocencia— encuentra su expresión lingüística en la mentira. Donde cabe el engaño, el signo pierde su arraigo en lo natural. Y este es el principio de nuestra creatividad. El precio, originariamente, refleja lo que vale. Pero, por eso mismo, basta un precio elevado para crear valor. Una sonrisa —un abrazo, un decir te amo…— no tiene por qué referise a aquello a lo que apuntan. El nihilismo viene a continuación. Aunque también podríamos decir que porque nos apartamos de la selva fuimos capaces de falsificar. La libertad fue siempre un desarraigo.
dependence
abril 3, 2023 § Deja un comentario
¿Tiene sentido hablar de Dios si no hablamos a la vez de nuestra dependencia de Dios? ¿Acaso lo inferior no depende, por defecto, de lo superior? Pero ¿de qué tipo de dependencia se trata cuando nos referimos al Dios de la tradición bíblica? Una dependencia física sería ciertamente degradante, por no decir, asfixiante, aunque al fin y al cabo fuese circunstancial (pues bastaría con que aumentase nuestro poder para independizarnos). Y no diría que los tiros bíblicos vayan por ahí. Al menos porque bíblicamente la dependencia física se entiende como la que experimentamos ante un dios en apariencia.
¿Se trataría, por tanto, de una dependencia moral? De hecho, la convicción biblica es que nuestra suerte se decide en relación con el mandato de Dios, el que se hace cuerpo en la invocación de los nadie. Sin embargo, ¿qué implicaciones con respecto a la realidad de Dios tiene esto último? Es obvio que al referirnos al vedadero Dios no hablamos de un dios al uso —de un ente superior—, sino de un Dios que anda rozando la nada. ¿Cómo entender, entonces, que ante Dios nos hallemos sub iudice? ¿Es verdad que habrá juicio? Que nos juzguen los nadie ¿acaso no supone que nadie nos juzgará? Ahora bien, ¿no deberíamos admitir que el poder de Dios consiste en hacer del nadie un señor —mejor dicho, nuestro señor? Pero ¿cabe creer en ello? O mejor dicho, ¿en qué situación? ¿Es posible comprender algo de lo que decimos acerca de Dios en verdad sin tener presente que la existencia apunta a una falta esencial, aquella que obviamos donde seguimos confiando en nuestra posibilidad?
de la aparición y la esperanza
abril 2, 2023 § Deja un comentario
De ordinario, vamos a lo nuestro: una cosa tras otra. Pero en el fondo, aguardamos, aunque sin saberlo, la irrupción de lo extraordinario o nuevo, en definitiva, la aparición. Pues acaso solo frente a la aparición logremos elevarnos por encima de la circunstancia. O, si se prefiere, de lo biológico. Ciertamente, hay quienes creen que las aspiración última es la de regresar al útero materno. Son los partidarios de la fusión. Pero donde manda el sentimiento oceánico desaparece la realidad. Y quien dice realidad, dice alteridad. Sea como sea, lo común es que nos contentemos con los simulacros. La novedad, en el primer caso. El porro o sus variantes, en el segundo. De ahí que, entre simulacros, vivamos pasando de largo.
Puede que algún día caigamos en la cuenta de que existimos como quien permanece a la espera. Y cuando esto suceda la cuestión que deberíamos plantearnos será de qué —o de quién. Aunque también es posible que no haya en verdad nada nuevo —que no quepa ninguna aparición. En ese caso, Nietzsche tendría razón.
Ahora bien, lo que Nietzsche no vio es que, precisamente porque el cielo está vacío de Dios, el otro, incluso el que despreciamos, resplandece con el aura de la divinidad o el milagro. Y por eso mismo, no todo vale por igual. El milagro no necesita de ningún sentido o hacia dónde. Tan solo el ángel de la historia, aquel que volviendo su mirada hacia atrás se interroga con espanto por la vida que pueden esperar los aplastados. Y aquí no parece que la respuesta sea la disolución. Pues, de serlo, no habría diferencia entre el nihilista y quienes, cerrando los ojos, se sienten como ola en el mar.
imusic
abril 1, 2023 § Deja un comentario
Decía Víctor Hugo que la música expresa lo que no cabe poner en palabras y, sin embargo, no puede permanecer en silencio. Por su lado, Platón dejó escrito que cada tipo de música convoca una parte de nosotros mismos, no siempre la mejor. De ahí que, en su República, sostuviese que la formación del carácter dependía también de los cantos que uno escucha. Pues no es lo mismo pasarse el día a ritmo del reggaeton, sobre todo si ya no tienes edad, que quedarse suspendido por erbarm dich.
Nuestra época, no obstante, difícilmente aceptará esta evidencia, si es que llega a aceptarla. Pues cada uno tienes sus gustos, se nos dice. No es posible hoy en día algo así como una crítica del gusto, por no hablar de una crítica del deseo. Basta con darle al like. El único límite son los gustos —las preferencias— de los demás. Así, cualquier valor queda posicionado en el marco de lo gastronómico. Puede que este sea un efecto colateral —uno más— de la desaparición del sentido de lo trascendente, de lo que provoca nuestro asombro, por no hablar de nuestro enmudecimiento más allá de lo gigantesco. Al final, tendremos que darle la razón a Nietzsche cuando se refería a sus contemporáneos como a los últimos hombres, aquellos que, siendo incapaces de enfrentarse a la nada que todo lo soporta, viven resignadamente entre el oficio y la distracción.